Teatro de la Maestranza, domingo 24 de marzo de 2024
El componente religioso que todos y todas quienes hemos sido educados en el Cristianismo mantenemos en nuestro acervo cultural, por mucho tiempo que haya pasado desde que descubriéramos nuestro ateísmo, potencia la emoción que puedan expedir ciertas obras de arte, de las que El Mesías de Haendel ocupa un lugar preferente. Es como esas películas religiosas, especialmente las inspiradas en el Nuevo Testamento, que consiguen al cabo de décadas seguir emocionándonos como si fuésemos los creyentes más acérrimos. Pero lo cierto es que, consideraciones espirituales aparte, si hubiera que seleccionar un grupo de obras musicales imperecederas, dignas de ser salvadas ante un eventual cataclismo, este oratorio con el que el compositor recuperó la confianza en sí mismo, debería encontrarse entre ellas. Tal es el grado de inspiración que le informa, tratándose encima de un autor al que ésta raramente le falló. Su consideración de clásico popular no debería jamás empañar este reconocimiento del que Václav Luks, el director y fundador del conjunto Collegium 1704 nos brindó ayer por la mañana una versión de extrema exquisitez y magnificencia.
Luks cuidó al máximo cada detalle, giro e inflexión para estremecernos con su lectura impoluta de la partitura, ofrecida íntegra. Para ello contó con un conjunto extremadamente disciplinado, optando por una estética huidiza de habituales asperezas propias de lenguajes supuestamente informados, y más centrada en ese carácter espiritual que indaga en la belleza intrínseca de la partitura, pero sin imposturas ni faltas evidentes de sinceridad. Todo lo contrario, la de Luks fue una lectura humilde y sencilla, contagiada a un conjunto instrumental y vocal que respondió con toda la excelencia imaginable para lograr el deleite generalizado de un público entusiasmado. Cuerda aterciopelada y magníficamente contrastada, maderas responsables, un continuo en perfecta armonía y unas trompetas entonadas y refulgentes, lograron el milagro instrumental que las voces armonizadas del coro acompañaron hasta redondear una interpretación sensacional, brillando en los jubilosos And He shall purify o For unto us a Child is born. Entre los pasajes más recogidos e íntimos, la orquesta brilló especialmente en una Sinfonía pastoral de la primera parte plena de lirismo y emotividad.
Lástima que no se ofrecieran los textos en inglés y traducidos en las pantallas que el Maestranza posee para estos menesteres. Ofrecerlos en las páginas web tanto del Femás como del Maestranza, al tratarse de un concierto enmarcado tanto en el Festival de Música Antigua como en el ciclo Gran Selección del teatro, se revela insuficiente e inapropiado, pues no vamos a estar consultando el móvil continuamente, molestando a los demás y manejando un dispositivo del que hemos sido avisados debemos prescindir durante el concierto, que naturalmente exige toda nuestra atención para cumplir su objetivo de experiencia total.
El componente religioso que todos y todas quienes hemos sido educados en el Cristianismo mantenemos en nuestro acervo cultural, por mucho tiempo que haya pasado desde que descubriéramos nuestro ateísmo, potencia la emoción que puedan expedir ciertas obras de arte, de las que El Mesías de Haendel ocupa un lugar preferente. Es como esas películas religiosas, especialmente las inspiradas en el Nuevo Testamento, que consiguen al cabo de décadas seguir emocionándonos como si fuésemos los creyentes más acérrimos. Pero lo cierto es que, consideraciones espirituales aparte, si hubiera que seleccionar un grupo de obras musicales imperecederas, dignas de ser salvadas ante un eventual cataclismo, este oratorio con el que el compositor recuperó la confianza en sí mismo, debería encontrarse entre ellas. Tal es el grado de inspiración que le informa, tratándose encima de un autor al que ésta raramente le falló. Su consideración de clásico popular no debería jamás empañar este reconocimiento del que Václav Luks, el director y fundador del conjunto Collegium 1704 nos brindó ayer por la mañana una versión de extrema exquisitez y magnificencia.
Después de muchos años disfrutando de la pieza en vísperas de la Navidad, ya era hora de emplazarla a estas fechas en las que la Cristiandad celebra la pasión y resurrección de Cristo. Más de la mitad de la obra está dedicada a estos episodios, por lo que arrancar así las fiestas resulta para el melómano tan emocionante como para cualquier aficionado o aficionada las procesiones que lamentablemente un año más parecen malograrse por el caprichoso estado atmosférico. Sólo así, por ese acervo artístico y cultural que acarreamos, se entiende que gente atea y agnóstica se emocione con una y otra disciplina. Pero es que además, escuchada así el grado de emoción se dispara, tal es el nivel ofrecido por la escueta orquesta y el numéricamente limitado coro, que encorsetados en un escenario especialmente concentrado para la ocasión, posiblemente a petición del mismo conjunto, sonaron con toda la suntuosidad que la partitura demanda, llegando sin duda a cada rincón del agradecido auditorio con idéntica nitidez y proyección.
Avery Amereau |
Luks cuidó al máximo cada detalle, giro e inflexión para estremecernos con su lectura impoluta de la partitura, ofrecida íntegra. Para ello contó con un conjunto extremadamente disciplinado, optando por una estética huidiza de habituales asperezas propias de lenguajes supuestamente informados, y más centrada en ese carácter espiritual que indaga en la belleza intrínseca de la partitura, pero sin imposturas ni faltas evidentes de sinceridad. Todo lo contrario, la de Luks fue una lectura humilde y sencilla, contagiada a un conjunto instrumental y vocal que respondió con toda la excelencia imaginable para lograr el deleite generalizado de un público entusiasmado. Cuerda aterciopelada y magníficamente contrastada, maderas responsables, un continuo en perfecta armonía y unas trompetas entonadas y refulgentes, lograron el milagro instrumental que las voces armonizadas del coro acompañaron hasta redondear una interpretación sensacional, brillando en los jubilosos And He shall purify o For unto us a Child is born. Entre los pasajes más recogidos e íntimos, la orquesta brilló especialmente en una Sinfonía pastoral de la primera parte plena de lirismo y emotividad.
Un cuarteto de lujo
Pero nada de esto hubiera funcionado tan a la perfección sin la loable intervención de los solistas, cuatro esmeradas voces de impoluto fraseo y trasparente dicción. El primero en aparecer y convencer fue el tenor polaco Krystian Adam, de timbre sedoso y potente proyección, rutilante ya desde Comfort ye my people. Igualmente sensacional resultó la contralto estadounidense Avery Amereau, de voz profunda y gruesa, quizás algo corta en los acordes más graves, pero hipnótica en su forma de modular y entonar, especialmente evidente en el sobrecogedor He was despised de la segunda parte. Rutilante también la preciosa voz de la soprano Deborah Cachet, capaz de transmitir fragilidad y entusiasmo a la vez en arias como Rejoice greatly. Y no menos ejemplar fue la intervención del bajo barítono italiano Luigi Di Donato, que logró brillar en su particular diálogo con el trompetista Hans Martin-Rux en The trumpet shall sound casi al final de la pieza, que culminó con un Amen de dinámicas pronunciadas y acentos marcados hasta el éxtasis.
Deborah Cachet |
Lástima que no se ofrecieran los textos en inglés y traducidos en las pantallas que el Maestranza posee para estos menesteres. Ofrecerlos en las páginas web tanto del Femás como del Maestranza, al tratarse de un concierto enmarcado tanto en el Festival de Música Antigua como en el ciclo Gran Selección del teatro, se revela insuficiente e inapropiado, pues no vamos a estar consultando el móvil continuamente, molestando a los demás y manejando un dispositivo del que hemos sido avisados debemos prescindir durante el concierto, que naturalmente exige toda nuestra atención para cumplir su objetivo de experiencia total.
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