Guión y dirección Terence Davis, según la novela de Lewis Grassic Gibbon Fotografía Michael McDonough Música Gast Waltzing Intérpretes Agyness Deyn, Peter Mullan, Kevin Guthrie, Jack Greenlees, Mark Bonnar, Douglas Rankine, Linda Duncan McLaughlin, Ron Donachie, Stuart Bowman, Niall Greig Fulton, Daniela Nardini Estreno en el Festival de Toronto 13 septiembre 2015; en Reino Unido 4 diciembre 2015; en España 22 julio 2016
La primera de las novelas que conforman la trilogía A Scots Quair del aquí poco conocido y nada traducido autor escocés Lewis Grassic Gibbon, a pesar de haber escrito un Espartaco alternativo al de Howard Fast, nos introduce en el personaje de Chris Guthrie, una hermosa joven con especial talento para el estudio y una vida marcada por la educación férrea de un padre cruel y extremista para quien Dios y la Biblia son más que un mero credo para entrar dentro del ámbito de un estilo de vida intolerante y agresivo. La trilogía, que se completa con Cloud Howe y Grey Granite, ha sido llevada a la televisión británica, y sabemos que al director de The Deep Blue Sea, La casa de la alegría, El largo día acaba y Voces distantes le ha marcado mucho desde su descubrimiento hace ya un buen puñado de años, pero desconocemos si tiene intención de embarcarse en la adaptación del resto de la saga. Con ésta Davis ofrece su cara más clásica y tradicional, tanto estética como narrativamente, entroncando con un estilo comparable a la épica romántica e intimista cultivada en los años sesenta por David Lean (La hija de Ryan) y John Schlesinger (Lejos del mundanal ruido), algo distante de su manera de hacer cine en los títulos antes apuntados, un poco más arriesgada y atrevida. Una fotografía preciosista y detallista y una elegante puesta en escena contrastan con los limitados recursos empleados a la hora de ponerle música al asunto, con un chirriante fondo de sintetizador para acompañar las canciones que tradicionalmente ilustran sus películas, lo que sorprende dada la melomanía del autor. La cinta nos cuenta las penurias y dichas de esta joven a la que la vida le lleva, con naturalidad y sin imposiciones, a repetir los esquemas que se presuponen a una mujer de la época, convencionalismos que la retiran de cumplir sus sueños de adolescencia. En el camino de madurez conocerá el carácter despiadado de su padre, su entrega incondicional a un hermano al que adora, y la felicidad en brazos de un joven que no responde al paradigma del galán clásico pero que completa con ella una pareja que transmite amor, respeto y felicidad por los cuatro costados. En todo el desarrollo será importante el papel castrador de la Iglesia, no sólo representado en ese padre implacable sino también en el sacerdote estigmatizador. Sus largas secuencias y calculados diálogos fluyen con tal naturalidad y talento que sus dos horas y cuarto pasan rápidas, a pesar de que se echa en falta más emoción y capacidad para conmover. Menos logrado resulta la exquisitez de comportamiento de todos los personajes, a pesar de tratarse de gente de campo con pocas oportunidades y menor educación, aunque a la larga esta exhibición de buenas maneras se agradece frente a la vulgaridad que hoy estamos condenados a soportar en pantalla. En última instancia la novela y la película son un eficiente alegato contra la guerra, no tanto como para transformar caracteres de manera tan drástica como se refleja en su argumento, pero sí por su capacidad catastrofista para destruir esperanza y felicidad individuales con el falso pretexto de salvaguardar valores que casi siempre benefician a unos pocos, esa aristocracia que sigue manejando los hilos de las vidas sencillas que sólo deberían estar reguladas por su anclaje a la tierra, único Dios que determina nuestro destino y justifica nuestra existencia. Esperemos que la película sirva para abrir nuevos horizontes a Agyness Deyn, soberbia en su papel protagonista, y Kevin Guthrie, que ya coincidió en Amanece en Edimburgo con Peter Mullan, actor de Ken Loach en Mi nombre es Joe y director en Las hermanas de la Magdalena.
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