Las cálidas noches en el Alcázar han renovado considerablemente su cartel de artistas, algunos de tan dilatada y prometedora carrera como la del joven guitarrista malagueño que nos visitó el pasado jueves. Acostumbrados a las magníficas prestaciones de Antonio Duro o Francisco Bernier, habituales en estos encuentros, ha sido toda una revelación comprobar cómo tras trece años sin actuar en nuestra ciudad, como él mismo confesaba al inicio del recital, Rafael Aguirre se haya convertido en uno de los más completos y sensibles intérpretes del instrumento español por antonomasia en el mundo entero. Cuesta aceptar a la vista del extraordinario talento desplegado en esta cita que los principales escenarios hispalenses hayan obviado su presencia en todo este tiempo.
La forma que tiene de tocar define a la perfección lo que es un artista, alguien capaz no sólo de frasear y modular con una técnica portentosa, limpia y perfectamente definida, sino de transmitir además todo un glosario de sensaciones, potenciado por una sensibilidad extrema y una extraordinaria capacidad para conmover, divertir o emocionar según qué pieza. Un ejemplo perfecto lo tenemos en Lágrima del imprescindible Francisco Tárrega, con cuya excelsa interpretación llegó a extraer precisamente eso de nosotros, la lágrima. Este preludio en miniatura fue una de las muchas piezas que el guitarrista eligió del compositor valenciano afincado en Barcelona, junto a otras de los catalanes Fernando Sor y Joaquín Malats. Un programa catalán en manos de la guitarra española… da que pensar. Una de las particularidades de Aguirre reside en despachar con tanta soltura técnica como brevedad las obras que acomete, que vienen a durar menos de la media. Eso y la falta de presentaciones, salvo ya al final para confesar su admiración por Yepes y la Gran Jota de Tárrega que le abrió las puertas del instrumento, acortó la duración del concierto, que terminó con un admirable Recuerdos de la Alhambra pulsada con igual elegancia y buen gusto que el Capricho árabe, la polka Rosita, el Estudio brillante sevillano o el tango María que desgranó del repertorio de este gran maestro.
Aunque lo más sorprendente fue su destreza y agilidad para enfrentarse a la Gran Jota, cuya sección central percutida y con el sonido de la cuerda en lejanía obtuvo resultados más allá de la pura magia, directamente sobrenaturales. También con arreglo del compositor de Villarreal, la popular Serenata Española original para piano de Joaquín Malats evidenció también la agilidad y elegancia de Aguirre, mientras las Variaciones sobre un tema de Mozart de Fernando Sor, que aunque clásico admite connotaciones de un adelantado romanticismo, sonaron sencillas, compactas y con ese punto jovial y desenfadado que demanda.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía el 30 de julio de 2016
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