Guillermo Peñalver |
Telemann fue el compositor elegido este año para protagonizar el concierto de la Orquesta Barroca de Sevilla con el que la Universidad Hispalense celebra la onomástica de su patrón, Santo Tomás de Aquino. Sin ciclos de contratenores de por medio, que el año pasado nos brindó la satisfacción de disfrutar con el sensacional recital de Xavier Sabata al frente de nuestro querido conjunto musical, esta vez el apartado solista recayó sobre miembros de la propia orquesta, con resultados desiguales y en alguna ocasión incluso decepcionantes.
Las notas al programa de Ramón Lara aclararon el porqué del título italiano de esta convocatoria centrada en compositores germanos -Los grandes alemanes-, pues junto a Telemann figuraba también con carácter secundario Haendel. Las influencias de la música italiana en el autor de Salomón es más que evidente, mientras en la del creador de la Orquesta de jóvenes estudiantes Collegium Musicum brilla más la influencia francesa, a su vez deudora en muchos aspectos de la italiana. Aclarado este respecto que a algunos nos tenía intrigados, las obras elegidas fueron exquisitas y plenamente disfrutables.
De la abundante producción de Telemann se seleccionaron dos conciertos para trompas; el primero, incluido en su Tafelmusik (Música para la mesa o el banquete), constituye por sí solo uno de sus trabajos más modernos e innovadores. A él respondió sin embargo la orquesta con cierta desgana y más deleite en el preciosismo sonoro que en su efusiva expresividad. Pero lo peor residió en las trompas naturales, ciertamente instrumentos muy difíciles que exigen enorme disciplina; pero si no se está en forma para abordarlos mejor no hacerlo, y ni Rentería ni Mira estuvieron a la altura, desafinando, sin apenas integrarse con el resto de la orquesta ni atinar en la generosa melodiosidad de la pieza, ni mucho menos en la perfección de sus largos acordes. Sólo el vivace final, a ritmo de caza, se salvó de un conjunto francamente decepcionante. Mejor resultó el segundo de estos conciertos, elegido para el final de la velada, una vez que el conjunto hacía ya tiempo que había reencontrado su habitual poder de seducción y sonido compacto, gracias entre otras cosas a un espléndido continuo formado por el violonchelo de Mercedes Ruiz, el bajo de Ventura Rico, el clave de Alejandro Casal y Javier Núñez, y la cuerda pulsada del gran Juan Carlos Rivera, que dieron cuerpo y musculatura a las obras interpretadas. Pero sin duda donde más brillaron los trompistas fue en la propina, logrando aclimatarse mejor al estilo, apianando con gusto y modelando con discreción. Quien sí estuvo sensacional fue Peñalver tocando la flauta en la célebre Suite u Ouverture en La menor de Telemann, prodigio de tersura y habilidad en manos del solista de la Barroca, que logró con ella una de sus interpretaciones más equilibradas e inspiradas, dentro de un conjunto que ya ha provocado muchas veces nuestra admiración.
Andoni Mercero |
Mucha de la música instrumental de Haendel se destinaba a los entreactos de sus obras corales, lo que da idea de la larguísima duración de los conciertos por aquella época. Sus dos colecciones de sonatas para trío son muy diferentes, siguiendo la Op. 2 el modelo da chiesa corelliano, mientras la Op. 5 y muy especialmente su número cuatro, no debe sonar rígida ni mecánica y se presta más a una ornamentación libre y espontánea, a divertirse con la música como hicieron los músicos de la OBS y muy especialmente José Manuel Navarro a la viola, Pedro Gandía al violín, y sobretodo Mercero, el concertino, que demostró su dominio absoluto del instrumento con un sonido exquisito y una facilidad para enriquecer la pieza con una ornamentación tan profusa como equilibrada.
No desentonarían en estos conciertos de Santo Tomás ni en los de apertura y cierre del curso universitario unas palabras de introducción por alguna autoridad académica que proporcionara algo de ceremonial al evento y lo dignificara y enalteciera más allá de la propia música, por muy excelsa que ésta sea.
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