Dirección Dennis Villeneuve Guión Hampton Fancher y Michael Green, según los personajes creados por Philip K. Dick Fotografía Roger Deakins Música Hans Zimmer y Benjamin Wallfisch Intérpretes Ryan Godling, Harrison Ford, Ana de Armas, Jared Leto, Sylvia Hoecks, Robin Wright, Mackenzie Davis, Carla Juri, Dave Bautista, Barkhad Abdi, David Dastmalchian, Hiam Abbass, Tómas Lemarquis, Edward James Olmos Estreno simultáneo en Estados Unidos y España 6 octubre 2017
Cuando Philip K. Dick escribió ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? y Ridley Scott lo llevó al cine, imaginar el año 2019 era una cuestión de futuro. Hoy que apenas quedan dos años para dicha fecha y comprobamos lo equivocados que estaban sus visionarios, es mejor considerar el avance de treinta años en el que se ambienta esta oportunista secuela en términos de distopía, más como un universo paralelo que como otro a esperar. Cualquier inquietud actual tiene más parangón en ese presente alternativo e indeseable que en un futuro cuyos parámetros resultan tan difíciles de imaginar. Blade Runner fue en su momento un fracaso de taquilla que el tiempo se ha encargado de convertir en mito y leyenda. Nadie pedía la continuación de una historia de carácter existencial, filosófico y trascendental, que dejaba planteadas ya suficientes preguntas y dilemas, y que el nuevo guión no parece tener intención de responder. El acierto de contar con Hampton Fancher en su escritura, que ya participó en la adaptación del original, permite dotar de cierta coherencia el producto actual, mientras dejar la dirección en manos de Villeneuve, tras el reconocimiento que le han reportado cintas como Incéndies, Sicario y La llegada, garantiza cierta dignidad al producto final. Ridley Scott se reserva labores de producción y de esa forma cierto control sobre su acabado; y una campaña de márketing tan agresiva como suele ser habitual, convierte en éxito de taquilla lo que la humilde propaganda de 1982 no logró para su espléndido precedente. Esta oportunista secuela mantiene gran parte de los atractivos que hicieron de Blade Runner una película singular, como es la dirección artística, hoy y aquí ausente de cualquier atisbo de creatividad ni originalidad, el carácter frío de la narración y los hieráticos personajes, su aspecto de cine negro, la atmósfera y hasta la música, que en ausencia de Vangelis, Hans Zimmer y Benjamin Wallfisch se han encargado de mimetizar, aunque sin temas melódicos palpables y haciendo uso de un estilo absolutamente impersonal y meramente atmosférico. El mérito es que la trama se sigue con cierto interés, el espectáculo visual es considerable, aun sin abusar de efectos para no traicionar tampoco ahí el espíritu del original, y mantiene sus postulados éticos y filosóficos de cara a nuevas generaciones no familiarizadas con la película del 82. Ciertamente no son razones suficientes para justificar la irrupción de esta secuela en una cartelera tan saturada de productos similares, y la estética de Blade Runner se ha copiado hasta la saciedad en el género desde hace décadas, pero dan dignidad a un producto en el que todos quienes han intervenido sabían perfectamente para qué lo hacían. La presencia de Ana de Armas da seguridad a su carrera americana hacia el estrellato, y la aportación de Harrison Ford ayuda sobremanera a esa dignificación de la que la cinta se hace eco, mientras apuntes sobre el sentido de la vida, la necesidad de emocionarnos y romper cadenas frente a la opresión que sobre todos y todas ejercen los poderes fácticos, siguen intactas y, como el resto de la función, no aportan nada significativamente nuevo.
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