Foto: Actidea |
¡Qué bien venden los americanos todo lo suyo y qué mal lo hacemos nosotros! El mundo lleno de hamburguesas y tan falto de buen jamón de pata negra. Mientras estos días asistimos a un aluvión de programas y reportajes sobre el alunizaje del Apolo 11, del que se cumplen cincuenta años, apenas notamos la influencia de la primera vuelta al Mundo, que cumple también este verano cinco siglos. La atención mediática dispensada al primero es infinitamente superior a la prestada a la segunda. Menos mal que a través de sus miniciclos las Noches del Alcázar nos recuerdan estas efemérides, lo que a su vez sirve para que los conjuntos y artistas invitados confeccionen cuidados programas, rara vez dejados al azar, en su mayoría tan didácticos como valiosos en el aspecto meramente musical.
Es lo que sucedió con el recién formado grupo Carmina Terrarum, algo así como Cánticos de la Tierra, en el que por primera vez coincidieron la cuerda pulsada, casi acariciada, de Aníbal Soriano, el canto trovadoresco y el derroche de simpatía de César Carazo, y la preciosa y mágica voz de Cristina Bayón, que nos sorprende más cada nueva comparecencia, desde aquel poco convincente Femás del 2012 a un sensacional Dido y Eneas en Jerez hace un par de años, siempre en continua evolución.
Compendio de cancioneros ibéricos del XVI
Carmina Terrarum trajeron al escenario del Alcázar canciones de los cuatro manuscritos fundamentales lusos de la época en que Magallanes emprendió bajo patronato de la corona española la búsqueda de nuevas rutas de las especias, y Elcano completó dando la vuelta al Mundo. El trío hizo gala de una generosa musicalidad desde los primeros y alegres compases de Qué es lo que veo y De la villa voy, del Cancionero de Elvas, un claro ejemplo de polifonía profana renacentista y casi únicas piezas en las que Carazo hizo sonar su viola de brazo, de sonido áspero y austero, al espiritual y emotivo canto siempre a dos tiempos, en un prístino ejercicio de armonía y contrapunto, de Falai miña amor, del compositor y vihuelista valenciano Luis de Milán, que trabajó a las órdenes de Juan III de Portugal, a quien dedicó su imprescindible manual de cuerda pulsada El Maestro.
Pero el punto álgido de la velada llegó pronto, con una preciosa interpretación de Acabarseam mis plazeres, del Cancionero de Lisboa, un claro ejemplo de música entre profana y religiosa, con un amplio contenido espiritual que las voces, acompañadas siempre del suave tañer de Soriano, llevaron a una dimensión mística. Obras de Pedro de Escobar, portugués que llegó a ser Maestro de Capilla en la Catedral de Sevilla, los Cancioneros de Belem, París y de Palacio, con un evocador Meis ollos van per lo mare como pieza clave, y ya en terreno barroco una canción del también portugués Fray Manuel Correa, exponente de la Escuela Polifónica Aragonesa, conformaron el resto del elaborado programa. La simpatía de Carazo en las didácticas luciones, la sensibilidad de Soriano, que encandiló con una Fantasía de Luis de Milán, y sobre todo la cálida y a la vez robusta voz de Cristina Bayón, tan en estilo, segura y bien proyectada, lograron un recital envolvente y sugerente, que la Luna se encargó de rubricar, miren por dónde, con un poético eclipse parcial.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
No hay comentarios:
Publicar un comentario