Thomas dirigiendo |
Hemos apuntado en otras ocasiones el cariño que deposita este conjunto, sobre todo su director, en los programas que acomete; muy especialmente cuando se combina poesía y música como en esta ocasión, con un marcado acento británico planeando durante todo el concierto. La Bética volvió con esta cita al Teatro de la calle Laraña, inaugurando una nueva etapa dirigida por el Ayuntamiento, que de momento recupera la programación que Cajasol dejó a la deriva, mientras va ideando una ambiciosa nueva temporada en la que la sala podría convertirse en crisol de otras iniciativas de la ciudad, por lo que le auguramos fortuna en su empeño.
Este séptimo concierto de temporada, que se repitió el domingo en Alcalá, se centró en músicas elegíacas y reflexivas acompañadas de lecturas enérgicas de poesías en torno a la centenaria Gran Guerra, a cargo del hispanista Robert León en su lengua vernácula, mientras en una pantalla se visualizaba la traducción ilustrada con fotografías de la tragedia. The Soldier, de Rupert Brooke, dio paso a la hermosa Serenata para cuerdas de Elgar, con la que la orquesta acertó a evocar su atmósfera pastoril, serena y luminosa, destacando la labor de la cuerda grave. El envolvente Ascenso de la alondra de Vaughan-Williams vino acompañado del poema de Meredith George que lo inspiró, ofreciendo a José Manuel Martínez Melero, concertino de la orquesta, la oportunidad de lucirse con sus complicados e imaginativos trinos de manera tan sutil como concentrada. Su evidente esfuerzo y notables resultados se hicieron eco también en la propina, el primer movimiento de la Sonata nº 2 de Ysaye, Obsesión.
José Manuel Martínez Melero e Israel Martínez |
Berceuse héroique, ofrenda patriótica de Debussy dedicada a las tropas belgas, inauguró la segunda parte, con más efectivos que potenciaron su carácter trágico y melancólico, aunque abusando de una pompa que el compositor aborrecía. Una nueva orquestación de Noche transfigurada a cargo del propio Michael Thomas, con vientos, metales y maderas doblando a la cuerda exclusiva de la original de Schönberg, completó el programa. Su muy complicada arquitectura contó con un trabajo exhaustivo que tuvo sus más y sus menos, echándose en falta una mayor delicadeza y dosis de lirismo, propiamente transfigurando su estética poética hacia otra dramática y combativa más acorde con el acontecimiento evocado. La dedicación que director y solista prestaron a sus compañeros y compañeras, que merecen más atención de público y medios, sigue sin tener eco en un programa de mano que desprecia sus créditos; mientras ver en los atriles de la orquesta a intérpretes de la talla de Israel Martínez o Leo Rossi demuestra que la suya es una carrera en ascenso, y un orgullo para una ciudad que pasa así en veinte años de casi no tener un conjunto estimable a contar con varios.
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