Dirección Brady Corbet Guion Brady Corbet y Mona Fastvold Fotografía Lol Crawley Música Daniel Blumberg Intérpretes Adrien Brody, Felicity Jones, Guy Pearce, Joe Alwyn, Raffey Cassidy, Stacy Martin, Isaac de Bankole, Alessandro Nivola, Emma Laird, Ariane Labed, Jonathan Hyde Estreno en el Festival de Venecia 1 septiembre 2024; en Estados Unidos 20 diciembre 2024; en España 24 enero 2025
Se anuncia como una película monumental, ya desde el tráiler que anticipa una estética tan particular y distinta como lo es el acabado formal y el contenido emocional de esta crónica única sobre el talento, el arte, la admiración, el orgullo y hasta la prepotencia. Y es monumental por su duración, por sus multidimensionales personajes, por su carácter de epopeya y por su ambición. Su director, Brady Corbet, parece no querer desprenderse del siniestro papel que interpretó en la copia americana que Michael Haneke realizó de su celebrada Funny Games. Desde entonces lo hemos visto interpretar papeles de otra índole, pero como director sigue fascinado por el poder del mal y sus consecuencias. Así pudimos comprobarlo en la inquietante La infancia de un líder, donde se podía entrever la génesis de un personaje tan nefasto como Hitler, y después en Vox Lux: El precio de la fama, una especie de Fausto a la femenina ambientada en el mundo de la música pop y protagonizada por Natalie Portman.
En The Brutalist Adrien Brody interpreta a László Toth, un afamado arquitecto que profesa el estilo que da título a la película, y que se ve obligado a emigrar a Estados Unidos tras la debacle que se produce en Europa después de la Segunda Guerra Mundial, especialmente en su condición de judío. Segunda vez que el actor interpreta a una víctima del genocidio, galardonado en El pianista con el Oscar y posible ganador de un segundo premio ahora con esta sensacional creación en la que deambula por Pensilvania primero de la mano de un primo emigrado hace tiempo (Alessandro Nivola) y después de un rico mecenas de temperamento tan fuerte como lo es su sensibilidad para apreciar el verdadero talento y la creatividad del artista.
Nos encontramos ante un cruce entre la magnífica película de King Vidor El manantial, donde un arquitecto interpretado por Gary Cooper hace prevalecer su arte y su imaginación por encima de servidumbres mercantilistas, y la épica relación verdadera de Richard Wagner y su mecenas Luis II de Baviera, cuando éste, llevado por su infinita admiración, le propició construir su particular Valhalla, el Teatro de Bayreuth, concebido para celebrar y enaltecer su obra operística. Una admiración teñida de atracción romántica que aquí se traduce en el dominio y el control que una persona poderosa, o quizás una nación acostumbrada a serlo, ejerce irremediablemente sobre todo aquello que le llama la atención o de la que puede extraer algún beneficio. Un retrato por ello de la agresión capitalista al resto del orbe internacional, de cómo engulle hasta lo más sagrado en términos prosaicos, y lo ensucia de mugre y perversión.
Hay dos partes bien diferenciadas y separadas por un intermedio ilustrado por la música al piano compuesta e improvisada por Daniel Blumberg, sobre quien nos extenderemos al final de esta reseña. En la primera asistimos fundamentalmente a esta relación de admiración y fuerza que se entabla entre el protagonista y el mecenas a quien da vida un extraordinario Guy Pearce. Un episodio que llega a conmover en momentos muy escogidos, evidenciando la grandeza del arte y la creación, así como el reconocimiento y la alabanza que despierta en quien sabe apreciarlo. En la segunda, menos lograda, aparece el personaje de la esposa del protagonista, agotada y lisiada por la guerra. Un papel que Felicity Jones, que parece condenada a ser más valorada cuando da vida a la mujer en la sombra de un genio (La teoría del todo), aborda con delicadeza y pureza, pero que enturbia el leit motiv que hasta entonces tanto nos había fascinado, atrapado y conmovido. Surgen entonces episodios que pueden resultar tan perturbadores como descolocados, pero que no vienen sino a potenciar la relación de mecenazgo, relativa servidumbre y admiración excelsa que apuntaba esa primera parte.
Unas soluciones gráficas ciertamente novedosas y atractivas, y una banda sonora que ilustra a la perfección situaciones y personajes, casi psicoanalizándolos, completan un trabajo seguramente imperfecto en su ambición y desmesura emocional, casi como una exaltada función operística que simboliza el arte completo que tanto perseguía Wagner. Música que parece emerger también del olimpo wagneriano, combinado con un sonido industrial tan adecuado al estilo arquitectónico que ilustra, y que debemos al casi debutante Daniel Blumberg, de quien sólo conocemos su partitura para la película The World to Come, dirigida en 2021 por Mona Fastvold, esposa de Corbet y coguionista de esta singular epopeya dramática.
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