De izquierda a derecha: Antonio Picó, Rafael Gálvez y Juanjo Guillem |
El programa estuvo exquisitamente diseñado y articulado, a través de piezas dinámicas y muy contrastadas de grandes maestros internacionales en los extremos, y otras tres españolas jugando a la experimentación y la innovación en el centro, cuyo eje lo conformó una obra de la que Neopercusión está manifiestamente satisfecha, la que Sánchez-Verdú compuso por encargo suyo en 2008 y cuya audacia y belleza expresiva, servida con calidez y suma brillantez, mereció el dilatado y enfervorecido aplauso de un público en su mayoría muy joven.
A los sonidos primitivos del noruego Wallin, sometidos a un rigor casi matemático y un juego armónico preciso, siguieron las notas relajantes y espirituales del catalán Humet, que somete los cuencos tibetanos a una perversión justo a mitad de la pieza, con el fin de generar inquietud y desasosiego. La del joven santanderino Jesús Navarro es una obra más convencional aún en su vocación de experimentar con sonidos acústicos y amplificados, destinada a ilustrar sueños de carácter tenebroso con una estética cinematográfica. Battistelli y su apoteosis catárquica de tambores, timbales, baterías y bombos puso el toque industrial a un suculento pastel para el que el grupo contó con un nutrido conjunto de instrumentos y que Guillem abordó con responsabilidad didáctica a través de largas y vacilantes explicaciones.
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