
El suyo es un talento innato, moldeado con años de duro trabajo y una incontinencia creativa considerable, que le ha llevado incluso al campo de la música clásica con colaboraciones del calibre de la soprano Kathleen Battle y proyectos como su Concierto para saxofón. De esa inquietud dio buena muestra en un concierto ecléctico, en parte dedicado al estilo de Django Reinhardt que ya cultivara en su disco Chasin’ the Gypsy, tan difícil de emular cuando se prescinde de guitarra. No faltaron los ritmos latinos, el elegante sonido madison, el bebop tradicional y el swing mejor sincopado, con hueco incluso para los sonidos y efectos más atrevidos y arriesgados, en la onda de la más exigente música contemporánea.
Carter destacó sobre todo en su imaginativa y exuberante exhibición de solos, tan improvisados como calculados a juzgar por el diálogo y la coherencia mantenida con sus espléndidos compañeros de viaje: Gerard Gibbs aportando un estilo nostálgico en su uso del Hammond B3 y haciendo gala igualmente de una enorme creatividad en las ornamentaciones, y Elmar Frey tan eficaz y comprometido a la percusión como el integrante original Leonard King. Y para no anquilosarse Carter exhibió también un virtuosismo extremo, a veces rabioso y provocador, al clarinete, hasta el punto de que a veces parecía estar tocando simultáneamente varios instrumentos, tal fue la riqueza tímbrica y la vertiginosa velocidad manifestadas.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía el jueves 30 de mayo de 2015
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