Fue hace ocho años cuando una jovencísima Cristina García Godoy nos deleitó con una sensacional interpretación del Concierto para oboe en do mayor KV 314 de Mozart. Entonces la dirigió Barenboim y ya ocupaba un puesto destacado en la Staatskapelle de Berlín, donde actualmente ejerce como solista. Ahora ha regresado al Maestranza con el concierto de Richard Strauss y arropada por la Sinfónica de Sevilla en lugar de la Orquesta del Diván que la acompañó en aquella ocasión. Por cierto, que con el insigne director de orquesta y la Orquesta del West-Eastern Divan ha grabado para la posteridad ambas piezas imprescindibles del repertorio. En el concierto de anoche su participación estuvo enmarcada por dos favoritos del público, la Noche en el monte pelado de Mussorgsky y Scheherazade de Rimski-Kórsakov, con los que el joven director gaditano Julio García Vico dio riendas sueltas a su particular forma de afrontar el repertorio de gran sinfonismo, con aciertos y desajustes.
Lo más fácil cuando se trata de un instrumento de madera es decir que su intérprete le hizo cantar, pero Gómez Godoy no sólo hizo eso, su oboe nos habló, nos expresó muchas y diversas cosas, a través de un fraseo claro y continuado, un dominio técnico absoluto y una capacidad expresiva más allá de lo predecible. Con García Vico firmó un Concierto de Strauss muy personal, más cerca de un romanticismo exacerbado y de esa literatura expansiva generalmente asociada al compositor que del neoclasicismo rococó que se adjudica a la pieza. Mimada y muy bien arropada por la batuta y la magnífica respuesta de la orquesta, la oboísta linarense superó su agotador arranque, con más de cincuenta compases ininterrumpidos, como si aquello fuera coser y cantar, para después entregarse en cuerpo y alma a sus vertiginosos arabescos, sus continuas inflexiones y un desarrollo rapsódico dominado por la elegancia y el buen gusto. Godoy imprimió seguridad y delicadeza al hermoso andante central, mientras afrontó su brillante allegro final sobre ritmo de siciliana con notable energía y extrema destreza en las agilidades. Lástima que sus cadencias fueran mancilladas con las impertinentes toses de un público menguado en parte por la desapacible tarde, a pesar de un saludable predominio de gente jovencísima.
En García Vico atisbamos una indisimulada inquietud por encontrar una voz propia y distinguida, con resultados irregulares, haciendo en todo caso alarde de una enorme simpatía y atreviéndose incluso con las bromas, como su interrupción entre el segundo y tercer movimientos del poema de las mil y una noches, justo para una vez que el público no aplaudía fuera de lugar, o con gestos bufos dedicados a la concertino e incluso al público. Como prólogo de un concierto en el que recuperamos la estructura clásica con pieza a modo de obertura y concierto en la primera parte, y pieza sinfónica en la segunda, García Vico dirigió Una noche en el monte pelado según la versión habitual de Rimski-Kórsakov y no la original recuperada hace unos sesenta años. Hoy más que nunca cabe invocar como única presencia satánica la guerra, y así parecía antojarse el ejército de cuerdas arpegiadas que lideró la marcha y fue amasando un ritual de aquelarre deshumanizado. Sin embargo la suya fue una lectura más atenta a la perfección técnica y al brillo sonoro que a mostrar el horror de la situación en toda su amplitud, con acentos menos marcados de lo conveniente y un desigual sentido del ritmo.
Todo lo contrario ocurrió con Scheherazade, donde primó el cuidado por la narración sobre el rigor técnico, de forma que a veces el conjunto sonó deslavazado o algo fuera de control, y la batuta se rindió a algunos caprichos de forma. Pero imprimió a la página la fuerza contundente que echamos en falta en la pieza de Mussorgski, y logró aportaciones magistrales de Alexa Farré, muy especialmente en los seductores acordes de El mar y el barco de Simbad y sus abigarrados arpegios en El joven príncipe y la princesa. También brillaron las maderas y el arpa de Daniela Iolkicheva, así como una sedosa aportación de los chelos liderados por David Barona; pero fue la sección de metales la que demostró el excelente estado de salud de la orquesta. Y todo eso a pesar de que García Vico tendió frecuentemente a la brocha gorda y la falta de delicadeza, pero logró una interpretación en general vigorosa y vistosa. Cabe señalar algunos insólitos incidentes que tuvieron lugar durante el concierto, como ciertos elementos que cayeron sobre el escenario y mantuvieron a algunos de los maestros y maestras en vilo, o voces que se escuchaban insistentemente y parecían proceder de fuera de la sala.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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