miércoles, 20 de enero de 2021

GUGURUMBÉ: MÁS FUSIÓN QUE MESTIZAJE

Gugurumbé: Las raíces negras. Fahmi Alqhai, dirección musical, viola da gamba, arreglos y adaptaciones. Antonio Ruz, dirección de escena y coreografía. Rocío Márquez, cantaora. Nuria Rial, soprano. Mónica Iglesias, baile flamenco. Ellavled Alcano, danza contemporánea. Dani de Morón, guitarra flamenca. Accademia del Piacere: Rami Alqhai y Johanna Rose, violas da gamba; Carles Blanch, guitarra barroca; Javier Núñez, clave; Agustín Diassera, percusión. Teatro de la Maestranza, martes 19 de enero de 2021 

Son muchos los proyectos que debido al covid-19 han visto frustradas, o al menos rebajadas, sus ilusiones. El de Fahmi Alqhai y Accademia del Piacere debió nacer en Pamplona en pleno confinamiento del pasado año, por eso cedió el privilegio de su estreno al Festival de Música y Danza de Granada, en cuyo Generalife logró convencer a público y cierto sector de la crítica obnubilada por un acabado tan aseado como manifiestamente virtuoso. Alqhai parece con muchos de sus proyectos seguir los pasos de tan inevitable referente como el maestro Jordi Savall, quien hace ya un lustro presentaba en Francia un espectáculo parecido pero más ambicioso y mestizo, aunque igualmente irregular en sus postulados, en el que analizaba esos caminos de ida y vuelta entre la esclavitud proveniente de África con destino a América y escala en Europa, donde sus temas y ritmos se mezclaron con músicas y bailes autóctonos a los que enriquecieron y dieron señas de identidad. Ambas propuestas parten de la misma raíz, ese Gugurumbé del título recogido en la ensalada La Negrina que dio lugar a uno de los varios momentos efusivos que marcaron la función. Lo de Savall se grabó en CD y DVD bajo el título Las rutas de la esclavitud; lo de Alqhai hemos podido verlo en un Maestranza agobiado por los continuos cambios de hora y condiciones, esta vez en una intempestiva sobremesa, solución que por supuesto aplaudimos frente a cualquier tipo de cancelación. 

Fusión de música y danza 

Gugurumbé
fija su atención en las raíces del flamenco, una incógnita que ha fascinado a multitud de intelectuales, musicólogos y teóricas, pero que solo con la ayuda inestimable de quienes se dedican a este arte que es en sí mismo un universo, fundamentalmente de etnia gitana, podríamos llegar a alguna conclusión relevante. Lo que nos proponen Alqhai y Accademia del Piacere en lo musical y el coreógrafo Antonio Ruz en el baile se queda en un mero entretenimiento, colorista y discretamente sensual en el que todo resulta previsible y frecuentado. Por descontado que todos y todas las integrantes del espectáculo tienen talento de sobra y ofrecen sus mejores aptitudes, pero como concepto se queda en un discreto ámbito de complacencia. 

En el apartado musical se alternan piezas barrocas de Gaspar Fernández, Santiago de Murcia o el Códice Trujillo del Perú con composiciones más recientes de autores como Pablo Camacaro o Xavier Montsalvatge, cuya célebre Canción de cuna para dormir a un negrito se convierte en objeto de un emotivo fraseo en manos de la viola da gamba del creador de la Accademia, antes de someterse a una hermosa interpretación de Nuria Rial, quien curiosamente interviene en una recién editada regrabación de la banda sonora de Bernard Herrmann para la película Noche sin fin de la mano del también compositor de música de cine Fernando Velázquez. El flamenco surge de la guitarra del virtuoso Dani de Morón como prolongación de las interpretaciones de la Accademia, más o menos rigurosas según la pieza, destacando Johanna Rose a la viola da gamba, Rami Alqhai ejerciendo puntualmente de bajo con el mismo instrumento, Carles Blanch a la guitarra barroca y sobre todo Javier Núñez, tan preciso y evocador al clavicémbalo. También Agustín Diassera mantiene un consistente trabajo a la percusión. 

La colaboración de la cantaora Rocío Márquez con la Accademia del Piacere viene de lejos. De hecho en una reciente película de Gonzalo García Pelayo, titulada Nueve Sevillas, se recogen ensayos de la artista con el conjunto a propósito de la Bienal de Flamenco de 2018, y uno se pregunta si no hubiese sido la edición de 2020 un buen escenario donde estrenar Gugurumbé en Sevilla, dado el énfasis en demostrar las raíces negras de la siempre vergonzosa esclavitud en el flamenco, con soluciones plásticamente bellas pero del todo punto forzadas e impostadas. Quizás la voz de Márquez, capaz de asombrosas ornamentaciones, haya obligado a exhibir el espectáculo con amplificación, lo que rebaja el relieve del sonido y da al conjunto un aspecto más artificial. Eso lógicamente no afectó al baile, escrupulosamente concebido para no resultar estridente ni demasiado temperamental. A los elegantes pasos de flamenco de Mónica Iglesias se sumaron las danzas tribales y movimientos espasmódicos de Ellavled Alcano, que para dejar clara la identidad inocente y virginal del o la negrita, viste ropas blancas de niña, como Iglesias viste el color albero que la identifica con nuestra tierra, Márquez por supuesto luce el rojo intenso de la pasión, y Rial el más sobrio azul, quizás el mar que atravesaron los sacrificados esclavos del continente más castigado de la Tierra. Puede que éstas fueran las líneas que inspiraron el vestuario de Gloria Trenado, lo que no sabemos es lo que inspiraría la tenue iluminación de Olga García, y si las danzas a cuatro de las aguerridas protagonistas de una función cuyo discurso dramático queda bastante disperso por no decir perdido, podrían haber inspirado una manifestación de igualdad y libertad de esa mujer personificada en los habituales arquetipos lorquianos que tanto juego han dado al teatro andaluz.

Artículo publicado en El Correo de Andalucía

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