Han tenido acierto los responsables del Maestranza y el Femás en traer a Sevilla a musicAeterna. una de las formaciones más reconocidas en el ámbito de la música interpretada con criterios reparadores, con una personalidad tan arrolladora como la de Teodor Currentzis al frente. Este esfuerzo común ha aumentado los atractivos carteles de Gran Selección del coliseo del Paseo Colón y de este Festival de Música Antigua que con este concierto se sumerge en su ecuador. Sólo Barcelona y Madrid, además de Sevilla, se han beneficiado de esta pequeña gira española de un conjunto que sin embargo llega envuelto en la lógica polémica. La que implica que su financiación esté en manos de uno de los bancos más afines a Putin, y que muchos de los integrantes de la afamada orquesta hayan confesado su simpatía por el execrable mandatario ruso. Hubiera estado bien que el Maestranza pinchara para la ocasión aquella grabación que durante los primeros meses de invasión de Ucrania recordaba nuestro compromiso con el pueblo masacrado, el que precisamente protagoniza el irrespirable documental recientemente galardonado con el Oscar, 20 días en Mariúpol.
Pero Currentzis, que es griego de origen, aseguró hace unos días que con esta gira centrada en el Réquiem de Mozart, él y la orquesta que fundó hace exactamente veinte años pretenden calmar ánimos y emociones heridas, presumimos que por la guerra. El hecho además de que la plantilla esté integrada por maestros y maestras de diversas nacionalidades, nos da cierta confianza acerca de la postura del conjunto sobre esta trágica realidad. Ciertamente con esta música, servida así con tanta excelencia, debería calmarse cualquier ánimo o temperamento agitado y convulso. De cualquier forma, toda explicación nos sirve de consuelo para poder encarar desde el punto de vista estrictamente musical lo que ayer pudimos escuchar en el Teatro de la Maestranza. Lo más llamativo fue la capacidad del director y la orquesta para captar nuestra atención de principio a fin, con la sola excepción del larghetto central del Concierto nº 24 de Mozart, masacrado por las implacables toses y ruidos varios que afearon con total desvergüenza y falta de educación la interpretación de la pieza. Se trata como siempre de quienes tienen que asistir al Maestranza como asisten a los toros, la feria y los palcos de Semana Santa; forma parte de su vida social, independientemente de que les guste la música más o menos, lo que permite fastidiar al resto de quienes sólo acudimos movidos por nuestra pasión por la música.
Esta fue la obra que inauguró la larga exhibición de animAeterna, con una excelsa Olga Pashchenko al fortepiano, se supone que levemente amplificado para llegar a cada recóndito espacio del Maestranza. Pero una vez más hemos de destacar la espléndida acústica del recinto, lo que también juega en su contra a la hora de reproducir los exabruptos del público, la que provocó que la citada amplificación, si la hubo, fuera tan tenue que ni siquiera fuimos capaces de apreciarla. Eso sí, el sonido se reveló más humilde y canijo que cuando escuchamos la pieza al piano moderno. De cualquier modo, Paschenko, con Currentizis atento y adaptado, logró una interpretación intensa y dramática, sin descuidar sus aspectos más delicados y con acopio de agilidades y filigranas que se repitieron en el Concierto para clave del hoy desconocido compositor ucraniano Dmitri Bortnianski. Aunque nacido cuando el país pertenecía al Imperio Ruso, apreciamos quizás, o queríamos hacerlo, cierta condescendencia y solidaridad con el pueblo que hoy sufre una barbarie que ni la música consigue aplacar, como tampoco pudo la Orquesta del Diván con la otra tragedia que copa los informativos. Ni siquiera puede amansar algo tan sencillo como esas toses implacables aludidas. Resuelto con gracia y desparpajo, y mucha agilidad, este concierto del que sólo se conserva su primer movimiento, dio paso a una demostración de virtuosismo por parte de la solista, encarando una larga propina beethoveniana en forma de variaciones que fue precedida de una breve explicación de las bondades del instrumento, un Walter reproducción exacta del que utilizó el mismo Mozart, con dos pedales muy sintomáticos.
La segunda parte se centró en el esperado Réquiem, sin duda el motivo que concitó el lleno absoluto que experimentó el Maestranza. Antes, Currentzis lo adornó con la Música fúnebre masónica del propio Mozart, una práctica que viene siendo muy habitual en la interpretación de la famosa misa reconstruida con criterios historicistas. Siguió un gesto muy teatral, este sí creemos que de su propia cosecha, como fue convocar a cuatro miembros masculinos del coro para que entonaran en penumbra el canto llano con los textos del réquiem, que apareció ya por fin inmediatamente después. Aquí el director repitió las constantes que fueron virtudes en el concierto previo de Mozart, fuertes contrates y dinámicas muy acentuadas, junto a un meticuloso trabajo armónico y una claridad de matices verdaderamente espectacular. A todo ello se sumaron unos metales resplandecientes, que dejaron en evidencia nuestra habitual condescendencia con los errores técnicos que emborronan su interpretación, que justificamos con la complejidad y dificultad de estos instrumentos en su vertiente primitiva. Intachable el trabajo del coro, sensacional en todos los sentidos, especialmente en sus particulares juegos armónicos y claridad expositiva, siempre dentro naturalmente de esa estética áspera y contundente que difiere de la romántica a la que tantos nos hemos acostumbrado, y que tanto nos sigue gustando. Y para terminar, un póker de voces realmente impecable, todas menos la del bajo integrantes del coro. Alexey Tikhomirov evidenció una voz poderosa y profunda, mientras Semenkov brilló por su sedoso timbre, Nemzer por su registro homogéneo y tan en estilo, y Sveshnikova por su voz aterciopelada. Juntos lograron un Benedictus sobrecogedor, nuestra secuencia favorita del conjunto aunque sea más fruto del talento de Süssmayr, aprendido de Mozart, que del de su propio maestro.
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