El conjunto con Paul Agnew |
Si el libro primero, que tanta fama dio a Monteverdi en toda Europa, se concentró todo él a cappella, y en el tercero desarrolló ampliamente el arte de la declamación, lo que le reportó numerosos detractores, en el quinto influyeron los afectos como expresión del alma originada por el deseo del bien y el rechazo de lo maligno, encontrando reflejo definitivo en este sexto libro presidido por dos lamentos fundamentales, el de Ariadna por su amado Teseo y el de Glauco ante el sepulcro de su venerada Corinna. Este álbum concebido en Venecia en 1614 contiene algunos de los más logrados y bellos madrigales de Monteverdi, y aunque la mayoría de ellos admiten el acompañamiento instrumental, erigiéndose en hábil diálogo entre voces e instrumentos, A5 se decantó por la solución contraria, siendo el continuo, en forma de clave competentemente defendido por Juan González Batanero, la excepción. Así arrancaron con un Lamento de Ariadna austero, a cappella, henchido de tristeza y desesperación, entregándose con soltura e ingenio al juego de imitaciones que propone la partitura y a sus bellas disonancias expresivas. Ya entonces atisbamos la hermosura tímbrica de cada uno y una de los integrantes del conjunto.
A destacar de entre las voces la ágil modulación y sentida expresividad de la soprano Mª Jesús Pacheco y la contundencia de Alejandro Ramírez en el extremo grave. Algunas puntuales estridencias, entradas erráticas y solapados dúos no empañaron una interpretación sólida y competente del conjunto, convenientemente adiestrado por maestros como Paul Agnew y María Espada, y que cuida al detalle incluso una esmerada cartelería que parece inspirarse en las portadas de los discos vivaldianos editados hace años por el sello Naïve. Como propina una pieza de Josquin Desprez, de quien en agosto se cumplirán quinientos años de su muerte, también en perfecto estilo aunque sea tan diferente al monteverdiano.
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