Teatro de la Maestranza, jueves 28 de junio de 2018
Tres citas sinfónicas coincidieron la noche del jueves. Mientras la Academia de Estudios Orquestales tocaba la Sinfonía nº 9 de Dvorák en el Espacio Turina, eran los compositores de ese Nuevo Mundo los que integraban el programa de la ROSS que Axelrod tuvo que abandonar en el último momento para aprovechar la oportunidad de sustituir a Nezet-Séguin frente a la Sinfónica de la Radio de Baviera. Un programa ideal para ir cerrando temporada con aires distendidos, de esos que en Estados Unidos abordan las divisiones Pops de los grandes conjuntos sinfónicos, como la Boston, la Cincinnati o la Hollywood Bowl, y con el que la ROSS demostró una vez más su versatilidad e incuestionable calidad técnica para sonar como si llevara toda la vida interpretando este repertorio. Hace algunos años la joven Conjunta bordó un memorable concierto también con Un americano en París y el Concierto para clarinete de Copland en los atriles.
Unas fanfarrias sirvieron de introducción, muy habitual en estos conciertos pops, las que compuso Joan Tower en los ochenta para la mujer poco corriente, y las de Copland para el hombre común que tanto inspiraron a John Williams en películas, juegos olímpicos y similares. De ambas el conjunto de metal extrajo unas recreaciones excelentes, cuidadas en cada detalle, precisas y solemnes. Precedieron al Concierto para clarinete del autor de Primavera Apalache, que nos descubrió al joven y simpático talento alemán Sebastian Manz. Su primera parte, caracterizada por sus aires impresionistas y salpicada de preciosistas intervenciones de Daniela Iolkicheva al arpa, fue dirigida por Marzena Diakun con enorme sensibilidad y delicadeza, mientras Manz entonó con un extraordinario sentido de la musicalidad para en su segunda parte y tras unas endiabladas cadencias, exhibir un virtuosismo técnico sensacional, una excelente destreza en el fraseo y la modulación, y un carácter más que bailable que prosiguió en la propina con la última de las Tres piezas para clarinete de Stravinsky.
Su participación en Prelude, Fugue & Riffs de Bernstein quedó algo eclipsada por la apabullante intervención de los metales, con refuerzos destacables, un sentido del swing extraordinario, y una estética big band fuera de toda duda. Alguien gritó hace poco ¡más Postnikova, por favor! y vaya si la pianista sorprende con cada nuevo registro que aborda, esta vez en perfecto estilo sincopado y jazzístico. Sorprende que después de tanta exhibición de swing y virtuosismo la pieza más sinfónica, el popular Un americano en París de Gershwin, resultara tan poco convincente. En manos de la directora polaca, quizás por la premura de su incorporación, pareció un ladrillo, sin orientación y con escaso sentido del ritmo, además de numerosos inventos poco acertados, como ese final del blues que el violín convirtió en maullido de gato, y una sensación global de aparatosidad que confundió la espectacularidad de la pieza con una amalgama de ruido. Muy bien sin embargo la trompeta solista.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía