Dos importantes eventos de la Universidad de Sevilla se han unido este año por primera vez, el concierto de apertura del curso académico y el proyecto Atalaya de recuperación del patrimonio histórico musical de Andalucía, hasta ahora repartidos en dos fechas distintas de la agenda musical sevillana. La novedad ha propiciado dos importantes cambios, la sustitución de la Sinfónica por la Barroca para hacerse cargo de este concierto saludo del curso, y la de la Iglesia de la Anunciación por el Auditorio de Ingenieros de la Cartuja para el segundo evento, ganando en acústica y aforo. En los atriles un repertorio que cristalizará en la nueva grabación del conjunto especializado y que ahonda más en el interesante catálogo de obras compuestas por el prolífico Juan Francés de Iribarren para la Catedral de Málaga, donde ejerció de maestro de capilla durante treinta y tres años.

Espada por el contrario brilló desde un principio a pesar del anodino Ave María que le sirvió de presentación. Su voz cristalina, dulce y brillante recorrió los pentagramas de Iribarren, y más adelante los de Pergolesi, con inusitada facilidad e incontestable exquisitez, a lo que sumó su providencial candor. Con sólo dos violines, a los que se unió la viola en el Stabat Mater, y bajo continuo con una voz por parte, Onofri lideró un conjunto apenas testimonial del trabajo de los solistas, raquítico en algunos pasajes, y más áspero que amable por lo general, no muy afín a la estética piadosa que debía imperar y que malogró en parte el resultado de este interesante ejercicio de comparación. La Barroca logró no obstante atrapar nuestra concentración y ampliar los registros de la música de Iribarren que ella misma ha ido rescatando desde hace años.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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