USA 2016 87 min.
Dirección Jaume Collet-Serra Guión Anthony Jaswinski Fotografía Flavio Martínez Labiano Música Marco Beltrami Intérpretes Blake Lively, Óscar Janeada, Brett Cullen, Sedona Legge, Angelo Lozano Corzo, José Trujillo Salas, Pablo Calva, Diego Espejel Estreno en Estados Unidos 24 junio 2016; en España 15 julio 2016
Catalán de nacimiento, Jaume Collet-Serra ha dirigido toda su filmografía en Estados Unidos, primero con dos estimables títulos de terror – La casa de cera y La huérfana – y después con una serie de inquietantes títulos de acción y tensión protagonizados por Liam Neeson – Sin identidad, Non-Stop Sin escalas, Una noche para sobrevivir – hasta llegar a ésta, quizás su película más compleja, lograda y arriesgada hasta el momento. Una filmografía con la que se ha labrado un merecido prestigio como director de interesantes cintas de serie B, entretenidas y a menudo originales. En esta ocasión una joven surfista con puntuales problemas existenciales, viaja a una playa paradisíaca y secreta en Méjico para practicar el deporte en cuestión, pero su aventura se convertirá en un duelo de pesadilla cuando sufra el ataque de un gran tiburón blanco, una vez sola y apartada del mundanal ruido. Collet-Serra consigue con la ayuda de Blake Lively (El secreto de Adaline, Café Society) imbuir de tensión irrespirable un ejercicio de pura cinefilia que rinde homenaje al Tiburón de Spielberg desde la humildad y el respeto, sin pretender en ningún momento emular tan legendario precedente, aunque en el camino supere con creces todos los demás intentos de aprovechar su éxito, desde Orca a Deep Blue Sea pasando por Piraña, Tentáculos y similares. Para ello cuenta inteligentemente con una actriz versátil e inquietante, capaz de dar vida con convicción a un David femenino, decidida e ingeniosa, nada de la típica guapa insulsa sino más bien una actriz con múltiples registros y posibilidades, unido a un sentido del ritmo y de la dosificación de la tensión realmente conseguido, presente casi desde el minuto cero con utilización incluso de la banda sonora para generar inquietud (atención a la típica canción roquera que suena en superficie pero se apaga debajo en el mar, donde el terror siempre parece acechar). Puro entretenimiento y liberación de adrenalina, sin más pretensión que lograr hora y media irrespirable sin profundidad, como indica su título original, a tan solo cien metros de la costa, y posiblemente sustentando la trama en múltiples disparates que no escaparían a un zoólogo pero resultan inofensivos para el espectador medio, ávido de experiencias que aunque ya vividas resulten frescas y distintas en manos del equipo y el jefe adecuados, como es el caso.
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