Reino Unido 2016 125 min.
Guión y dirección Terence Davies Fotografía Florian Hoffmeister Intérpretes Cynthia Nixon, Jennifer Ehle, Duncan Duff, Keith Carradine, Jodhi May, Joanne Bacon, Catherine Bailey, Emma Bell, Benjamin Wainwright, Annette Badland, Rose Williams, Stefan Menaul, Eric Loren, Noémie Schellens, Miles Richardson Estreno en el Festival de Berlín 14 febrero 2016; en España 7 octubre 2016; en Reino Unido 18 noviembre 2016
Apenas unos meses después del estreno de Sunset Song, nos llega el nuevo film de Terence Davies, paradójicamente un director que se prodiga poco, que desde 1988, cuando estrenó la celebrada Voces distantes, apenas ha realizado cinco films de ficción. Y hemos sido los españoles y españolas quienes la hemos descubierto primero en pantallas comerciales desde su paso por diversos festivales como el de Berlín, Toronto o San Sebastián. Davies propone más un retrato que una biografía de la poetisa norteamericana Emily Dickinson, que ciertamente no vivió grandes episodios biográficos en su vida, encerrada prácticamente en su casa familiar de Massassuchets, donde fue testiga muda de los acontecimientos que azotaron el país durante la primera mitad del siglo XIX, en un estado que fue fundamental para el desarrollo de la vida política del país, tan cerca de Boston, ciudad que transpira historia, con el puritanismo, la esclavitud y el secesionismo como puntas del iceberg de una sociedad en continuo proceso de transformación. Todas estas cuestiones están presentes en un film que, sin embargo, se encuentra en las antípodas de lo épico y adopta más bien un carácter eminentemente intimista, como la poesía que emanaba de una mujer cuya extraordinaria sensibilidad, su fuerte carácter, a veces incluso cruel, y su obsesión por una belleza que se le resistía, condicionaron un arte literario que fue cobrando importancia con el paso del tiempo y más allá de su propia existencia. Davies recrea para la ocasión unos escenarios casi teatrales con diálogos medidos meticulosamente quizás para generar a su vez la sensación de creación literaria que perfecciona este amargo retrato de una mujer condicionada por el género, la religión y el paulatino abandono de los seres más queridos, bien por cuestiones sentimentales, defunción o escasez de oportunidades. La sobriedad caracteriza una película que se erige como documento hermoso y trágico de una persona frustrada en su romanticismo, del que bebía a través de las novelas de las Brontë y la ternura de su padre y hermano, no obstante autoritario el primero, sólo llorica el segundo. Frustraciones que dotan a la pasión del título de un contenido místico que, con la enfermedad, convierten a la heroína, muy a su pesar, en una suerte de santa silenciosa (la pasión silenciosa del título original, una vez más conforme al espíritu de la película que su traducción al castellano). El conjunto aparenta el universo retratado en las coloristas novelas de Jane Austen, pero tamizadas por la negrura de una mujer atormentada y los colores fríos de un hogar que se revela como reclusión de una mujer que no comulga con Dios sino con sus frustraciones. Una vez más Davies hace uso de la música, que por cierto apenas subraya la acción del film, para en determinados momentos provocar una sensación de bálsamo en medio de situaciones cuyo dramatismo alcanza cotas estimables. Lástima que todo este preciso y hermoso retrato de la poetisa y su entorno, en el que cabe también destacar las interpretaciones de, sobre todo, Cynthia Nixon (Sexo en Nueva York), Keith Carradine (habitual de Robert Altman y Alan Rudolph, recuperado tras muchos años de ausencia en el cine) y Catherine Bailey, que da vida a la descarada amiga de la protagonista, se alargue en demasía, denotando redundancias que habiendo sido suprimidas habrían logrado un producto más redondo.
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