Espacio Turina, miércoles 4 de octubre de 2017
Muchos fueron los motivos que hicieron de la velada del miércoles un acontecimiento especial. Entre éstos destacan la puesta de largo de una nueva asociación con sede en la provincia de Málaga, dedicada a promover la música de cámara en nuestra comunidad, con especial énfasis en acercar la gran música a los más jóvenes, y que esta asociación esté formada por gente de aquí, entusiasta y comprometida. Pero sobretodo que supusiera el reencuentro del público sevillano con su excelencia la incombustible Elisabeth Leonskaya. La insigne pianista nos ha visitado en varias ocasiones, tanto al Maestranza como al Turina, o acompañando a la ROSS, pero todas hace mucho tiempo. Recordamos especialmente su recital del año 2006, cuando nos maravillaba su agilidad y destreza a la digitación. Han pasado once años y no sólo no ha perdido un ápice de esas cualidades sino que las ha madurado más todavía.
Leonskaya hizo gala una vez más de su naturalidad y sinceridad a la hora de enfrentarse a páginas que conoce de memoria y han conformado su magisterio, un Schubert que constituye su principal caballo de batalla y la convierte en autoridad. La pianista deslizó su porte elegante exprimiendo el significado y el sentido de cada una de las páginas programadas como si estuviera hablando de ella misma. Un Schubert recorrido desde una pieza de juventud hasta su cumbre y ocaso, el mismo año de su fallecimiento cuando forjó ese milagro que es la Sonata D. 960, la última de las más de veinte que compuso. Una obra de la que extrajo su carácter introspectivo, acariciando las notas – sensacional el ritmo sincopado del andante cruzando manos y apenas rozando con la izquierda – y dramático, sin escatimar fuerza y contundencia en los pasajes más agitados, aun manteniendo un difícil equilibrio entre tensión emocional, profunda solemnidad y contemplación poética. Bordó su carácter expansivo, sus continuos cambios de tempo e indicaciones métricas, sin despreciar serenidad y luminosidad allá donde la obra lo demanda.
Más ligera es la Sonata D. 537, no por juvenil intrascendente. Apasionada en el allegro inicial, contenida en el allegretto y con elocuentes pausas en el allegro vivace final, exhibiendo en la coda un carácter estresado pero sin estridencias ni salidas de tono, manteniendo inteligentemente sus tintes amables pero no complacientes. Magistral fue su lectura de la Fantasía errante (o del caminante), una pieza de considerable exigencia para cualquier pianista, diabólica según el propio autor. Leonskaya no sólo superó de largo el desafío técnico, sino que ofreció una interpretación delicada y sutil en lo que a cambios de registro se refiere, perfectamente cohesionada y coherente, destacando en brillo, con un fraseo portentoso y una estimulante interiorización. Aún tuvo fuerza para ofrecer dos largas propinas, una de ellas un Impromptus D. 899 nº 3 con el que acusó cierta y lógica fatiga, y que forma parte de una de sus más legendarias grabaciones, la que hizo para Teldec hace veinte años.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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