domingo, 30 de noviembre de 2025

LA BARTOLI FUE EL RECLAMO, LA ORQUESTA LA REVELACIÓN

Orfeo ed Euridice, de Christoph Willibald Gluck. Libreto de Rainieri de Calzabigi. Ópera en concierto semiescenificada. Les Musiciens de Prince-Monaco. Gianluca Capuano, dirección musical. Il Canto di Orfeo (Jacopo Facchini, dirección del coro). Con Cecilia Bartoli y Mélissa Petit. Teatro de la Maestranza, sábado 29 de noviembre de 2025

Foto: Mª Ángeles Ruiz

La presencia de Cecilia Bartoli ayer en Sevilla fue quizás el mayor acontecimiento en la ciudad, sólo ensombrecido por el alumbrado navideño del Sr. Alcalde, que sirvió como reclamo para la habitual invasión de propios y extraños en las calles del centro. Un encendido que cada vez se adelanta más, promovido quizás por la costumbre adquirida en otras ciudades y pueblos, como Vigo, de tirar la casa por la ventana y derrochar lo indecible en estas fiestas. En ese contexto, otros lucieron sus mejores galas para rendir pleitesía a la diva, agotarla con cumplidos y forzarla a intervenir en celebraciones que, tras una actuación de tal calibre, a buen seguro poco le apetecerían.

Con tanto bullicio y oropel, nada hacía recordarnos que el Maestranza anda de luto tras el fallecimiento repentino de quien lo dirigió en aquellos ya lejanos años de posicionamiento, José Luis Castro. Si acaso, sólo la tristeza profunda con la que el equipo comandado por la Bartoli, que como buena italiana, y si fuera catalana igual, permite el artículo delante del nombre, abordó este singular título de la literatura lírica. Una ópera que como aquel otro Orfeo supuso toda una ruptura frente a lo hecho hasta entonces, un punto de partida para lo que vendría después, en plena transición del barroco al clasicismo.

Curiosamente, Orfeo y Eurídice nunca se ha representado escénicamente en el Maestranza, y sin embargo en el Villamarta de Jerez lo ha hecho en dos ocasiones. Sí la hemos disfrutado en versión concierto en mayo de 2011 de la mano de la Barroca de Sevilla, con Enrico Onofri a la batuta y las voces de Carlos Mena, Roberta Invernizzi y Maria Christina Kiehr. Ayer volvió a representarse en concierto, con pequeñas dosis escénicas, apenas patentes en la interpretación de sus protagonistas, algún juego de iluminación en el escenario y el patio de butacas, y un escueto vestuario.

Después de tantos años

Cecilia Bartoli no pisaba el Maestranza desde aquel glorioso recital de febrero de 2008, que provocó las más estridentes y delirantes ovaciones jamás recordadas en el coliseo sevillano. Han pasado casi veinte años y eso se nota en la voz, aunque menos de lo que esperábamos. Tampoco es esta pieza de Gluck el vehículo ideal para el lucimiento de las legendarias agilidades de la diva. Precisamente frenar esas exhibiciones circenses fue uno de los retos que se propuso el compositor de Baviera al engendrar este título mítico.


Con todo, el suyo fue un Orfeo intenso, quizás demasiado, dada su tendencia a la exageración y la sobreactuación, lo que a veces provocó que sus ademanes resultaran cómicos. Trajo a Sevilla, como antes hizo en Barcelona y Madrid, una versión poco transitada de la ópera, la de Parma de 1769, siete años después del estreno vienés para castrato, y cinco antes del estreno parisino para tenor. Fue con esta versión de Parma con la que empezó a obtener éxito, con castrato soprano en lugar de castrato contralto. Después vendrían otras transformaciones, como la más famosa de Berlioz, que la adaptó para contralto, así como más recientemente para barítono y contratenor, demostrando que Orfeo es apto para todos los timbres y tesituras.

No desaprovechó la Bartoli la ocasión para exhibir agilidades en aquellos pasajes que lo permitieron, pero sobre todo demostró mantener un timbre sedoso, precioso, y una proyección sobrenatural. Acusó más vibrato de lo habitual, pero también una capacidad increíble para apianar a discreción, como demostró en su declaración ante las furias, Che puro ciel, y sobre todo, en un insólito Che faró senza Euridice? a una vertiginosa velocidad, lo que le restó belleza, con cambios bruscos de ritmo que aprovechó para cantar de manera estremecedora.

Como en esta versión no hay final feliz, imprescindible en la época para triunfar, la soprano francesa Mélissa Petit pudo desdoblarse como Eurídice y Amor, pues sólo en la escena final, mutilada en esta versión, coinciden ambos personajes en escena. Como Amor, portando un gran corazón para evitar confusiones, abordó de manera impecable Gli sguardi trattieni, desenvolviéndose con corrección, buena interpretación y sentido del drama en el resto de su aportación, ya como enamorada y desconfiada esposa.


Magníficos músicos y coro

Pero quienes verdaderamente nos sorprendieron fueron Les Musiciens de Prince-Monaco (o Les Musiciens du Prince), una voluminosa orquesta de porte barroco que nos regaló una interpretación sumamente delicada de la partitura, de sonido aterciopelado y cristalino, con aportaciones solistas de enorme categoría y un trabajo en equipo de sobresaliente calado. En el apartado más dinámico, la orquesta brilló en la obertura y muy especialmente en una prodigiosa danza de las furias, quizás algo exagerada en el apartado de percusión, pero sensacional en todo lo demás. El milanés Gianluca Capuano exprimió al máximo las posibilidades de tan acertado conjunto.

Así mismo brillaron las voces de Il Canto di Orfeo, que acertaron en lo musical y en lo dramático, logrando así adecuar la música al drama, como pretendía el autor, combinando luz y oscuridad, sencillez y pathos, en definitiva amor y odio, arropando de la mejor forma posible la intención de la gran protagonista de la noche, Cecilia Bartoli.

Fotos: Guillermo Mendo
Artículo publicado en El Correo de Andalucía

BELLA Publirreportaje tópico pero necesario

España 2025 61 min.
Dirección
Manuel H. Martín y Amparo Martínez Barco Guion Manuel H. Martín y Carmen Jiménez Fotografía (animación) Hilario Abad Música Beatriz López-Nogales Voces Michelle Jenner, Víctor Clavijo, Juan Carlos Villanueva, Gema Abad, Mercedes Hoyos, Numa Hoyos, Bernabé Rico, Hilario Abad, Manuel H. Martín Estreno en el Festival de valladolid 27 octubre 2025; en salas 28 noviembre 2025

Manuel H. Martín
 fue el responsable del documental animado 30 años de oscuridad sobre una víctima de la Guerra Civil que tuvo que vivir escondido, y del documental de imagen real El viaje más largo, sobre Magallanes y Elcano. Ahora presenta en colaboración con Amaro Martínez y Carmen Jiménez esta ficción basada en una historia real que inspiró a miles de mujeres, echando mano de la animación. 
Se sirve para ello de una técnica bastante sencilla y simplista, bastante esquemática, a partir de una planificación previa fotográfica, combinada en los pasajes oníricos con otras técnicas de animación que le dan cierto empaque al conjunto.

El resultado más bien parece un publirreportaje institucional sobre violencia de género, previsible de principio a fin, recorriendo todas las fases de esta lacra, desde la seducción y el enamoramiento hasta el desenlace trágico o veladamente feliz, lo dejamos abierto para no generar más spoiler, pasando por la negación, la justificación y la toma de conciencia.

Todo muy básico y divulgativo, orientado a la concienciación y la educación, lo que no ha impedido lograr una nominación al Forqué en el apartado de largometraje de ficción. Puede que una narrativa fluida haya influido para merecer tal distinción, por encima de sus logros estéticos y su arquetípico planteamiento.

sábado, 29 de noviembre de 2025

BLUE MOON Excelente crónica de una amargura existencial

USA-Irlanda 2025 100 min.
Dirección
Richard Linklater Guion Robert Kaplow Fotografía Shane F. Kelly Música Graham Reynolds Intérpretes Ethan Hawke, Margaret Qualley, Bobby Cannavale, Andrew Scott, Patrick Kennedy, Jonah Lees, Simon Delaney, Giles Surridge Estreno en el Festival de Berlín 18 febrero 2025; en Estados Unidos 24 octubre 2025; en España 28 noviembre 2025

La unión de Richard Linklater y Robert Kaplow dio como fruto hace un puñado de años la película Me and Orson Welles, que como esta segunda colaboración y segundo guion del dramaturgo norteamericano, se ambientaba en las bambalinas del mundo del espectáculo de Broadway. Siguiendo la estela de la correspondencia epistolar que Lorenz Hart mantuvo con una supuesta estudiante de Yale llamada Elizabeth Weiland, más allá de lo cual no está demostrada su existencia, el director de Boyhood y la reciente Nouvelle Vague recrea la noche del estreno de ¡Oklahoma! en Broadway, y la posible repercusión que este evento pudo tener en el protagonista de esta amarga semblanza del desprecio, la humillación y el desarraigo que borda con una actuación sobresaliente Ethan Hawke, actor fetiche del director. Hart fue durante un cuarto de siglo el letrista del afamado y genial compositor Richard Rodgers desde que se conocieron en la Universidad de Columbia. Juntos crearon musicales de la talla de Pal Joey, con canciones emblemáticas como I Could Write a Book o Bewitched, Bothered and Bewildered. Suyas son también las populares canciones My Funny Valentine, Where or When, Manhattan, The Lady Is a Tramp y la que da título a esta amarga y nostálgica fábula sobre la fama y el abandono, Blue Moon.

Hart aguarda en el Restaurante Sardi la llegada de Rodgers y su nuevo letrista, Oscar Hammerstein II, quienes cosecharían una larga lista de éxitos, como Carrusel, Al sur del Pacífico, El rey y yo o Sonrisas y lágrimas, además de esa Cenicienta para la televisión que descubrió a Julie Andrews y hoy se puede admirar en la Gran Vía madrileña. En ese único escenario, aquel día 31 de marzo, apenas unos meses antes de fallecer como consecuencia de sus problemas con el alcohol, en noviembre de 1943, Hart demoniza sus particulares fantasmas, relacionados con su adicción, su latente homosexualidad, sus celos y esa sensación de insufrible abandono al que se enfrenta tras la cada vez más definitiva ruptura profesional con Rodgers, ahogando sus penas a través de discursos extraordinariamente escritos por Kaplow y declamados por Hawke en estado de gracia, con interlocutores circunstanciales como el barman del lugar (Bobby Cannavale) o Elwin Brooks White (Patrick Kennedy), ensayista y escritor de espíritu eminentemente intelectual, y otros más directos con los protagonistas de su particular calvario existencial, un Rodgers incómodo que el actor Andrew Scott recrea con tanta riqueza de matices que le valió un premio en Berlín, y la tal Elizabeth Weiland (Margaret Qualley), símbolo de la incapacidad natural o sobrevenida de Hart para atraer a las mujeres y exorcizar su homosexualidad, y que pudo inspirar al personaje que interpretaba June Allyson en la más edulcorada y falseada biografía cinematográfica que rodó Norman Taurog sólo cinco años después de la muerte del letrista, al que dio vida Mickey Rooney, Words and Music (Letra y música)La de Linklater se puede definir como una lúcida y amarga crónica de la desesperación de un hombre que ve cómo el pasado engulle su futuro y le ofrece una perspectiva incierta e insatisfactoria de la vida, tan difícil de aceptar.

Para redondear el aspecto de pieza de cámara teatral con la que el propio Linklater la define, toda la música, naturalmente recreaciones de canciones no sólo del tándem Rodgers-Hart sino también de otros grandes de la época como Berlin, Gershwin o Kern, sale del piano que toca otro personaje clave del film, un aspirante a compositor ficticio de nombre Morty Rifkin, ataviado con uniforme militar propio del momento, plena Segunda Guerra Mundial en aquel Estados Unidos que en su lejanía se permitía celebrar eventos sofisticados como el estreno glorioso del musical ¡Oklahoma!, en cuya fiesta posterior celebrada en Sardi, aparece entre otros un aspirante a director de cine llamado George Roy Hill (David Rawle), un cuarto de siglo más tarde celebrado por títulos como Dos hombres y un destino o El golpe. Como puede apreciarse del entusiasmo generalizado de esta reseña, una película especialmente indicada para amantes del género, aquellos personajes y aquella nostalgia, pero igualmente disfrutable para amantes del buen teatro con buenos personajes y espléndidas elucubraciones emocionales y sentimentales plasmadas en un libreto extraordinario.

UNA CONJUNTA QUE DESCUBRE Y RECUPERA

Concierto # 1 de la temporada 2025-2026 de la Orquesta Sinfónica Conjunta US-CSM Manuel Castillo. Nelly Romero Aravena, violín. Juan García Rodríguez, dirección. Programa: Concierto para violín y orquesta en mi menor Op. 64, de Mendelssohn; Sinfonía del Mar, de Turina (orquestación de Manuel Castillo); Sinfonía nº 1 en un movimiento Op. 9, de Barber. Auditorio ETS de Ingenieros US, viernes 28 de noviembre de 2025


Siempre hay motivo para dejarse seducir por la Sinfónica Conjunta y su director titular, Juan García Rodríguez, ahora que alcanzan su décimo quinta temporada ininterrumpida. Esa seducción llega generalmente en forma de programa exclusivo y singular, al margen del buen sabor de boca que casi siempre, por no decir siempre, nos dejan los y las jóvenes integrantes de tan estimulante e ilusionante proyecto académico, oportunidad única para desenvolverse en el mágico pero difícil mundo de la interpretación musical, y especialmente abordar el complicado trabajo en equipo, disciplinas de las que la Conjunta sale generalmente airosa.

Descubrir jóvenes talentos de entre la afortunadamente numerosa concurrencia que hoy en día pueblan nuestros conservatorios, es uno de los cometidos que la orquesta ha ido cumpliendo a lo largo de estos quince años. Esta vez le tocó el turno a Nelly Romero Aravena, que cursó estudios en el Conservatorio Manuel Castillo y ha participado en diversos proyectos de cámara (Quinteto Pocchetino) y orquestales (Fundación Barenboim-Saïd), además de tocar en espacios como el Círculo de Labradores o el Teatro de la Maestranza, donde la pasada temporada participó en el ciclo de cámara Rasgando el silencio. Bastante experimentada por lo tanto, y preparada para enfrentarse a ese caballo de batalla que es el concierto de Mendelssohn, popular donde los haya y sometido por lo tanto a todas las comparaciones posibles, lo que hace su gesta aún más complicada.

Con una formación de corte clásica y reducida, su maravillosa inspiración y monumental virtuosismo encontró en Romero Aravena un vehículo apropiado para el lucimiento, de fraseo fluido y envolvente, articulaciones flexibles y control de la expresividad. La joven violinista vino con la lección muy aprendida, tocó de memoria y evidenció conocer todos los resortes técnicos para lograr a la vez una expresividad elocuente, que sin embargo se quedó en el marco exclusivamente académico, faltando algo más de personalidad, una voz propia con la que emocionar y decir cosas nuevas y diferentes sobre tan frecuentada partitura. A eso hubo que añadir un sonido a menudo ratonil, que merecerá pulir, de forma que el sonido más aterciopelado alcanzado en los extremos graves, alcancen también los más agudos.

Con todo, resultó una interpretación fluida y convincente, que encontró en el acompañamiento orquestal un sonido algo tosco y rígido. Unas decisiones de García Rodríguez que empañaron el resultado global, con una cuerda aguda puntualmente desvaída, pero también momentos sobresalientes como la entrada de la cuerda tras la primera cadencia, o el trabajo de la cuerda grave, contundente, en el allegretto final. García apostó por unas dinámicas muy marcadas y unos acentos instalados en la vehemencia generalizada.

Para la segunda parte del concierto, García Rodríguez optó, dentro de su proverbial e incansable apetito musical, por recuperar una sinfonía de Turina que apenas se interpreta desde su estreno en 1982, cuya partitura el director alzó al final de la interpretación con gesto triunfal. Se trata de la Sinfonía del Mar, obra que el compositor sevillano sólo dejó esbozada para piano, y con apenas dos movimientos de los cinco que debían integrarla. Un proyecto ambicioso que inició en 1945 y quedó truncado por su fallecimiento algo más de tres años después. Con motivo del centenario de su nacimiento, la familia encargó a Manuel Castillo la orquestación de estos dos movimientos, Preludio en forma de lied y Episodio trágico en forma de sonata, sustituyendo a las cinco ciudades costeras a las que debían ir dedicados los movimientos de la obra completa, Barcelona, Málaga, La Coruña, San Sebastián y Cádiz.


Castillo estrenó su orquestación en el Teatro Real en 1982, con la Orquesta Nacional de España dirigida por Benito Lauret, que constituye la única grabación disponible en la red, grabada in situ en aquella efeméride. Ayer la recuperamos en la ciudad natal del autor, de la mano del incansable e incombustible director de Zahir Ensemble, con resultados muy notables, por encima incluso de lo que prometía tan insatisfactoria grabación. Con la plantilla doblada en efectivos (ocho contrabajos, doce violonchelos, arpa, metales y maderas en abundancia, amplio dispositivo de percusión…), el sonido fue poderoso y equilibrado, a pesar de la multitud convocada, generando una sensación de espectacularidad indiscutible. De la orquestación de Castillo cabe destacar su inspiración en El mar de Debussy para el Preludio, mientras el Episodio trágico está resuelto con un mayor acento nacionalista y un carácter más expresionista, ateniéndose a la estética de la época en que fue compuesta, y no a los años en los que se abordó su orquestación. Con esta feliz recuperación, la Connunta se adhirió a la Ruta Turina que por segundo año consecutivo se celebra en la ciudad.

Con un mismo sentido estético y musical, trabajando con ahínco los aspectos más sensuales así como los más trágicos de la partitura, se ofreció otra pieza insólita, poco divulgada, como es la Sinfonía nº 1 de Samuel Barber, contemporánea de su famoso Adagio para cuerdas. Pura tragedia, abordada con un sentido vehemente, duro y sólido, que repasa en un solo movimiento los cuatro habituales de una sinfonía tradicional, aspecto al que la orquesta se ciñó con tal claridad y acierto que fue perfectamente apreciable en toda su plenitud. Al unísono, García y la Conjunta encontraron el punto perfecto de sofisticación que reclama el primer movimiento, mientras se mostraron abiertamente juguetones en el scherzo que le sigue, evocadores y hasta arrebatadores en el andante tranquillo, con aportaciones brillantes, a nivel de profesionales, de la viola, el corno inglés, el arpa y especialmente el solo de oboe sobre un bálsamo de cuerdas oscilantes. Así, hasta un final vivaz y dramático, redondeando otra noche inspiradora de esta orquesta sin igual que cuenta con el respaldo de la Sinfónica de Sevilla, la Orquesta Joven de Andalucía y la Orquesta Nacional de España, que así se aseguran el mejor de los futuros. La ovación de compañeros y compañeras añade emoción a cada cita con la Conjunta.

miércoles, 26 de noviembre de 2025

AULLAR de hastío y aburrimiento

España 2025 95 min.
Dirección
Sergio Siruela Fotografía y guion Ezekiel Montes Música Pablo Cervantes Intérpretes Elena Martínez, Antonio Dechent, Paco Tous, Adelfa Calvo, Antonio Jesús Serrano, Jorge Tapia Estreno en el Festival de Málaga 17 marzo 2025; en salas 21 noviembre 2025

El caso del marbellí Sergio Siruela es muy singular. Tras unos años dirigiendo series en México, unas de corte eminentemente local, como Promesas de campaña y Se llamaba Pedro Infante, y otras adaptaciones de Julio Verne producidas por Disney y protagonizadas por Oscar Jaenada, Viaje al centro de la tierra y 20.000 leguas de viaje submarino, también en México, vuelve a España para encarar este película decididamente menor y definitivamente floja
Al guion se encuentra Ezekiel Montes, cuyos libretos para largometraje han girado siempre en torno a la actriz malagueña Elena Martínez (Akemarropa, Este amor es de otro planeta, Hombre muerto no sabe morir, Devoción).

En Aullar nos cuentan la historia de una madre e hija frustrada, que lidia con la educación de su hijo, el indeseado reencuentro con el padre y un destino poco halagüeño al que no se sabe muy bien qué ni quién le ha impedido enfrentarse, tal es la indefinición general del guion, en el que ni personajes ni antecedentes cobran vida más allá de una tenue representación de realidad social más bien impostada. Poca emoción traspasa la pantalla, ni la actriz ni el guion, ni tan siquiera su experimentado director, logran sacar partido de esta maltrecha historia. Todo resulta acartonado y hasta cierto punto rancio, por muy buena voluntad que haya echado el equipo y tan buenos sentimientos se pretendan transmitir.

Ni el delicado tema del alcoholismo, ni los sueños perdidos, ni los trasnochados traumas infantiles tienen peso más allá de un libreto obsoleto. El trabajo forzado y en permanente actitud agreste de Martínez no ayuda, mientras a Antonio Dechent nunca lo habíamos visto en peor condición. Sólo Paco Tous y Adelfa Calvo logran mantener cierta dignidad en un conjunto al que Pablo Cervantes pretende insuflar sentimiento a fuerza de una partitura omnipresente y hasta cierto punto bastante cargante. La verdad es que Siruelo poco podía hacer con semejante guion tan falto de carga y profundidad.

martes, 25 de noviembre de 2025

THE RUNNING MAN Denuncia política de poco recorrido

Reino Unido-USA 2025 133 min.
Dirección
Edgar Wright Guion Michael Bacall y Edgar Wright, según la novela de Stephen King Fotografía Chung Chung-hoon Música Steven Price Intérpretes Glen Powell, Josh Brolin, Colman Domingo, Emilia Jones, Alyssa Benn, Lee Pace, Greg Townley, Katy O’Brian, Martin Herlihy, Daniel Ezra, William H. Macy, Michael Cera, Debi Mazar Estreno en Reino Unido 11 noviembre 2025; en Estados Unidos 14 noviembre 2025; en España 21 noviembre 2025


Stephen King publicó en 1982 The Running Man bajo el seudónimo de Richard Bachman, como tres años antes había hecho con The Long Walk, cuya adaptación al cine también se ha estrenado hace apenas un par de semanas. Así pretendía saltarse la regla imperante en las editoriales de Estados Unidos de no publicar más de una novela de un mismo autor en un solo año, y de paso comprobar si tendría el mismo éxito evitando firmar con su popular nombre. Cinco años después, Starsky (Paul Michael Glaser) la llevó al cine de forma libérrima, con Schwarzenegger en el apogeo de su popularidad. Ambas, novela y película vaticinaban un futuro (2017) en el que las grandes cadenas de televisión controlaban a la población, sumiéndola en la estulticia, la confrontación y la pobreza, a través de reality shows de extrema virulencia, un circo para mantener las mentes distraídas mientras el poder amasaba riqueza y ejercía la corrupción. Es en lo único, y no es poco, que King y Glaser acertaron, cuando la moda televisiva de los concursos de realidad aún no había asomado merced al Gran Hermano. Es cierto que ya Orwell imaginó algo parecido en 1984, pero King lo llevó a un terreno que para nosotros resulta muy familiar.

Edgar Wright se ha labrado muy buena reputación con su trilogía de parodias protagonizadas por Simon Pegg y Nick Frost (Zombies Party, Arma fatal y Bienvenidos al fin del mundo), que corroboró con las muy estimables Baby Driver y Última noche en el Soho. Sin embargo, sin ser mala, ésta podría ser su película hasta la fecha menos afortunada. Con un presupuesto considerablemente más abultado que aquella cinta kitsch del 87, y una carga política más visible, la cinta protagonizada por un musculado Glen Powell se toma muy en serio a sí misma para denunciar el control del gobierno, erigirse en proyecto antisistema y mostrar el daño que tanta violencia mediática está provocando en la sociedad. Sin embargo es eso mismo lo que ofrece, logrando así mostrar una vez más la latente hipocresía que ejercen este tipo de productos. En definitiva, denuncia circo ofreciendo circo, sin profundizar en el carácter trágico que tiene la deriva de nuestra sociedad, y por supuesto sin ofrecer soluciones.

El escenario acartonado, siempre de interior, en el que se desarrollaba aquella cinta, como si de un gran plató se tratara, se sustituye aquí por las calles de ciudades como Boston o Nueva York, siempre con un esmerado diseño de producción que convierte el espectáculo en otra distopía, en la que caben guiños a los ochenta, cameo fotográfico de Schwarzenegger y convivencia de cacharrería vintage y maquinaria futurista, ampliando la brecha entre ricos y pobres. La acción resulta convencional y el trabajo de los actores, exceptuando un maquiavélico Josh Brolin, meramente correcto. Como añadido, propone también una crítica a los culebrones protagonizados por gente millonaria, grosera y hortera, Americanos, para lo que Debi Mazar hace su particular cameo.

lunes, 24 de noviembre de 2025

DRÁCULA Espectacular regreso al clásico

Título original: Dracula: A Love Tale
Francia 2025 129 min.
Guion y dirección
Luc Besson, según la novela de Bram Stoker Fotografía Colin Wandersman Música Danny Elfman Intérpretes Caleb Landry Jones, Christoph Waltz, Zoë Bleu Sidel, Matilda De Angelis, Ewens Abid, David Shields, Guillaume de Tonquedec, Bertrand-Xavier Corbi, Raphael Luce Estreno en Francia 30 julio 2025; en España 21 noviembre 2025


Pocas veces, o ninguna, habrán coincidido en cartelera los dos monstruos más famosos de la literatura y el cine, Frankenstein y Drácula. Guillermo del Toro y Luc Besson se han empeñado esta temporada en dar sus propias versiones de cada clásico. Alguna aportación hacen al género, aunque en realidad poca falta hacía revisarlos. No obstante, la cinta del director de El quinto elemento y León, el profesional no deja de tener su atractivo. Quienes le critican, prácticamente todos, que se parezca mucho a la versión de Coppola creemos sinceramente que se equivocan. Es cierto que echa mano de algunos de sus aspectos, sobre todo los relacionados con la caracterización del protagonista. También le achacarán el tono romántico de la historia, presente también en la más convencional pero igualmente interesante versión que John Badham realizó en 1979, justo después de coronarse con el éxito de Fiebre del sábado noche. Por lo demás, la película de Besson tiene su propia personalidad, la que para bien de algunos y mal de otros y otras es capaz de insuflarle su director, el más taquillero de la industria francesa desde hace décadas.

Hay mucho y buen espectáculo en esta versión que prescinde de Van Helsing para sustituirlo por un sacerdote, y de Lucy para convertirla en la estrepitosa Mary, además de ambientar su historia en París en lugar de Londres, con lo que ya no hace falta el episodio del Demeter. No se le puede negar al director de Nikita que tiene agallas para afrontar la comparación con Coppola y aparecer en pantalla con el mismo monstruo que el año pasado protagonizó una nueva versión de Nosferatu, el vampiro apócrifo. Aquí hay una rica ambientación, un excéntrico número musical, un ejército fantástico de gárgolas vivientes y una ligera reflexión sobre la religión y su poder para controlarnos y dominar la especie.

Una fotografía luminosa en exteriores, lúgubre en los ricos interiores, y algunos episodios de cosecha propia realmente sorprendentes, completan la propuesta. También brilla la música de Danny Elfman, ideal para ilustrar cuentos góticos, como ha demostrado en su larga y fructífera relación profesional con Tim Burton. Hay reminiscencias también en su partitura de la de Wojciech Kilar, desde el momento en que ambos recrean el folclore balcánico en su obra. En definitiva, hay un buen y lujoso entretenimiento nada desdeñable. Como curiosidad, el actor austriaco-alemán Christoph Waltz, dos veces ganador del Oscar, aparece en las dos películas, la de del Toro y la de Besson.