Guion y dirección Nuria Giménez Lorang Fotografía Frank A. Lorang e Ilse G. Ringier Documental Estreno en el Festival de Gijón 18 de noviembre 2019; en salas (limitado, no en Sevilla) 11 diciembre 2020
Presentada en el Festival de Gijón de 2019 y desde entonces saludada como un prodigioso ejercicio de metaficción, la película de la joven catalana Nuria Giménez es ante todo un homenaje al arte de contar historias, y especialmente de hacerlo a través del cine. Se trata de un enigmático ejercicio, ya desde su título que parece hacer referencia a la famosa rosca alemana, que podríamos considerar en cierto sentido experimental, en el que las imágenes rodadas con una cámara doméstica a lo largo de los innumerables viajes que realizaron una acomodada pareja suiza durante las décadas de los cuarenta a los sesenta, sirven para narrar una historia al más puro estilo melodramático de aquellos años cincuenta que se reflejan en la cámara.
Lo primero que llama la atención es la belleza de las imágenes, que no parecen obra de un simple amateur, conteniendo más de una brillante puesta en escena y encuadres extraordinarios, fíjense por ejemplo en los surfistas hawaianos casi al final de la cinta. Imágenes que han sido tratadas y recuperadas con tal esmero que lucen un colorido y un brillo espectaculares. Sobre ellas aparecen impresas las palabras de su protagonista, una tal Vivian Barrett, extraídas de un diario y del libro de un filósofo indio, Paravadin Kanvar Kharjappali, que reflexiona sobre la vida y las convenciones. Imagen y palabra encajan como un guante, mientras casi todo se presenta sobre un silencio sepulcral, derivado del carácter silente de estas películas familiares y quizás también del hecho de que el operador y marido de la protagonista, Léon Barrett, ha perdido gran parte de su audición en un accidente provocado por su trabajo como piloto aéreo.
Esta belleza apuntada de las imágenes, su carácter documental reflejo de una época que nunca volverá, sus paisajes naturales (los Alpes suizos, Mallorca) y urbanos (Londres, París, Barcelona, Nueva York, Los Angeles, San Francisco) justifican de sobra su visionado, que Giménez pretende sea reflejo también del engaño de la cámara, de cómo ante ella nada es real ni sincero, baste para ello la sonrisa permanente de la Sra. Barrett, siempre al margen de cualquier contingencia de la vida. Solo al final muchas incógnitas serán desveladas, y más de una sorpresa aguarda. Nada es lo que parece, así es el cine y así es esta singular película, como mínimo un notable trabajo de orfebrería y un sentido homenaje al cine que tanto nos gusta.
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