Podríamos considerar que existen en Sevilla y su entorno numerosas formaciones jóvenes de las que echar mano a la hora de renovar las plantillas de los conjuntos oficiales y más asentados. La Conjunta, la OJA, las orquestas de Bormujos y el Aljarafe, o incluso la más estandarizada Bética de Cámara podrían constituir plataformas ideales para saltar a las más icónicas de la ciudad, la Barroca y la Sinfónica. Sin embargo nunca es suficiente cuando de talento, especialmente el joven, se trata, y nunca serán bastantes las formaciones que sirvan para que los más aplicados y aplicadas estudiantes vayan acumulando aprendizaje y experiencia. Además, una formación que esté directamente controlada y tutelada por los propios maestros y maestras de la ROSS, asegura también que se perpetúe el modelo y su estética, procurando en la medida de lo posible que la excelencia acumulada a lo largo de estos años encuentre su debido legado y sigamos en un futuro próximo disfrutando de una orquesta solvente y digna.
La sesión de estreno de la Orquesta Joven de la Sinfónica de Sevilla tuvo ayer un marcado carácter humanista, por las connotaciones del proyecto y el evento en sí, y por las piezas programadas para la ocasión. No parece mera casualidad que el concierto arrancara con el poema sinfónico que Sibelius compuso justo al iniciarse el siglo XX para levantar los ánimos de una nación herida por la prepotencia imperialista que Rusia ejercía por aquel entonces sobre buena parte de la zona Báltica. Vivimos ahora una tesitura parecida, aunque más agresiva y dentro de una coyuntura global que la hace más inexplicable. Esta primera aparición en público de la orquesta tuvo a Óliver Díaz como maestro de ceremonias, que con este concierto inició una semana de trabajo duro e intensivo frente a la Sinfónica, con citas el próximo jueves en el Lope de Vega junto a la soprano Leonor Bonilla, y el sábado y el domingo en el espacio Turina con Ruth Rosique entonando a Schoenberg y Weill. Finlandia sonó en manos de Óliver y la ROSS Joven con un punto metálico excesivo, algunas entradas erráticas y metales poderosos solo puntualmente destemplados. Pero en general fue una interpretación más que correcta, dentro de lo esperable tratándose de una primera actuación en público, en la que se supo distinguir entre sus partes más fulgurantes y las más íntimas con pericia y profesionalidad.
Con un trabajo arduo y responsable por parte de los numerosos conservatorios de donde proviene el alumnado seleccionado para la ocasión, y un considerable número de horas de ensayo a las espaldas, nuestros más jóvenes intérpretes resolvieron de forma moderadamente aceptable la Suite nº 1 de Peer Gynt de Grieg, quizás algo morosa en La muerte de Ase, y un poco desequilibrada en La danza de Anitra, donde Díaz hizo hincapié en unos difíciles pianissimi que la cuerda abordó con mucha pericia y contención. Con La gruta del rey de la montaña la orquesta sonó equilibrada, sin los consabidos desajustes a los que son tan proclives estas páginas exacerbadas. No deja de sorprender que fuera con las dos piezas seleccionadas de Los planetas de Holst con las que el conjunto encontrara su momento más esplendoroso. La obra es muy compleja y requiere unos recursos sólidos y muy bien manipulados, que en Marte dieron como resultado una inusitada energía y absoluta habilidad para conjugar fuerzas, y en Júpiter una considerable alegría y un sentido de la majestuosidad muy bien desarrollado. Lo que empezó curando heridas, acabó reflexionando sobre nuestra propia alma, con estas piezas que aunque ofrecidas parcialmente conjuran nuestro ánimo y naturaleza, repasando el ciclo vital desde la juventud a la madurez. Los maestros y maestras de la ROSS pueden sentirse orgullosas y confiar en un futuro digno. Entroncando directamente con los aires marciales de Holst, el conjunto ofreció como festiva propina la Marcha Imperial de El imperio contraataca, del maestro Williams.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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