USA-Reino Unido 2015 109 min.
Dirección Simon Curtis Guión Alexi Kaye Campbell Fotografía Ross Emery Música Martin Phipps y Hans Zimmer Intérpretes Helen Mirren, Ryan Reynolds, Daniel Brühl, Katie Holmes, Tatiana Maslany, Max Irons, Charles Dance, Elizabeth McGovern, Jonathan Pryce, Antje Traue, Allan Corduner, Nina Kunzendorf, Frances Fisher, Tom Schilling, Henry Goodman, Moritz Bleibtreu Estreno en Estados Unidos 1 abril 2015
Simon Curtis, formado en la televisión británica y responsable de Mi semana con Marilyn, donde el recientemente oscarizado Eddie Redmayne daba réplica a una Michelle Williams disfrazada de Marilyn Monroe en una recreación del rodaje de El príncipe y la corista, dirige esta emocionante y emotiva película que nos habla de respeto, perdón y sobretodo, dignidad. La dignidad que representa esa memoria histórica tan denostada por un amplio sector de la sociedad y la política de nuestro país, y que sólo un gobernante, Zapatero, se atrevió a colocar sobre la mesa, aunque hoy sea recordado por gestionar mal la crisis económica y apenas reconocérsele su papel en la restitución de derechos civiles y la aniquilación del terrorismo independentista vasco. Restitución de la dignidad, a través de la impresionante historia de un David que se enfrentó a un Goliath para remediar una situación de angustia e infelicidad arrastrada durante más de cinco décadas. Una mujer judía de avanzada edad, descendiente de una poderosa y refinada familia austríaca, devastada por la invasión nazi durante la Segunda Guerra Mundial, y su joven abogado californiano, a su vez descendiente nada más y nada menos que de Arnold Schoenberg, el más relevante y revolucionario compositor de música del siglo XX, son los David que se enfrentan a Goliath, el Estado Austríaco, por la restitución del patrimonio familiar de la primera, expoliado durante la conflagración. Una causa ganada de antemano si no fuera por el poder ilimitado del demandado, pero que con entusiasmo, perseverancia, obstinación y buenos argumentos, más de índole sentimental y humano que estrictamente jurídico, se puede resolver a favor de la justicia y la verdad. Es eso que el cine americano ha hecho durante décadas, ejercer de abogado defensor de causas justas y nobles, y por lo que se le tacha facilonamente de lacrimógeno y tramposo, tocando nuestra sensibilidad y nuestras emociones a través de impolutos guiones cargados de buenas intenciones y sentimientos universales. Reconozco que ante el visionado de esta película no me siento absolutamente objetivo e imparcial. Un reciente viaje a Viena, en el que tuve la ocasión de recorrer incansablemente sus preciosas calles, las mismas que hace apenas tres cuartos de siglo presenciaron el horror más absoluto y execrable que el ser humano pueda imaginar, y que hoy lamentablemente se repite en tantos y tantos otros lugares de nuestro desdichado planeta; y en el que igualmente tuve la ocasión de visitar sus suntuosos museos, disfrutar de Klimt y Schiele en Leopold y Belvedere, o escuchar a Mozart, Loewe, Chaikovski y Berlioz en lugares tan emblemáticos como la Ópera Estatal, la Volksoper o el Musikverein. Recuerdos recientes que azotaron mis emociones durante la película, y que unidos también a mi propia y corta experiencia como abogado, en la que la perseverancia y la obstinación dieron también sus frutos satisfactorios, embargaron mi emoción, llevándome a atesorar ésta entre las películas más especiales que he visto recientemente. Curtis y su equipo, comandado por el sagaz productor Harvey Weinstein, responsable también de otra maravillosa búsqueda de otra mujer mayor de su propia identidad, Philomena, se han encargado de que en la travesía sea la dignidad lo que más sobresalga. Y así los nombres de Klimt y Schoenberg, tan presentes en esta historia restitutoria del lugar que los grandes nombres merecen en la Historia, por encima de sus miserables verdugos, se ven acompañados en la escena por el rutilante trabajo interpretativo de Helen Mirren, en cuya versión original se puede apreciar el esfuerzo que ha hecho por mantener un acento marcadamente austríaco. También merecen destacarse Ryan Reynolds, mucho mejor actor de lo que se le reconoce, como pudo demostrar en Enterrado. Y para remarcar esa dignidad a la que aludimos, Katie Holmes y Charles Dance reforzando con sus cortos papeles el trabajo de la pareja protagonista. Convincentes también la actriz canadiense Tatiana Maslany, dando vida a la protagonista, Maria Atlmann, de joven, y Max Irons, hijo de Jeremy Irons y Sinéad Cusack, como su esposo. Y la presencia siempre estimulante de Jonathan Pryce (Evita, Carrington) y Elizabeth McGovern (Gente corriente, Ragtime), a quienes hacía tiempo que no veíamos en pantalla, especialmente ella.
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