Pocas cosas buenas ha traído esta pandemia, pero sin duda hacer coincidir en un mismo escenario el mismo día a nuestras dos joyas de la música, la Barroca y la Sinfónica, se inscribirá en la historia de la ciudad, aunque nadie con sentido común hubiese deseado la ocasión. Un veintitrés de enero cargado de ilusión y desafío, con un trabajo extenuante de artistas y equipo de producción y técnico tanto de las orquestas comparecientes como del Maestranza, que resiste así, estoico, para deleite de la melomanía sevillana, dejando claro que sería imposible vivir sin cultura y sin estos placeres que tanto sentido y felicidad dan a nuestra existencia. Además, pocos sitios hay hoy en día en los que podamos sentirnos más tranquilos y protegidas que en los centros culturales donde sí se respetan las medidas mínimas de seguridad, aunque dada la virulencia del fenómeno nunca podamos confirmar estar a salvo cien por cien del virus.
El programa con el que ha empezado el año la Barroca de Sevilla estaba diseñado para lucimiento de la soprano inglesa Julia Doyle, que ya ha cantado y grabado en otras ocasiones con el conjunto, y quién sabe si quizás también como homenaje y despedida a esa Inglaterra que este año por fin ha consumado el Brexit. Naturalmente los protocolos de seguridad que inundan el planeta han impedido que Doyle pudiera asistir al evento, y en su lugar fue Alicia Amo, joven soprano de sobras conocida de nuestro público, quien la sustituyó con resultados fuera de serie. Precisamente hace casi un año participó en el elenco, incluida la Barroca, que despidió la normalidad del Maestranza, dando vida a Poppea en aquella Agrippina a las puertas del confinamiento. Su intervención nos gustó muchísimo y no iba a ser menos su aportación a este singular concierto.
La Barroca inició este concierto, matinal tras sufrir diversos cambios de horario, con un drama musical de Thomas Arne, autor del célebre Rule Britannia y popular operista en su época. En The Morning Amo destacó por la sutileza de su canto y el candor de su expresividad, derrochando gracia y galantería. Pero fue con un bloque protagonizado por Henry Purcell con el que empezamos a deleitarnos con su arte y talento. Precedido de una breve introducción instrumental extraído de La tempestad de Matthew Locke, en la que la orquesta brilló con agitada efervescencia, Amo se enfrentó a páginas de la excelencia de The Plaint de La reina de las hadas, acompañada en su dulce a la vez que amargo recitado por un prodigioso Andoni Mercero al violín, preciso y perfectamente entonado, de timbre homogéneo y exquisito fraseo, mientras la joven soprano cambiaba de registro para abordar un aria de la semiópera King Arthur, y después un cándido y emocionante If love’s a sweet passion que celebra las incoherencias emocionales del amor. Tras ello un sentido Lamento de Dido que resolvió con emotiva delectación, combinando técnica y sensibilidad, sin deslices y con un amplio abanico de colores y matices. Con Haendel su humildad y notable sencillez la sitúa lejos de las divas que aprovechan para lucir agilidades circenses, centrándose más en el afecto y la expresividad, así hasta llegar a un Triunfo del tiempo y el desengaño de enorme calado sentimental, tras un sensacional paseo por Galatea y Dorinda de Orlando que potenció el carácter calmo y relajado de la propuesta.
Mercero, que brilló en todo momento con sus dinámicas y perfectamente estructuradas ornamentaciones, dirigió también al conjunto en uno de los Concerti Grossi de Charles Avison basados en Domenico Scarlatti, una técnica que aprendió de su mentor Geminiani, y que la orquesta atacó igual que el resto del programa, con notable empuje y sobrada sensibilidad. Una suite de la semiópera cómica The Prophetess de Purcell, basada libremente en la vida del emperador Diocleciano, sirvió para desplegar una serie de escenas y danzas en perfecto estilo y con amplio despliegue de registros, dejando claro que en estos tiempos que vivimos cada ocasión en la que pueden tocar es una fiesta y hay que aprovecharla al máximo.
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