Hay un par de factores que propiciaron el lleno prácticamente absoluto que registró ayer el Teatro de la Maestranza. Por un lado está el trabajo impecable que realiza la Asociación de Amigos de la Barroca de Sevilla, que ha logrado que en los últimos tiempos haya proliferado tanto la preferencia del público sevillano por la música de este estilo. Pero sobre todo está en el hecho de que hay piezas que convocan al público de manera casi indiscriminada, da igual quién las interprete. Ocurre con la Novena de Beethoven, el Réquiem de Mozart, el Bolero de Ravel, las Cuatro Estaciones de Vivaldi, por poner ejemplos muy evidentes, y por supuesto los Conciertos de Brandenburgo de Bach. Pero da la casualidad de que quienes vinieron ayer a erigir tan suculento monumento musical no eran cualesquiera, sino los y las muy reconocidas e informadas músicos de la Barroca Zefiro. Por cierto, que ellas superaban con creces a ellos en los atriles.
La magnífica sintonía que su director, Alfredo Bernardini, mantiene con la ciudad, habida cuenta sus numerosas colaboraciones con la Orquesta Barroca de Sevilla, pudo favorecer el hecho de que ésta fuera la única cita del reputado conjunto italiano en nuestro país. Igualmente provocó que fueran varios los intérpretes españoles prestados para la ocasión, Mercedes Ruiz y Ventura Rico directamente de la Barroca, pero también la violonchelista María Alejandra Saturno, el trompista Ricardo Rodríguez y la violagambista Johanna Rose, que sólo un día antes había protagonizado un concierto en el Alcázar junto a los hermanos Alqhai. Montado así un tejido orquestal por el que desfilaron hasta veintiuna maestras y maestros, aunque no llegaron a sumar más de diecisiete sobre el escenario en algún momento de la noche, Bernardini se encargó de ilustrar con un dominio casi perfecto del castellano y un carácter tan afable como elocuente, cada uno de los seis conciertos que conforman el cuerpo de los Brandenburgo. De paso, llevó el conjunto al terreno que mejor conoce, procurando justificar en todo momento la influencia del estilo puramente vivaldiano en unas partituras que otros, generalmente de carácter anglosajón, abordan desde una óptica y una estética bastante diferente y desde luego más solemne. No fue de extrañar, por lo tanto, que en sus manos y las de sus eficientes intérpretes, la música de Bach sonara especialmente luminosa y jovial, algo que no es que no esté presente en las obras, pero que se encargaron de potenciar con un brío y un sentido de ritmo arrebatadores.
Como músico, Bernardini sólo participó en el primero de los conciertos, haciendo gala de su proverbial dominio del oboe, acompañado al mismo instrumento de Paolo Grazzi y de su hermano Alberto al fagot, los tres fundadores de la orquesta. Ya en la segunda parte reapareció, al margen de sus intervenciones como conferenciante, dirigiendo los conciertos números 3 y 2. En todos los demás estuvieron presentes sus directrices, dejando a los instrumentistas volar bajo su disciplina y responsabilidad. Tardamos sin embargo en convencernos del magisterio del conjunto, ya que como solista Elisa Citterio no logró controlar el violino piccolo del Concierto nº 1, dejando a su paso un sonido áspero y desagradablemente chirriante, mientras en el nº 2 las violas no lucieron al mismo nivel, mejor la de Danka Nikolic, más apagada la de Teresa Ceccato. El brillo contrastante de las trompas naturales en el primero de los conciertos, y el cuerpo y volumen que supieron aportar Ruiz, Rico y la clavecinista Anna Fontana, lograron óptimos resultados. El trabajo de equipo por lo general fue también satisfactorio, sobresaliendo en cada uno de los seis conciertos y dando al conjunto el nivel de excelencia que esperábamos.
A lo largo del desglose disfrutamos sobremanera con el Concierto nº 4, que se benefició de unas flautas sólidas y fluidas, excelente Emiliano Rodolfi también al oboe, mientras Citterio logró redimirse ya con un violín convencional de la época, dominando sus texturas y su elocuente fraseo, alcanzando cotas elevadas de perfección en sus intrincadas ornamentaciones. Pero fue la segunda parte la que ya no nos dejó duda alguna sobre la maestría del nutrido conjunto, con solos extraordinarios de Fontana en el nº 5, al que se enfrentó sola en sus largas cadencias con un sentido del ritmo vertiginoso y un fraseo nítido a pesar de su complejidad. También en ese concierto destacó Marcello Gatti a la flauta travesera, con un sonido compacto y una perfecta modulación. Así mismo destacamos el trabajo de Gabriele Cassone a la trompeta natural en el nº 2, logrando equilibrar su sonido épico y brillante con los suaves acordes de la flauta dulce y el oboe, así como con el resto de instrumentistas. Destacamos también la extraordinaria compenetración de violas, violonchelos y violines a tres en el que lleva precisamente ese número, prodigio de la matemática bachiana y del fértil trabajo de una orquesta que, a pesar de la distinta proveniencia de sus integrantes, alcanzó tan alta nota en su maratoniano trabajo de equipo.
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