Sala Manuel García del Teatro de la Maestranza, domingo 10 de marzo de 2013
Hemos llegado a un punto en el que ya no podemos disimular nuestra admiración, más bien adhesión incondicional, por la soprano gaditana Ruth Rosique. Algo que quizás se vaya a convertir en un peligro a la hora de seguir siendo objetivos e independientes en nuestras opiniones críticas. La habíamos escuchado cantar romanzas, arias, motetes, cantatas… nos queda el musical, que estamos seguros que también lo borda, pero creo que aún no habíamos tenido oportunidad de escucharle en Sevilla atreverse con lieder, aunque nos consta que sí lo ha hecho en otras ciudades, dentro y fuera de España. Ya no albergamos ninguna duda, es capaz de cantar lo que le echen, y hacerlo bien. ¡Habrá que probar sus croquetas!
El concertino de la orquesta, Éric Crambes, elocuente presentador de cada pieza ante la mirada cómica y orgullosa de la soprano, preparó para esta ocasión un exquisito programa monográfico sobre Schubert, en el que pudimos disfrutar con unos inspirados y muy significativos arreglos del compositor francés Bernard Cavanna para trío de violín, violonchelo y acordeón, una gentileza del fagotista de la orquesta Ramiro García, acompañando la voz en este caso de la soprano. Unas adaptaciones ricas en detalles y matices, sin protagonismo absoluto de ningún instrumento, combinando timbres y voces y potenciando el carácter de cada uno de los siete lieder interpretados del total de catorce que adaptó Cavanna. Una instrumentación tempestuosa para Gretchen am spinnrade, amable y tierna para Im frühling, alegre y desenfadada para Die Taubenpost, solemne y emotiva en An die Musik, juguetona y traviesa con pizzicati y punteados en Heidenröslein. Y por supuesto a todos estos matices se supo adaptar en estilo Rosique, en gran medida gracias a su amplia preparación instrumental – también es clarinetista experimentada -, alejada de las formas con las que hace solo unos días la escuchamos en Exsultate, Jubilate de Mozart, y desde luego diferente a su manera de abordar bel canto o zarzuela. Con el punto exacto de temperamento, sin desmadres ni salidas de tono, con expresividad sobria y dramatismo moderado, la voz siempre perfectamente colocada, modulándola con naturalidad y sin aparente esfuerzo, una dicción precisa y un fraseo generoso en matices y adornos, pero sin excesos.
La otra mujer de la Schubertiada fue la excelente pianista de la ROSS Tatiana Postnikova, que acompañó a Rosique en el lied Die Forelle (La trucha), como preludio a la magnífica interpretación que Crambes y sus compañeros hicieron del Quinteto para cuerda y piano Op.114 D.667 del mismo autor, cuyo cuarto movimiento recrea a modo de variaciones la melodía del famoso lied. Con el contrabajo de uno de los integrantes de la orquesta que más se divierte en cada concierto, Matthew Gibbon, sustituyendo al habitual segundo violín, por deseo de quien encargó la partitura, el violonchelista aficionado Sylvester Paumgartner, que quería la misma instrumentación que el arreglo para quinteto del Septeto de Hummel, la cuerda potenció la brillante exaltación del primer movimiento, el aire de serenata del segundo, la energía del scherzo acompañada del piano incisivo de Postnikova, las luminosas variaciones del cuarto movimiento, y la locuaz alegría del finale. Una interpretación llena de espontaneidad, sincera y equilibrada, en la que el piano supo integrarse sin protagonismos con el resto de los músicos sin por ello renunciar a sus fuertes dosis de temperamento y expresividad. Todo ello con unos resultados a la altura de la pieza, deliciosos y entrañables. Como dice el poeta Schobert en An die Musik, una cita que logró transportarnos a un mundo mejor.
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