Foto: Luis Pascual |
No cabe lugar más idóneo en Sevilla que la suntuosa Iglesia de San Luis de los Franceses, dedicada por los jesuitas al Rey Luis IX, santo de la Francia medieval, para deleitarnos con la música galante y delicada de Rameau, contemporáneo en cierto modo de Marin Marais, a la sazón músico de la Corte de Luis XIV, el más musical de los reyes franceses, y con el que parece encajar mejor la arquitectura de este templo desacralizado. Las piezas para clave que el autor de Las indias galantes compuso en 1741 trascienden al teclado para adentrarse en terrenos del concierto de cámara, si bien la presencia y protagonismo del clave es tal que toda su estructura y significación gira en torno a él.
Tiene mérito que el conjunto liderado por el reconocido clavecinista madrileño Yago Mahúgo, tirase de una grabación publicada y premiada hace nueve años para recrearla en este singular concierto incluido en el Femás cuando entra en su última semana. Pero aunque el trabajo de Mahúgo se revela esencial para dar salida a los intrincados acordes de estos cinco conciertos, no se puede desdeñar en absoluto el papel que juegan sus acompañantes, un violín que no en vano se responsabiliza de la carga melódica de cada una de las dieciséis piezas que integran el conjunto, y una viola da gamba que potencia la carga armónica de cada una de ellas y aporta cuerpo y volumen al total. Pablo Gutiérrez afrontó su parte con disciplina y amplio sentido de la musicalidad, sin asperezas aunque sin la sedosidad de su compañera, por más que en La Coulicam de arranque se apreciara cierto enmarañamiento que desluciera la buena conjugación de los tres instrumentos, echándose en falta algo más de definición y claridad. Pero sólo fue ese inicio, quizás a la espera de una mayor calidez, que asomó inmediatamente en La Livri, recreada primero por Mahúgo en solitario, dejando constancia de la máxima del propio Rameau según la cual las piezas se pueden interpretar sólo al clave, y repetida después con la participación de la cuerda con tanta delicadeza como elegancia y una considerble dosis de sentimentalismo. Una licencia que dio singularidad a la forma con la que estos artistas afrontan el ciclo.
Foto: Antonio Iglesias (Femás) |
Gutiérrez dialogó a discreción con Mahúgo y Marina Cabello, que cuidó al detalle la articulación, alcanzando momentos de indiscutible belleza en la balanceante La Timide, y de absoluto ímpetu y energía en los Tambourins que le siguen. La respuesta del clave y la viola fue en todo momento ejemplar, con técnicas al teclado que aportaron mucho color, como ese punteado en La Boucon, y una agilidad extrema para resolver con acierto los acordes más complicados sin decaer en ritmo ni estilo, como por ejemplo en ese Le Marais que precisamente cierra el ciclo. Pero si hubo algo realmente destacable fue la delicadeza que aportaron como conjunto, y el abanico de matices que extrajeron de cada página. Donde otros prestan mayor atención a la técnica, aquí hubo preferencia por dotar de singularidad a cada página, de forma que interpretadas todas casi de corrido (hubo una pausa entre el segundo y el tercer concierto), la experiencia pudiera parecer monótona, y sin embargo en manos de este trío consumado y disciplinado, no resultara así.
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