martes, 30 de julio de 2019

DIANA KRALL CUBRIÓ EXPEDIENTE EN MARBELLA

Diana Krall, vocal y piano. Joe Lovano, saxofón. Robert Hurst, contrabajo. Karriem Riggins, batería. Auditorio Starlite, La Cantera de Marbella. Jueves 25 de julio de 2019

Hacía mucho tiempo que esperaba que el Maestranza invitara a Diana Krall a su ciclo de jazz u otras músicas. Una espera infructuosa que este verano se ha consolado con el concierto celebrado en el Starlite de Marbella, ese auditorio de la ciudad malagueña que llaman boutique, sea por los servicios de gastronomía y coctelería que ofrece, o por el perfil del público que lo frecuenta, en sintonía con el glamour con el que habitualmente se asocia esta paradigmática ciudad. Y eso que las instalaciones no son lo que cabría esperar, más bien tienen aspecto de provisionales, especialmente lo que se refiere a aparcamiento, accesos y servicios sanitarios, pues lo de bares y restaurantes es otro cantar, que ya se sabe que hay que vender y a buen precio. De cualquier forma el entorno es espectacular, con una vieja cantera y sus paredes de piedra circundando el gran auditorio y su enorme escenario, que pudo colgar el noveno todo vendido de la temporada.
 
Diana Krall y su banda en el escenario del Starlite marbellí
Diana Krall culminó en nuestro país, con varios conciertos repartidos entre Cataluña, San Sebastián, Madrid y la Costa del Sol, su gira europea de un mes, después de una larga peregrinación por California y otros estados americanos, y antes de tomarse unas vacaciones y retomar las actividades en septiembre de nuevo en Estados Unidos. Aquí compareció en petit comité, acompañada de una mínima banda integrada por saxo, bajo y batería, unidos al piano y la personalísima voz de la diva canadiense. Treinta años grabando y aún tan fresca como el primer día, pero cubriendo tan solo expediente. El escenario quedó grande para la propuesta de Krall, más apropiada para un recinto íntimo, de menores dimensiones y acústica cerrada, sin desmerecer la espléndida resolución de este enclave natural. Así lo hizo en Madrid, donde actuó en el Teatro Nuevo Apolo y el sonido fue considerablemente mejor al disfrutado en Marbella.
 
Aunque en todo este tiempo Diana Krall ha grabado unos quince discos, entre los realizados en estudio y los que lo son en vivo, su propuesta en este ocasión se centró en sus primeros trabajos, empezando por un All or Nothing At All incluido en su registro de 1997 Love Scenes. A partir de ahí un par de homenajes a Nat King Cole, a quien dedicó su disco de 1996 All for You; por un lado L-O-V-E y por otro un habitual de su repertorio, Boulevard of Broken Dreams. No faltaron clásicos tantas veces llevados al escenario en sus giras, como Devil May Care o su particularmente elegante versión de I’ve Got You Under My Skin de Cole Porter. Otro grande de la música americana, Irving Berlin, tuvo también su momento de honor con el conmovedor How Deep Is the Ocean en forma de propina justo después de terminar el concierto con el más grande, Gershwin y su I Was Doing All Right incluido en su compacto de 2006 From This Moment On. Uno de los momentos más emotivos de la noche llegó de la mano de Joni Mitchell, cantautora con la que Krall mantiene un estrecho vínculo que le llevó incluso a participar en el homenaje por su setenta y cinco años que le brindó la ciudad de Los Angeles en el legendario Dorothy Chandler Pavilion, tantas veces sede de los Oscar y actual Teatro de la Ópera de la ciudad californiana. De ella creo que interpretó Amelia, introduciendo en las cadencias pianísticas un homenaje al Aleluya de Leonard Cohen.
 
Pero es en el apartado interpretativo donde Diana Krall nos sumergió en una especie de velada decepción, por cuanto a la escasa duración del concierto, apenas hora y media de música, hubo que añadir cierta desidia a la hora de conectar con el público, parte del cual por cierto no dudó en abandonar reiteradamente su asiento para ir al bar o al servicio, con la molestia añadida al resto de espectadores y espectadoras. Krall y su banda cubrieron expediente, llegaron, cantaron sus canciones y poco más, además en forma tan ortodoxa y previsible que solo nos quedó la enorme satisfacción de tenerla delante, nosotros por ejemplo casi encima, y comprobar que su estilo exquisito y elegante sigue intacto, su forma de dominar el teclado fresco, sofisticado y virtuoso, y su canto personal y envolvente, susurrado la mayoría de las veces, efectivo siempre. Con el esquema habitual de exposición melódica, lucimiento de cada solista, espléndidos todos pero muy académicos, y reexposición del tema, nada se salió del guion y no hubo espacio para la sorpresa ni para la exaltación, pero nos quedó el placer de haber tenido delante a la artista de jazz que más proyección y fulgurante carrera ha disfrutado en las últimas décadas.

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