Carlos Miguel Prieto |
La música que Beethoven concibió para ilustrar dos dramas sobre la lucha por la independencia y la libertad contra la tiranía y la opresión españolas (la ópera Fidelio y el drama Egmont) sirvieron para montar un singular programa en el que una rareza en forma de caligrama musical, ahora que tanto se habla del cartel diseñado por Ricardo Suárez para el Cristo de la Buena Muerte, como es este Egmont con narración incluida, se dio la mano con la menos programada de las cuatro oberturas que Beethoven compuso para su única ópera. Y el trío de rarezas se completó con el Concierto para cuarteto de cuerdas y orquesta de Schönberg, cuya singularidad radica en tratarse de una combinación inusual y que sin embargo algunos autores del siglo XX como Erwin Schulhoff, Morton Feldman o Emmanuel Nunes cultivaron con diferentes familias de instrumentos. La revolución en este último caso vino servida por el hecho de que fue la primera música que el autor de Noche transfigurada compuso fuera de la Alemania nazi de la que se vio obligado a escapar, lo que a buen seguro debió convertir la pieza en arte degenerado.
Para poner en pie tan atractivo programa, pues aunque la excelencia musical fuera menor vale la pena salirse del repertorio habitual, tomó la batuta por primera vez ante la ROSS el mejicano Carlos Miguel Prieto, que como buen americano exhibió desparpajo, simpatía y una total ausencia de complejos. La suya fue una dirección en gran medida preciosista, muy atenta a los detalles y los matices, pero a la que sin embargo faltó más empuje y un mayor y más adecuado acento en los ataques y las dinámicas. Faltó en general algo más de brío y energía, tan necesarias en una música tan asociada a los ideales revolucionarios. Puede que Leonora nº 1 no funcione tan bien como obertura de Fidelio como lo hacen la definitiva o la nº 3, a la que últimamente se recurre mucho en sustitución de la obertura oficial; pero como pieza de concierto, libre de sus funciones como introducción dramática, cubre muy dignamente el expediente.
Cuatro de los más reputados solistas de la orquesta hicieron alarde de lo bien que ha ido funcionando el ciclo de cámara durante sus más de veinte años de existencia. Formaron un cuarteto de ensueño, calibrando a la perfección las distintas texturas y molduras de la pieza de Schönberg, por otro lado una obra pretenciosa con la que el compositor intentaba poner en evidencia las presuntas carencias y defectos del Concierto Grosso Op. 6 nº 7 de Händel, y que se enmarca en la corriente neoclásica del primer tercio del siglo pasado, con puntuales toques atonales y vanguardistas. Al margen de su obertura, la música incidental de Beethoven para el drama de Goethe sobre el idealista Egmont y su lucha contra el tercer Duque de Alba, se programa muy rara vez, y sin embargo la ROSS ya lo ha hecho dos veces. Quizás podrían haberse ahorrado la narración declamada con notable limpieza por Prieto, lo que justifica que la hayamos bautizado "caligrama"; esa decisión hubiera potenciado su unidad musical y le hubiera restado pesadez. Pero lo cierto es que aquí sí hubo mayor energía y contundencia, especialmente en la Sinfonía de la Victoria final. Quien sí volvió a encandilarnos fue Ruth Rosique, que en sus dos intervenciones se mostró tan segura, briosa y marcial (Die Trommel gerhüret) como candorosa y sensible (Freudvoll und Leidvoll), haciendo gala de una voz potente y brillante, con un timbre cada vez más hermoso y su habitual presencia escénica, llena de gracia, encanto y femineidad, sin pasar por alto lo elegantemente que iba vestida.
En el programa de mano se dedicaba el concierto a Claudio Abbado, y con notable elocuencia Prieto presentó tras los calurosos aplausos, fuera de programa, Crisantemi de Puccini en memoria del maestro recientemente fallecido, cuando aún resonaban en los oídos del público sus acordes en Manon Lescaut.
No hay comentarios:
Publicar un comentario