El regreso del excelente contratenor croata residente en Austria, Max Emanuel Cencic, al Espacio Turina ocho años después de deleitarnos en la trigésimo tercera edición de este mismo Festival de Música Antigua, vino acompañado de un buen ramillete de arias escritas por Haendel para el mítico castrato Francesco Bernardi, Senesino. Durante su estancia en Londres, fue la voz para la que el compositor alemán concibió más roles, diecisiete nada más y nada menos, de los que Cencic abordó siete repartidos en ocho arias a lo largo del programa y las consabidas propinas. Le acompañó un conjunto polaco muy singular ya desde el propio nombre, {oh!} Orkiestra. Un todo mujeres, con la sola excepción del violista, que parecía prolongar las celebraciones del Día de la Mujer, y la dirección enérgica y decidida de la sensacional violinista Martyna Pastuszka. Estos créditos prometían una noche excelsa y lo cumplieron.
El conjunto dirigido por Pastuszka exhibió fuerza ya desde la Sinfonía de la ópera Alessandro con la que arrancó el recital, perfecta a nivel de articulaciones, con un fraseo fluido y unas líneas melódicas perfectamente definidas, un particular que se mantuvo en el décimo de los Concerti Grossi Op. 6 que brindaron a mitad de la primera parte, y la Obertura de Radamisto, la ópera que inauguró esta fructífera relación entre compositor y cantante, profusa en color y expresividad. En esta línea, pero manteniendo en todo momento el respeto y la consideración debidas a la estrella del evento, acompañaron a Cencic en Bramo te sola de Il Floridante, un aria de bravura con la que el croata exhibió agilidades y coloratura a placer para después cautivarnos con su sensibilidad y carga poética en Pompe vane di morte, de Rodelinda, un dechado de emoción que el contratenor entonó con considerable carga dramática y un conveniente patetismo añadido. Ahora su voz es más ancha y ha cogido más cuerpo y volumen que hace ocho años, su tesitura exhibe un color muy aterciopelado y su línea de canto mantiene esa flexibilidad y homogeneidad que disipa cualquier duda sobre posible impostación.
Un aria de repentinos cambios de registro, con saltos interválicos que el cantante superó sin estridencias, como Rompo i lacci de Flavio, culminó con éxito esta primera parte. Después, más exhibición de virtuosismo y buen gusto en Fra dubbi affeti miei de Siroe, Bel contento de Flavio, Se mormora rivo, de Scipione y Vivi tiranno de Rodelinda, definidas con estas mismas constantes y un talento innato para dotar cada carácter de su singular carga expresiva. El entusiasmo del público que abarrotaba el Turina se agradeció con dos propinas, Son qual rocca de Tolomeo, la última ópera que Haendel compuso para la Royal Academy of Music, y otra aria de Scipione con la que el contratenor prosiguió su línea de canto ágil y expansiva, demostrando que tras cuarenta años ya de carrera sigue estando en magnífica forma.
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