La progresiva disminución de público que están sufriendo muchos de los espectáculos programados en el Maestranza, entre ellos gran parte de los conciertos sinfónicos de la ROSS, no solo se debe a las continuas crisis que desde hace ya más de una década sacude el orbe. Aunque es cierto que el coliseo sevillano lleva muchos años cultivando un público fiel, también lo es que en este mismo período de tiempo la oferta musical en Sevilla se ha disparado considerable y afortunadamente, pero por lo visto no hay afición suficiente para atenderla como es debido. Habrá que trabajar más, con iniciativas y proyectos que ayuden a forjar un mayor interés de la ciudadanía por este bálsamo espiritual que es la música en todas sus vertientes. Uno de los colectivos en los que este trabajo puede lograr mejores frutos es el del paradójicamente cada vez mayor alumnado de los conservatorios. Estas instituciones tienen el deber de fomentar e incluso obligar a su alumnado a asistir frecuentemente a conciertos, especialmente a los que estén relacionados con su especialidad. Por eso resultó muy estimulante que el escueto aforo de este concierto de la Sinfónica se viera aliviado con una generosa representación de niños y niñas que cursan estudios de violonchelo. Pero los conservatorios no deberían esperar a recibir invitaciones del ente público, sino ellos mismos fomentar desde dentro la actividad, echando mano para ello del ingenio, la inventiva y el poder negociador.
Esa afluencia de estudiantes de violonchelo se debía a la participación en este programa del reconocido violonchelista italiano Enrico Dindo, en su doble faceta de solista y desde hace ya un buen puñado de años también director de orquesta, dentro de este singular ciclo con el que el maestro Soustrot está acercándonos a autoridades de la música en distintos campos. El de Dindo no es un sonido poderoso ni autoritario, sino más bien instalado en atmósferas de ensoñación, hermosas y aterciopeladas. Una estética que encajó muy bien con las tres obras programadas para lucimiento del instrumento, y que así juntas bien podrían representar los tres movimientos de un mismo concierto, tal es el espíritu similar que les informa. La Romanza de Strauss ha conocido algo más de popularidad y divulgación en su versión reducida para piano y chelo. Se trata de una pieza de juventud que todavía no encierra el sello personal de su autor, ni sus ricas y gruesas texturas; muy al contrario cuenta con un modesto acompañamiento de orquesta que el director no tuvo problema en controlar desde una posición en la que el arco hizo igualmente de batuta. El breve Canto del menestril es una obra menor de Alexander Glazunov, de escasa enjundia pero con un sabor romántico de carácter muy melancólico que da mucho juego al solista y que Dindo aprovechó para acentuar su marcado lirismo. De las tres la más lograda es el Rondó en Sol menor de Dvorák, original para trío con piano, perfecto remate de tintes festivos y distendidos que constituye un vehículo perfecto para lucir habilidades, un exuberante virtuosismo y controlado lirismo, de todo lo cual se hizo eco la contribución del solista, mientras la orquesta respondió con buen oficio y un cálido arropamiento. Como propina, Dindo se acercó al universo bachiano como se hacía hace años, atacando una allemande sin rigor ni limitaciones, con un alto grado de flexibilidad y una articulación libre y ampulosa.
Ya en la segunda parte, el violonchelista ofreció desde al podio y ahora sin batuta ni arco que la sustituyese, una Cuarta de Beethoven en la que destacó la enorme y gesticulante expresividad del director por encima de unos resultados que no sobrepasaron lo correcto. Bien construida, con mucha atención a los planos sonoros, matices y claridad, dio la sensación sin embargo de estar todo tan en su sitio, sin ambición alguna ni una visión suficientemente estimulante de la pieza, que no dejó huella. Faltó magia y misterio ya desde el arranque, y se conformó con un perfil homogéneo, sin contrastes entre la introspección y el júbilo que debe suscitar su compleja gramática. Especialmente decepcionante fue al adagio, demasiado rápido y poco paladeado, falto de una mayor voluptuosidad. El final fue suficientemente vertiginoso para dejar claro que la orquesta sigue viviendo un momento óptimo.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía