viernes, 10 de mayo de 2024

LOS GAVILANES, UNA FUNCIÓN CORRECTA Y SIN SORPRESAS

Los gavilanes. Música de Jacinto Guerrero. Libreto de José Ramón Martín. Óliver Díaz, dirección musical. Mario Gas, dirección escénica. Ezio Frigerio, escenografía. Franca Squarciapino, vestuario. Vinicio Celi, iluminación. Carlos Martos de la Vega, movimiento escénico. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Con Javier Franco, María Rodríguez, Alejandro del Cerro, Sofía Esparza, Lander Iglesias, Esteve Ferrer, Carmen Serrano, Enrique Baquerizo, Alicia Naranjo y Andrea Carpintero. Coro Teatro de la Maestranza (Íñigo Sampil, director). Producción del Teatro de la Zarzuela. Teatro de la Maestranza, jueves 9 de mayo de 2024


No es esta ópera del compositor castellano una de las más representadas. De las suyas la más popular sigue siendo El huésped del sevillano, aunque en los últimos años ha adelantado puestos La rosa del azafrán. Como tantas otras que salieron de su imaginación, Los gavilanes es un producto coyuntural engendrado fundamentalmente para crear espectáculo, hacer taquilla y alegrar al público. Seguía por lo tanto una fórmula que al autor le resultó infalible, y que pasaba por su proverbial facilidad para crear melodías atractivas y pegadizas, el tratamiento de temas sociales de candente actualidad aunque limando cualquier atisbo de aspereza, y generar una atmósfera amable que culminara en un inevitable final feliz, a ser posible con moraleja incluida.

En estos términos se presentó ayer en el Maestranza este trabajo musical recuperado hace un año en el Teatro madrileño de la Zarzuela por Mario Gas, a quien los años y la experiencia han convertido en uno de los imprescindibles de nuestra escena. Sin embargo, no se ha arriesgado en absoluto, ni siquiera en el terreno interpretativo, dejando toda su rancia literatura huérfana de cualquier explicación o sentido que le dé mayor actualidad, y vaya si el libreto se prestaba a ello, alguna referencia nada disparatada al me too incluida.


La fama y el talento de Gas le permiten contar con nombres destacados de la puesta en escena, como son la oscarizada (por Cyrano de Bergerac) Franca Squarciapino, responsable del colorista vestuario, y quien fuera su esposo hasta su fallecimiento hace algo más de un año, el escenógrafo Ezio Frigerio, que para la ocasión ha contado con un diseño sencillo apoyado en una versión animada de los tradicionales telones de fondo, y unas tramoyas movibles que no se sabe muy bien qué quieren representar, acaso el desmoronamiento y la inseguridad de una sociedad sometida a la riqueza.

La alegría marcó el tono

Lo que no se le puede discutir al maestro y su equipo artístico y técnico es haber sabido insuflar al conjunto ese espíritu de alegría y desenfado que caracterizaba al catálogo de Guerrero. Para muestra uno de sus números más populares y recordados, la Marcha de la amistad del segundo acto, que la soprano María Rodríguez y el resto del elenco entonaron con toda la gracia y el desparpajo que la pieza exige. Ella dio vida a una Adriana cantada quizás con exceso de vibrato pero con seguridad y una voz profunda y muy bien proyectada, además de lucir un talento para la interpretación teatral fuera de toda discusión. Frente a ella, el tenor gallego Javier Franco encaró con profesionalidad su rol de Juan el indiano, con dicción clara y voz de sobrada proyección y hermoso timbre, aunque puntualmente acusara también cierta tendencia al vibrato. Quien más convenció al público, sus bellas romanzas lo facilitan, fue el tenor cántabro Alejandro del Cerro como Gustavo, que aunque poseedor de un timbre extremadamente agudo y puntualmente estridente, exhibe una voz poderosa que modula con agilidad y buen gusto. Pocas posibilidades tuvo de lucirse la joven soprano navarra Sofía Esparza como Rosaura, recipiente de una voz hermosa y perfectamente entonada. Todos y todas lucieron además una vocalización perfecta, haciéndose entender en cantados y recitados sin problema alguno, lo que no siempre es habitual.


Mención aparte merece el inevitable dúo cómico, que aunque el libreto apenas sufrió modificación alguna, luciendo un sentido del humor ingenuo y algo trasnochado, sirvió como vehículo ideal para que Lander Iglesias y Esteve Ferrer lucieran notables dotes cómicas. Por su parte, Óliver Díaz, que tantas veces hemos disfrutado frente a la Sinfónica de Sevilla, volvió a exhibir buen talante y sentido práctico en su forma de abordar la partitura, que sin ser especialmente compleja ni poseer intrincadas orquestaciones, puede irse de las manos y eclipsar las voces. 
Afortunadamente el equilibrio estuvo garantizado entre las buenas aptitudes de los y las cantantes y el buen hacer de Díaz, que logró extraer de la orquesta un sonido brillante y a la vez compacto, muy en estilo. Hay que destacar una vez más el excelente trabajo del coro, lográndose entre todos y todas un espectáculo musical nada desdeñable, sin desmanes ni sorpresas, todo dentro de un orden, extremadamente correcto. Fue entrañable ver a Gas y Squarciapino, entre otros y otras responsables, al final sobre el escenario saludando a un público muy indisciplinado, toses implacables, caídas de objetos, móviles...

Fotos: Guillermo Mendo
Artículo publicado en El Correo de Andalucía

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