Teatro de la Maestranza, martes 24 de octubre de 2017
Esta crisis parece que no nos quiere abandonar del todo, y así el Maestranza tira cada año de una reposición de producción propia con tema sevillano para engrosar la temporada lírica ahorrando costes. Y con la que se nos viene encima parece que la situación no pueda sino agravarse en los años venideros, precisamente por cuestiones harto parecidas, con matices distintos y evidentes, a las que Beethoven denunciaba hace dos siglos en este su único título operístico. Una obra que tardó mucho en gestarse, provocó casi la desesperación de su autor y fue objeto de dos revisiones considerables que cristalizaron en la que hoy conocemos como Fidelio después de una década denominándose Leonora. Y es que tanto monta, monta tanto, Fidelio es Leonora y viceversa en este drama con personaje travestido que lucha denostadamente por liberar a su amante esposo de las garras de un tirano sin escrúpulos en una cárcel que el libreto situaba en la entonces tan de moda Sevilla. Una trama inspirada en los grandes vodeviles franceses con tema de rescate marital que tanto se llevaban por aquel entonces, y que Beethoven aprovechó para resaltar los valores de la Ilustración, la reivindicación de los derechos y libertades más fundamentales, y la exaltación de la dignidad humana como valor absoluto e irrenunciable, y de paso exaltar las virtudes de la vida conyugal.

También el coro sobresalió, a pesar de los movimientos escénicos rancios y apagados a los que fueron sometidos sus integrantes masculinos, bien entonados y sobrellevando toda la carga emocional de su cometido, habida cuenta de la escasa eficacia del trabajo escénico al respecto. En cuanto al resto del elenco, todos y todas cumplieron a la perfección en cuanto a registro y tesitura, aparte la proyección que ya apuntábamos. Muy matizado el Florestán de Roberto Saccà, que supo transmitir nobleza y agotamiento sin sacrificar potencia, y que como Pankratova lidió con un dificilísimo rol con sobrada competencia. Wilhelm Schwinghammer compuso un Rocco en su justa medida cómica, no tan próximo a Leporello como habitualmente se le supone, evitando también Halffter aligerar el tono de la función para no rebajar sobriedad alguna. Satisfactorios también Beñat Egiarte y Adrian Eröd, como Jaquino y Don Fernando respectivamente. Mercedes Arcuri posee un bello timbre y eficiente articulación, así como capacidad para elevar el tono y emitir agudos sin estridencias; le falta dominar mejor los graves para que no se resienta su capacidad de proyección. Thomas Gazhell compone un Pizarro histriónico y sobreactuado incluso al cantar, con incómoda propensión al alarido y la descomposición. El concepto de Plaza para la puesta en escena se revela raquítico y rancio, con composiciones dramáticas más propias del cuadro que de la escena, sin aprovechar la profundidad de campo más que para mostrar unas ridículas escenas masoquistas que evidencian una notable falta de imaginación y creatividad. Con todo el espectáculo resulta notable por la traslación del espíritu ilustrado a la música, tan bien interpretada como cantada, haciendo honor a la espléndida partitura del genial maestro de Bonn.
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