Desde que se hiciera con el primer puesto en el Certamen Nuevas Voces Ciudad de Sevilla, la paisana Leonor Bonilla se ha ido haciendo fuerte no solo en nuestro país sino con una carrera ya internacional que ha ido afianzando su peso en la profesión. Un camino que entre nosotros se ha ido consolidando en el Teatro de la Maestranza y el Espacio Turina, junto a la Sinfónica en óperas como Lucia di Lammermoor, El elixir de amor y más recientemente Capuletos y Montescos, con la Barroca en su último concierto de Navidad, y en galas como la que presentó Pedro Halffter junto a la Orquesta Nacional de España en un ya lejano 2016, o la que celebró el treinta aniversario del coliseo junto a figuras como Ainhoa Arteta o José Bros, así como la que reabrió el Maestranza tras la pandemia en julio del 2020. Han sido peldaños en los que hemos ido descubriendo cómo su talento, su esfuerzo y dedicación, y sobre todo la madurez de su voz han ido cosechando triunfos y confianza, hasta alcanzar cumbres tan indiscutibles como la que nos brindó ayer en el Lope de Vega en su primer concierto en solitario junto a la ROSS.
Podría decirse que el de ayer fue un concierto diseñado a imagen y semejanza de los que antes saludaban la Feria de Abril, justo antes de que de la otra Maestranza comenzara el precioso desfile de carruajes, el domingo que antes preludiaba la fiesta sevillana. En el programa, maestros patrios y extranjeros celebraron la gracia de nuestra tierra, desde Mozart y las aventuras de Fígaro a la zarzuela que Gerónimo Giménez dedicó a uno de nuestros monumentos más emblemáticos, pasando por el concepto que de una sevillanas tenía Massenet o el dominio del bel canto que llegó a cosechar el tenor sevillano Manuel García. Todos fueron invocados en este particular concierto en el que luciendo de nuevo el que parece ser su color favorito, un rojo apasionado y seductor, cautivó al público con una voz extraordinaria, profunda y perfectamente colocada y timbrada, sedosa y rutilante a la vez, tan precisa y llena de confianza que es capaz de las más elaboradas ornamentaciones y control de la coloratura sin llegar a resultar en ningún caso ni estridente ni exagerada. Y lo que es mejor, con esa capacidad para conectar y enganchar al público que es exclusiva de los grandes artistas. Ella constituye por sí sola un gran espectáculo.
Músicas con olor a jazmín
Estos días se está confirmando aquello de que en Sevilla no existe primavera, que pasamos de repente y casi siempre sin previo aviso al rigor del calor veraniego, y sin embargo seguimos mitificando esa supuesta primavera sevillana como un fenómeno no solo atmosférico sino cultural. Así lo demuestra el programa de este último concierto de la temporada de la ROSS en el Lope de Vega, marcado por el aroma a jazmín que tanto caracteriza esa ficticia primavera, y así lo demostró Bonilla en sus interpretaciones de Manuel García, con un aria y cavatina de Don Quijote, sobre agudo incluido, que en la propina convirtió hábilmente en seguidilla con solo la incorporación de unas idiomáticas castañuelas tocadas por ella misma con el mismo arte que tilda su canto. Una gracia y un desparpajo que lució también en la famosa romanza Me llaman la primorosa de El barbero de Sevilla de Giménez, rebelde mantón incluido, o portando abanico en la habanera de la zarzuela de Moreno Torroba Monte Carmelo. El mismo encanto y generosa proyección, pero ya con otro estilo, que destiló con la aludida Sevillana de la ópera rara, como aquel sello que recuperaba títulos poco divulgados del teatro lírico, Don César de Bazán, y la encantadora Canción española de Las hijas de Cádiz de Delibes.
Decíamos a propósito del concierto de la ROSS Joven del pasado lunes que esta era una semana muy comprometida y fatigosa para el director asturiano Óliver Díaz, que el próximo sábado y domingo acompañará a la orquesta en formación camerística y a nuestra querida Ruth Rosique en una interpretación de Pierrot Lunaire de Schoenberg. Y de nuevo demostró anoche que es un nombre solvente y muy a tener en cuenta, logrando en todo momento interpretaciones muy en estilo, vivaces y entregadas de la Sinfónica en piezas como la rossiniana obertura de El barbero de Sevilla de Ramón Carnicer, el majestuoso y variopinto preludio de La torre del oro y la enérgica obertura de Las bodas de Fígaro mozartiana, como adelanto de la nueva temporada del Maestranza conocida apenas unas horas antes. Pero sobre todo Díaz demostró un respeto y una compenetración extraordinarias con quien protagonizaba la cita, la cada vez más imprescindible Leonor Bonilla, tan joven y llena de talento.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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