
Tomillo demostró que la suya no es quizás una batuta muy apropiada para Mozart, aunque imprima carácter y estilo a su trabajo en la dirección. Faltó chispa en una interpretación de la Sinfonía nº 36 inflada de efectivos, cuya colocación, con violines a ambos lados y cuerda grave en segundo plano, no benefició a un sonido mal empastado y una cuerda a menudo flácida. El resultado no obstante fue dinámico y ágil pero falto de ligereza.
La sorpresa es que atreviéndose con Bruckner, cuya Séptima Sinfonía fue abordada por el conjunto hace cinco años, naturalmente con otros integrantes, los resultados fueran tan gratificantes. Tomillo ofreció una versión sólida y robusta, henchida de expresividad y rica en matices y muy estudiados juegos dinámicos, que encandiló tanto a incondicionales como a desconocedores del compositor austríaco. Unos poderosos metales y un extraordinario trabajo de timbales potenciaron el entusiasmo que pudo observarse en muchos de los aguerridos intérpretes. Tres impecables propinas, incluida la Obertura de Carmen y la Danza Húngara nº 5 de Brahms, redondearon el festín que propicia el milagro de una formación académica como ésta, imprescindible para elevar nuestro nivel cultural y humano, y que se extiende a las oportunidades que, al menos aquí en Sevilla, están brindando a estos singulares artistas la Universidad, el Conservatorio o la Academia de Estudios Orquestales con el esfuerzo de su impagable profesorado.
Versión extensa del artículo publicado en la edición impresa de El Correo de Andalucía el 8 de abril de 2015
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