Aunque aún le queda el día de hoy como director artístico del Maestranza, en el que abordará el doble programa de ópera El dictador y El emperador de la Atlántida, y mucho trabajo por delante hasta terminar una temporada que él mismo diseñó, Pedro Halffter aprovechó este recital a cuatro manos para visiblemente emocionado, casi sin poder articular palabra, despedir un año duro en el que ha perdido también a su madre, Marita Caro, a quien dedicó una propina muy personal, el Passacaglia y Fuga de Bach que tantas veces tocaron juntos en intimidad. Un regalo generoso, duro y dilatado tras el esfuerzo titánico de poner en pie una obra tan compleja y mastodóntica como la Sinfonía nº 7 de Mahler, en la transcripción para piano a cuatro manos que realizó el compositor y pianista italiano, contemporáneo de Respighi, Alfredo Casella.
Aplaudimos la iniciativa de contextualizar el estreno de dos óperas tan relacionadas con los totalitarismos del siglo XX a través de un ciclo de música degenerada. Pero ni podemos llamar ciclo a sólo un par de conciertos, por mucho que el Maestranza siga acuñando el término después de que con la crisis abreviara sus contenidos, ni podemos considerar la música de Mahler etiquetable como Entartete Musik sólo por su condición de judío. Ni vivió la época ni la censura que sufrieron los compositores contemporáneos al genocidio nazi, ni su labor como autor y director de orquesta se vio enturbiada, ni tuvo que emigrar ni pasar por campos de concentración y de exterminio como sí hicieron los artistas que se engloban en este por llamarlo así movimiento. Hay muchos músicos de los que tirar para haber completado esta escueta visión de lo que realmente se llamó Música degenerada, incluso algunos escribieron páginas que entroncan directamente con esta tragedia humana, como el luego reputado compositor cinematográfico Franz Waxman, que compuso una cantata en honor a los miles de niños que perecieron en Terezin, gueto en el que vivió sus últimos años Victor Ullman, el autor de Der Kaiser von Atlantis.
Hallfter y el pianista sevillano Óscar Martín ofrecieron una versión intensa y muy trabajada de la imponente sinfonía mahleriana, una de las más difíciles de su repertorio por su espíritu controvertido y contradictorio, potenciado con la renuncia a su brillante orquestación. Salvaron un primer movimiento sombrío y lleno de complejas estructuras, armonías, ritmos y texturas, sin atisbar en ningún momento el temible aturrullamiento. El diálogo fluyó sin complejos en el primer Nachtmusik, evocador y misterioso, mientras el scherzo central sonó algo dislocado y grotesco aunque de manera más moderada de lo deseable. Los pianistas captaron el espíritu amable y encantador del segundo Nachtmusik, cuyos ecos retumbarían después en la música de Korngold, y de paso captaron nuestra atención de principio a fin. Resolvieron la marcha fantasmal del rondó final de manera agitada y triunfal, potenciando de paso su efecto corrosivo y evidenciando un notable esfuerzo, exhaustos tras más de hora y media de tensión. Somos muchos y muchas quienes echaremos de menos el extraordinario trabajo desempeñado por el maestro frente a nuestro teatro lírico, lamentamos su cese y le brindamos los más sinceros y entusiastas ánimos.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía