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Iréne Theorin |
Viene esta reflexión a colación del sensacional e irrepetible concierto que pudimos disfrutar algunos, mil setecientos, privilegiados anoche en el Maestranza. Una mejor divulgación hubiera evitado tener que esperar al anuncio de Pérez de Arteaga en el celebrado último Concierto de Año Nuevo para que el público despertara y agotara las más de mil doscientas entradas que a un par de semanas del evento quedaban aún disponibles. A eso hay que añadir que todavía en esta ciudad estamos verdes en lo que a música se refiere. Los esfuerzos de nuestras instituciones y escenarios dan frutos a muy largo plazo, porque ésta es una cuestión que merece cultivarse desde la enseñanza primaria y con la importancia que requiere. Conceptos como disciplina y esfuerzo se conjugan con los de trabajo en equipo, generosidad, entendimiento y ambición cuando se trata de profundizar en la música y el arte en general, con todo lo que de sensibilidad conlleva.
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Andreas Schager |
El insigne e inconmensurable Barenboim ya llevó el segundo acto de Tristán e Isolda, esa emocionante página sobre el amor más trágico y apasionado que apenas ha sido superado por ninguna otra obra de arte, al Festival de Música y Danza de Granada en 2006, cuando el director era habitual invitado para clausurar cada edición del certamen. Fue entonces cuando la intención de llevar la ópera completa a escena en el Maestranza, después del éxito cosechado con Parsifal apenas un par de veranos antes, había fracasado por falta de apoyos, infraestructuras o presupuesto. Aquel segundo acto de Granada contó nada más y nada menos que con la Staatskapelle de Berlín y las voces de Ben Happner, Catarina Dalayman, Michelle DeYoung, René Pape y Stephan Rügamer. Naturalmente la capacidad del bonaerense para convocar las voces más rutilantes y apropiadas se ha repetido también en esta ocasión, con personalidades curtidas en el universo wagneriano y varias veces participantes en el prestigioso Festival de Bayreuth. Una orquesta elevada el limbo de las mejores, unas voces tan adecuadas como espectaculares y la batuta más insigne que uno pueda imaginar, más en el repertorio que más merecedor le ha hecho de ser considerado uno de los grandes genios de la música de todos los tiempos; y todos aquí en Sevilla, menudo privilegio y menuda satisfacción.
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Lioba Braun |
El resultado, fascinación hasta la levitación, emoción hasta alcanzar cotas sublimes. Una experiencia irrepetible e imborrable.
Barenboim, que tantas y tantas veces ha abordado la página, es capaz hasta de reinventarla y ofrecernos pasajes con una frescura como antes nunca los habíamos percibido, en ocasiones con efectos que sólo con manipulación electrónica seríamos capaces de creer y asimilar. Ese continuo vaivén de los violines a favor de la máxima sensualidad posible, unos metales tan majestuosos como portentosos, con efectos mágicos como en la cacería al comienzo del acto, la voz de Bragane surgiendo de la lejanía y provocando otro efecto mágico, la complicidad entre dos de las más grandes voces wagnerianas de la actualidad, la sueca Iréne Theorin aportando autoridad, sinuosidad y volubilidad a un mismo tiempo, y el austriaco Andreas Schager exhibiendo una voz de registro más lírico que heroico, pero tan potente y segura como impregnada de arrebatadora expresividad, la melancólica complicidad de Lioba Braun avisando a Isolda de los peligros que su apasionada historia de amor le puede acarrear, o la desesperada clemencia del Rey Marke apoyada en la portentosa y bellísimamente timbrada voz del barítono alemán Falk Struckmann, a lo que hay que añadir la episódica pero muy ajustada intervención del tenor inglés ex profesor de gimnasia Graham Clark. Todos al servicio de una interpretación antológica de la excepcional página de ese Wagner ídolo merecidísimo de millones de melómanos en todo el Mundo, porque al margen de su discutible ética o humanidad, es infinita la dicha que ha desplegado sobre las personas de muchas generaciones, haciendo progresar la Humanidad y el Arte, y siempre en sentido positivo.
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