viernes, 31 de julio de 2020

CAPILLA JERÓNIMO CARRIÓN: EL LADO AMABLE DE LA CORTE

XXI Noches en los Jardines del Alcázar. Capilla Jerónimo Carrión: Delia Agúndez, soprano. María Alejandra Saturno, viola da gamba. Alicia Lázaro, laúd renacentista. Programa: En tierras lejanas (obras de Pierre Attaignant, Cancionero de Segovia, Cancionero de Palacio, Odhecaton, Juan Vasquez, Diego Ortiz, Archivo de la Catedral de Segovia y John Dowland). Miércoles 30 de julio de 2020

Foto: Actidea
Bajo el nombre de uno de los más prestigiosos y reconocidos compositores del Barroco español de entre los siglos XVI y XVII, Jerónimo Carrión, que fue además maestro de capilla de la Catedral de Segovia, se encuentra un inquieto grupo de músicos y profesoras dedicadas a la investigación, interpretación y recuperación de música creada en nuestras fronteras en el Renacimiento y el Barroco. A las Noches del Alcázar se acercó una pequeña representación, la laudista y directora de la Sección de Investigación Musical de la Fundación Juan de Borbón de Segovia Alicia Lázaro, y la violagambista y violonchelista venezolana María Alejandra Saturno, a quienes se unió un rostro y una voz bien conocida de nuestro público, Delia Agúndez, que volvió a encandilarnos con la dulzura de su timbre y elegante expresividad.

El programa diseñado para la ocasión rebosó interés y atractivo. Aunque con música compuesta y recopilada en época de los Reyes Católicos, se trató de conmemorar el quinto centenario de la primera circunnavegación de la Tierra a cargo de Magallanes y Elcano, gesta alrededor de la cual han surgido muchas propuestas en esta edición número veintiuno de las Noches del Alcázar. Para ello las integrantes de la Capilla Musical se fijaron en autores y compilaciones de diversos países de nuestro entorno, músicas viajeras como las llamó Lázaro, en distintos idiomas pero con un estilo sorprendentemente parecido, lo que da idea de la capacidad que había también entonces, a años luz de la tecnología actual, para interrelacionarse e influirse, gracias fundamentalmente a reinados interconectados por sus discutibles moradores. Así se destacó el lado más lúdico y relajado de la Corte de Isabel I, reverso de su mano dura y del perfil eminentemente fascista que hoy acuña tras por fin despojársele de la careta. Delia Agúndez tuvo que esforzarse en varios idiomas, como corresponde a las piezas recopiladas en archivos y libros del prestigio del Cancionero de Palacio, el Cancionero de Segovia o el Harmonica Musicas Odhecaton veneciano. En la estructura de la propuesta no faltaron las oportunas traducciones convenientemente dramatizadas de Agúndez, glosadas por el laúd de Lázaro y su curiosa tendencia a propiciar sonidos extasiados y respiratorios intolerables para misófonos, fruto indudable de su apasionada dedicación, como también lo fueron sus gestos de simpático acercamiento al público y sus útiles e ilustrativos apuntes beneficiados de su proverbial facilidad para la oratoria. 

Agúndez acarició las notas del rico muestrario seleccionado con su canto dulce, perfectamente ornamentado, fraseado con buen gusto y con el aliciente imprescindible de conservar un timbre sedoso, sincero, sin atisbo de impostación, y manteniendo inteligentemente esa necesaria distinción entre estilos, del sacro del Archivo de la Catedral de Segovia al profano de Pierre Attaignant, maestro de la chanson e innovador impresor musical de la época, o al popular compositor extremeño tan vinculado a la escuela sevillana Juan Vasquez, de quien ofreció una preciosa versión del célebre villancico ¿Con qué la lavaré?. Pero tuvo también deslices, como un inquietante desencuentro con las instrumentistas en Zephiro spira del Odhecaton impreso por Ottaviano Petrucci, fundamental para entender la evolución de las partituras, que las tres salvaron sin disimulo pero con habilidad. También en el amplio vocalise de Helás qui pourra devenir de Philippe Caron acertamos a distinguir dificultades en su línea de canto, detalles que no empañaron una interpretación esmerada de la soprano cacereña, que además defendió a la perfección un repertorio en francés, castellano, latín, italiano (con alegres y sensuales fróttolas) y un preciso inglés en los dos populares temas que cantó de John Dowland, el precioso Flow My Tears y el colorista Come Again Sweet Love. El viento hizo más de un estrago sobre el escenario, alguno especialmente cómico, pero Lázaro, Agúndez y Saturno mantuvieron estupendamente el tipo, ofreciéndonos una velada balsámica y evocadora a la que no fue ajeno el dominio de la violagambista venezolana, que combinó el instrumento soprano y el habitual bajo con total destreza y elegante sentido de la musicalidad.

Artículo publicado en El Correo de Andalucía

miércoles, 29 de julio de 2020

VOCES Expediente Gómez

España 2020 97 min.
Dirección Ángel Gómez Hernández Guion Santiago Díaz, Víctor GaDo y Ángel Gómez Hernández Fotografía Pablo Rosso Música Jesús Díaz Intérpretes Rodolfo Sancho, Ramón Barea, Ana Fernández, Belén Fabra, Lucas de Blas, Nerea Barros, Beatriz Arjona Estreno 24 julio 2020

Otro director debutante en el largometraje que se apunta a la moda del terror gótico, más en la línea de Amenábar y Bayona que en la de Plaza o Balagueró, aunque acabe también echando mano de estos referentes. Su palpable destreza en la realización es fruto de una abundante práctica a lo largo de ocho cortometrajes desde que en 2008 debutara con Lágrimas de papel, con el legendario Paul Naschy como protagonista. Desde entonces no ha disimulado su pasión por el género, que ahora cristaliza en esta versión española de Expediente Warren, con un padre (Barea) y una hija (Fernández) como investigadores de lo inexplicable que se dejan seducir por una familia azotada por la desgracia desde que se mudaron a una vetusta mansión en medio del bosque.

Planteada como una ensalada en la que los ingredientes proceden de todos los tópicos y clichés posibles en el género, aunque bien aderezada por la mano apasionada, hábil y curtida de su joven director, la cinta arranca de forma inmejorable, con una buena dosis de intriga a partir de esas voces del título que acechan a un niño cual Carol Anne abrumada por la gente de la tele en Poltergeist. Con ese toque estético y esa fotografía azulada que caracteriza este tipo de películas, el director no duda en echar mano de referentes episódicos fáciles de identificar en cintas como La profecía o las mencionadas Poltergeist y Expediente Warren. El ejercicio sin embargo va decayendo en interés conforme nos va sumergiendo en una trama reminiscente de nuestro pasado más diabólico, y hace acopio de efectos tan recurrentes como sustos improcedentes, saturación de ruidos y música redundante, mientras su atmósfera envolvente inicial va cediendo paso al lugar común y las situaciones mil veces vistas.

Su reparto realiza un trabajo competente a pesar del endeble guion, que una vez más de manera tan irreflexiva como inconveniente demoniza a la mujer entre brujas y mantis religiosas, cuando como bien apuntan los críticos más lúcidos, y no ese numeroso plantel que eleva el producto al olimpo del terror, debieran ser otros los demonios, los que durante tanto tiempo de opresión se han erigido en nuestros redentores. ¿Para cuándo un Exorcista en el que la víctima esté poseída por un sacerdote? Un toque de crueldad y el cameo del imprescindible Javier Botet se encuentran entre los alicientes de esta irregular nueva incursión en un género muy trillado. Quienes tengan paciencia que se queden hasta el final de los títulos de crédito para comprobar que lo de los exorcistas e investigadores paranormales puede tener secuela si la cosa funciona.

lunes, 27 de julio de 2020

VANDALIA, CHAMAYOU, FANLO Y ZIMERMAN ENCANDILAN EN GRANADA

Iagoba Fanlo y Alfredo Aracil en el Crucero del Hospital Real
Foto: Fermín Rodríguez (Festival de Granada)
Parece mentira que Granada haya podido, en medio de rebrotes y amenazas, ultimar la celebración de la sesenta y nueve edición de su festival, y lo que es más, que haya podido hacerlo con tan alto nivel de calidad y de dignidad, con un plantel de artistas irrepetibles, algunos legendarios, otros a medio descubrir, que han hecho de él una cita ineludible del calendario musical, y un bálsamo de consuelo y felicidad para quienes añorábamos la música en directo tras tanto tiempo de confinamiento e incertidumbre. El último fin de semana se nutrió de un amplio abanico de posibilidades, del canto polifónico renacentista a cargo del grupo sevillano Vandalia, al encendido esplendor beethoveniano de Krystian Zimerman haciendo los dos conciertos de piano más amados del genial compositor, hasta el piano cálido y vertiginoso de Bertrand Chamayou y el violonchelo flexible y carnoso de Iagoba Fanlo. Todos fueron motivos para el regocijo.

La “Bomba” de Vandalia

Vandalia en la Capilla Real. Foto: Fermín Rodríguez
Entrada por la puerta grande del cuarteto de voces sevillano Vandalia, nada menos que en la Capilla Real ante un público íntimo, atento y respetuoso y con un programa de singular atractivo bajo el brazo. Se trataba de recrear la Misa de Bomba del granadino afincado en Guatemala Pedro Bermúdez, muy ligado a este monumento de la ciudad de la Alhambra. Para ello optaron por un programa tan didáctico como estimulante, presentando como antesala la Ensalada Bomba que compuso Mateo Flecha “El Viejo”. El autor fue especialmente prolífico en la composición de este género de piezas, las ensaladas, llamadas así por aglutinar todo tipo de canciones de distinta métrica y autoría, con ritmos diversos y procedimientos heterogéneos, mayoritariamente homófonos. La Bomba se llama así por imitar el sonido del bombeo del agua en un naufragio que representa metafóricamente el hundimiento del alma del pecador y su llamada de auxilio para ser redimido por el Salvador. Rocío de Frutos, exhibiendo un volumen de voz por encima de lo que estamos acostumbrados, pero con la misma dulzura en la línea de canto, alternó con sus compañeros las alegres estrofas de la pieza, a veces onomatopéyicas, otras casi taberneras, si bien se hizo notar cierta dispersión en la armonía, como si cada uno y una cantaran por su cuenta, debido posiblemente a la delicada acústica del lugar.

La Misa de Bomba de Bermúdez es la única de las suyas que hace referencia a una melodía secular, la ensalada citada, aunque mantiene a través del canto firme con tratamiento imitativo la estructura de la misa convencional, a la que el conjunto se plegó con oficio y estilo, dejando claro en este caso su amplio espectro y capacidad de adaptación, con supremas aportaciones de Frutos y Gabriel Díaz en las voces agudas, el tenor Víctor Sordo y el perfecto contrapunto en la armoniosamente ensamblada voz del bajo Javier Cuevas. En la segunda parte, naturalmente sin pausa, dedicaron un amplio espacio al maestro sevillano del Siglo de Oro, Francisco Guerrero, con joyas de la música litúrgica y profana, como Si tus penas no pruevo o Pan divino, graçioso, cantadas con buen gusto y extrema sensibilidad, como la que emplearon ya en un registro completamente distinto en la propina lorquiana, el Zorongo Flamenco, aunque para flamenca la boda que se celebraba en el sagrario adyacente y que casi sabotea el buen hacer del conjunto sevillano.

Chamayou y Fanlo no dejan indiferente

Bertrand Chamayou
Todavía recordamos con admiración el excelente concierto que ofreció el pianista francés Betrand Chamayou en el Teatro Central de Sevilla hace siete años. Entonces vino a tocar música de John Cage con un piano preparado, un sensacional trabajo de percusión y habilidades extremas como tocar con absoluta precisión un piano de juguete. Por eso quizás su arte al teclado no deja indiferente, muestra su inquieta predisposición a encontrar nuevos lenguajes y se deja influir por su pasión por la música contemporánea a la hora de buscar nuevas formas de interpretar lo de siempre, lo que ya se creía dogmático e inquebrantable, hasta el punto de que a menudo podamos sentir como nuevo lo que hemos escuchado mil veces. Saludado como un maestro con los impresionistas, con una integral pianística de Ravel tan lograda que lo avala, ofreció tres preludios de Debussy con una vocación rompedora sorprendente. Sin embargo su Catedral sumergida fue más majestuosa que poética, más del día que de la noche, más ingeniosa e incluso brillante que misteriosa o íntima, y desde luego extremadamente virtuosa, como también lo fueron, pero aquí sí supo captar la atmósfera y el intimismo necesarios, La Terrasse des audiences du clair de lune, mecida por el sugerente murmullo del agua de la fuente del Patio de los Mármoles del Hospital Real, y Feux d’artifices, prodigio de ritmo e impacto sin renunciar a una elegancia y exquisitez extrema. Igual abordó Miroirs de Ravel, con un preciso fraseo emulando el alegre revoloteo de las Noctuelle, una pulsación nerviosa para evocar la opresión incómoda de los Pájaros tristes, chispeante y fluida en una memorable, poética y embriagadora Un barco en el océano, y con un exquisito detalle colmado de reflexión en El valle de las campanas. Incluso en su muy nerviosa y ajetreada Alborada del gracioso encontramos motivos extras para admirar al joven y reconocido artista, igual que luego encontraríamos en una vertiginosa Tarantella de Liszt, según el cuaderno apéndice de los viajes del autor plasmados en Años de peregrinaje, junto a unas idiomáticas y coloristas Gondoliera y Canzone, basadas en temas populares y desgranadas por el pianista con igual ímpetu y ánimo inquieto. Su bloque Liszt se inició sin embargo con Los juegos del agua de la Villa del Este, toda una anticipación del impresionismo musical de marcadas reminiscencias acuáticas que a Chamayou sirvió como perfecta transición entre Debussy, Ravel y el visionario genio húngaro.

Iagoba Fanlo (Foto: Fermín Rodríguez)
También Iagoba Fanlo vino seducido por su compromiso con la música contemporánea y un programa extraordinario alrededor de la primera de las seis suites para violonchelo de Bach. Aún recordamos el buen sabor de boca que dejó hace ocho años en el Femás con estas obras bachianas. El experimento esta vez incluía un Praeludium y Rendez-vous, de Alfredo Aracil, presente en el crucero del Hospital Real, el primero estrenado en el Alicante Actual de hace unos años y el segundo estrenado aquí debido a que su emplazamiento original en el Festival de Cuenca se vio malogrado por la pandemia del coronavirus. Dos singulares obras basadas en material que bien podría haber utilizado el maestro de Leipzig, sometidas a transformaciones, acordes inversos, discordancias, roces y estridencias variadas hasta converger en una convincente interpretación de este sensacional cuerpo del instrumento de cuerda grave por antonomasia, que el artista donostiarra articuló con sensibilidad y muy buen gusto, un sonido carnoso y una autoridad incontestable. Toda esta serie de virtudes destinadas a encumbrar la belleza del barroco derivaron con Britten y su Suite nº 1 para el instrumento en una intensa expresividad, convirtiendo el violonchelo en médium para transmitir toda la fuerza de la tierra, el lamento del destino y el canto elegíaco que tan bien supo en su momento transmitir Rostropovich, para quien se compuso la pieza a instancia de Shostakovich. Seis movimientos separados en tres bloques por un canto recurrente, en el que destacó el desgarro del violonchelista y su especial dominio del arco, explícitamente golpeado en la aflamencada Serenata así como en la Marcha, y con un brillante torbellino en el Moto perpetuo. Un más dócil y convencional Postludium de Aracil concebido muy significativamente para este programa y esta edición del Festival de Granada cerró antes de una propina bachiana este estimulante concierto.

El cierre: una cita concertada

Krystian Zimerman
El sensacional pianista y eventual director de orquesta polaco Krystian Zimerman puso el broche de oro a tan extraordinaria edición del Festival de Granada con el tercero de los programas que dedicó a los conciertos para piano de Beethoven junto a la Orquesta Ciudad de Granada. Tocó el piano y dirigió, o concertó como diría humildemente el gran Javier Perianes, a una orquesta en muy buena forma en nada más y nada menos que los conciertos cuarto y quinto, joyas de la música en mayúsculas, obras maestras de la literatura concertante y monumentos del arte en general. Quizás estuvo demasiado atento al músculo orquestal, en detrimento de su propio instrumento, que especialmente en el largo allegro moderato inicial sonó pequeño y a menudo camuflado. Aunque imprimió su intervención solista de un exacerbado lirismo ambiental, no nos resultaron agraciadas las cadencias, cuya autoría no acertamos a identificar. Sí triunfó en el grave andante con moto central, prodigio de transición entre doloroso y tierno hacia un rondo vivace convenientemente brillante y desprejuiciado. No fue quizás una versión antológica de la pieza, pero sí en cualquier caso bien articulada y dialogada, y de concepción rotundamente clásica.

Por iguales derroteros más o menos deambuló un Concierto nº 5 Emperador musculoso y vibrante, reafirmando su espíritu de gran concierto y ahora sí asumiendo su carácter renovador del género, especialmente apreciable en un adagio central marcado por un extremo lirismo y una concepción netamente sentimental del material pianístico. Precedido de un allegro de amplios desarrollos y generosas proporciones, imbuida de una energía heroica, un inesperado viento que hizo las delicias del público amargó algo la velada a Zimerman, que tuvo que lidiar como pudo con las partituras sin que el resultado se resintiera. De la dulce meditación y la desnuda espiritualidad del adagio pasó con total naturalidad al frenesí rítmico del allegro final, llena de brío y espíritu triunfador, tal como pudo apreciarse con una platea del Carlos V aplaudiendo a rabiar y de pie durante largos y muy merecidos minutos. Y así acabó una memorable sexagésimo novena edición del Festival de Granada, con más mérito teniendo en cuenta las inoportunas condiciones en que ha tenido que organizarse y celebrarse.

Artículo publicado en El Correo de Andalucía

sábado, 25 de julio de 2020

BARENBOIM Y DUEÑAS EN GRANADA: LA CONSAGRACIÓN Y LA PRIMAVERA

Patio de los Mármoles del Hospital Real
Foto: Fermín Rodríguez
Los últimos conciertos celebrados en el Festival de Granada antes de enfrentarse a sus últimas propuestas han venido marcados también por la excelencia que apreciamos hace un par de semanas. Con un plantel de pianistas de primera categoría, en su mayoría veteranos y veteranas que con su presencia han salvado con creces una edición diseñada de urgencia, y un buen puñado de orquestas del país, lo que ha evitado viajes de larga distancia de grandes grupos e intérpretes con su instrumento a cuestas, el Festival ha logrado el reto de llegar a su fin y hacerlo con toda la dignidad, y más si cabe, que merece una cita con tanta historia a sus espaldas. En estos últimos días hemos tenido ocasión de rendir pleitesía a intérpretes sobradamente consagrados, como Bostridge y Barenboim, así como de descubrir las veleidades de los más jóvenes, con el muy reconocido Igor Levit y la gran sorpresa que ha supuesto la joven María Dueñas a la cabeza.

El viaje de Bostridge y Levit

Cuando nos acercamos a una interpretación de Winterreise (Viaje de invierno) de Schubert, centramos nuestra atención naturalmente en la voz, dejando el acompañamiento pianístico en un segundo plano, aun siendo conscientes de la importancia que éste tiene a la hora de transmitir toda la fuerza de esta página inmortal del arte liederístico. No es frecuente que un pianista de gran calibre, de vocación concertista, se asocie con un destacado tenor para ofrecer un ciclo de lieder, como fue en este caso. De esta manera nuestra atención estuvo centrada tanto en la voz como en el piano. Quizás tendríamos que haber asistido al concierto que ofreció hace unos días Igor Levit, el joven y muy contestatario pianista alemán nacido en Rusia, con las tres últimas sonatas de Beethoven, autor con el que más parece se le esté asociando, para calibrar su talento y magisterio en la materia. Sin embargo como acompañante de estas desesperadas canciones de amor y muerte no acertamos a captar nada realmente nuevo o que llamara poderosamente nuestra atención. Faltaría más que no presente una digitación precisa, atenta al matiz y el detalle, delicada y contundente según el lied, y sobre todo segura. Fue precisamente eso, la seguridad, lo que más valoramos, al margen de su habilidad para manejar la partitura en tablet sin perder un ápice de concentración.

Levit y Bostridge. Foto: Fermín Rodríguez
Por su parte, Ian Bostridge, que ha grabado el ciclo con Julius Drake y se considera un ferviente estudioso y conocedor del mismo, exhibió en el Patio de los Mármoles del Hospital Real una madurez absoluta en el manejo de todos los resortes de su voz, destacando en elegancia y voluptuosidad, tan solo enturbiando su prodigioso fraseo y perfecta entonación con fugaces e intencionadas salidas de registro, habitualmente relacionadas con una inusitada rabia. Lo peor por lo tanto en él fue su espasmódica representación teatral, continuas miradas a las entrañas del piano incluidas. Interpretar lieder no significa tanto someterlos a un temperamento gestual impactante como transmitir a través de la expresión y sobre todo la dicción y la inflexión vocal los sentimientos que el autor quiso depositar en su obra. La suya fue una exhibición mayormente delicada en lo vocal, a veces incluso contenida, con pilares fundamentales como ese Wasserflut (Torrente) tan melancólico que sigue al popular Linderbaum (Tilo), pero exagerada y tortuosa en lo gestual. Nada que reprochar a la belleza de su timbre, que quizás haya ganado incluso cuerpo y solemnidad con el tiempo, aunque su dicción del alemán nos pareció algo discutible. Destacó en fuerza y temperamento en Der stürmische Morgen (Mañana tormentosa) y en galantería con Frühlingstraum (Sueño de primavera) muy bien acompañado por Levit, pero faltó garra y gravedad en el inmenso y desolador Der Leiermann (El organillero) final. Fue una interpretación correcta, con momentos brillantes, pero no memorable en su conjunto.

Una joven prodigiosa

Saludo post-Covid de Dueñas y Mena. Foto: Fermín Rodríguez
Al día siguiente la Sinfónica de Galicia volvió al Palacio Carlos V para dejar claro por qué hubo una época no lejana en la que se le consideraba la mejor orquesta de España. Hoy puede que no se encuentre en la cima del ranking, pero sigue siendo uno de los conjuntos más solventes del panorama nacional. Su sonido envolvente, perfectamente empastado, de texturas claras y acentos matizados, se benefició sin duda por la ausencia de mamparas protectoras en los vientos, lo que hizo incoherente el uso de mascarillas por el resto de los intérpretes y resultó en general algo temerario. Pero hubo un inconveniente, y es que los metales, especialmente las trompetas, no estuvieron a la altura del resto del conjunto, quizás más por una cuestión de dirección que de las propias prestaciones técnicas de los intérpretes. Lo cierto es que a las habituales entradas erráticas de las trompas en algunos pasajes, hubo que añadir una gramática punzante y obsesivamente repetitiva en las trompetas que empañaron algunos de los pasajes en los que intervinieron, y todo a pesar de que en el resto la batuta de Juanjo Mena se mostró acertada por su combinación de respeto, humildad y honestidad, lo que nos ahorró estridencias y maniqueísmos innecesarios.

Pero lo realmente abrumador de la velada fue el arte al violín de la joven granadina María Dueñas. Acudimos escépticos ante la cantidad de elogios y reconocimientos acumulados por la violinista desde muy temprana edad. Apostábamos a que obedecería una vez más a su prodigiosa técnica que a su convincente expresividad. Y la verdad es que tuvimos que reverenciar su talento en todas sus vertientes. Parece mentira que con tan solo diecisiete años se pueda conseguir un nivel de madurez expresiva tan alto. Pensar lo que hacíamos la mayoría a su edad provoca sinceramente vergüenza. Solo con mucho trabajo y perseverancia, y teniendo las cosas muy claras, se puede pulir un talento natural, o sobrenatural, a tan exquisito nivel. La suya fue una interpretación del concierto de Beethoven, con toda la dificultad que su popularidad y complejidad conlleva, absolutamente ejemplar y emocionante. No solo brilló en las cadencias, con florituras nada cargantes y un considerable componente sentimental que llegó literalmente a arrancarnos alguna lágrima, sino que tanto el allegro inicial como el larghetto que le sigue respiraron una atmósfera poética de una belleza arrolladora y un legato sin fisuras, mientras con el rondó final extrajo pura felicidad y un pulso muy atlético a la vez que delicado, sin dejarse arrastrar por esas corrientes recientes que afean el fraseo en beneficio de una austeridad más acorde a los presuntos usos de la época. Mena y la orquesta arroparon con mimo tanto en los diálogos como en los tutti que refuerzan el discurso solista. Antes hicieron una versión competente de la Obertura Egmont, y después, siguiendo el patrón clásico, una Sinfonía nº 7 esmerada en ritmo y texturas, sobria y elegante, decantándose por una jovialidad permanente y una especial atención a cada matiz de la partitura. Dueñas por su parte tuvo el detalle de tocar como propina, en su tierra y ante su gente, Recuerdos de la Alhambra de Tárrega, en transcripción de Ruggiero Ricci, una combinación de trémolos y pizzicati de muy difícil ejecución.

Un genio tocando a un genio

Foto: Fermín Rodríguez (Festival de Granada)
La intervención de Daniel Barenboim en el Festival se decidió en el último momento, y sin embargo fue la primera en agotar todas las localidades. Resignados a que nunca llegue a tocar en Sevilla el prometido recital de piano, no podíamos dejar pasar la oportunidad de escucharlo aquí en Granada, con cuyo festival tiene una amplia relación – durante muchos años acudió al frente de la Staatskapelle de Berlín – pero en el que no daba un recital de piano desde hace cuarenta años, como la Argerich. Además todo lo recaudado va a Cruz Roja Española para paliar los efectos de la pandemia, lo que nuevamente da medida del carácter desprendido, filántropo y altruista del inmenso artista. El privilegio de escuchar a Barenboim tocando a Beethoven en el doscientos cincuenta aniversario de su nacimiento fue una experiencia trascendental, y de una emotividad que excede de todo lo que se pueda esperar. Que a estas alturas mantenga una digitación tan precisa y una articulación tan intacta solo se puede calificar de milagroso, pero que además sea capaz de decir cosas nuevas, indagar aun más en la partitura y extraerle nuevos resortes, es prácticamente inexplicable.

En Granada Barenboim programó dos obras descomunales del arte pianístico, sin las cuales no se entendería su evolución, dejando claro por qué se consideran así y cuál es su trascendencia, haciendo acopio de tanta capacidad visionaria como el autor albergó en su época. La suya fue una interpretación de la Sonata nº 31 tan envolvente y llena de sentimiento que si uno no se emociona quedan pocas cosas en la vida que puedan hacerlo. De una cantabilidad asombrosa, un equilibrio extraordinario y un intimismo sobrecogedor, sin énfasis innecesarios y sin renunciar a cierta oscuridad a pesar de poner el acento en su belleza melódica y espiritual. La profunda tristeza con la que la abordó encontró su punto álgido de dramatismo con esas notas secas e intensas in crescendi que una vez más llaman al destino omnipresente en la obra beethoveniana. Barenboim logró así una lectura elocuente de la página que confluyó en un final a corazón abierto, más pesimista de lo que se acostumbra a entender.

Después, las Variaciones Diabelli las atacó de forma orgánica, en tres bloques compactos sin respirar, puros torrentes de música, sentimiento y emoción. Aquí fue especialmente notable su capacidad para exponer con claridad académica todo aquello en lo que Beethoven se anticipó a su tiempo, el carácter temperamental y exacerbado de Liszt, la delicadeza de los impresionistas, el romanticismo extremo de Schumann y Chopin… Todo está en la partitura pero solo un grande entre los grandes puede dejarlo tan claro. Sus Variaciones estuvieron cargadas de tensión, espiritualidad y sarcasmo allí donde correspondía, con continuas transformaciones y cambios de humor que en sus manos resultaron de una sutileza y una naturalidad abrumadoras. Una reflexión tras otra, una concentración extraordinaria y una imaginación rebosante de vitalidad fueron algunas de las características que acompañaron en esta prodigiosa interpretación de una página tan trascendental para la historia de la música, así hasta la gran e intensa fuga final que le pone broche de oro. El público respondió con generosos aplausos, todos y todas en pie desde el primer segundo, pero una vez más sin dejar respirar la música, sin respetar esos segundos imprescindibles que deben mediar entre el reposo del artista y la demostración de admiración, como cuando se paladea un buen vino, en este caso uno excelente. Habría que inventar una nueva clasificación para genios como Barenboim, que vaya más allá… seis estrellas por ejemplo.

Artículo publicado en El Correo de Andalucía

miércoles, 22 de julio de 2020

BEETHOVEN AL RITMO DEL CUARTETO ALMACLARA

XXI Noches en los Jardines del Alcázar. Cuarteto Almaclara: Raquel Batalloso e Irene Fernández, violines. Miriam Gallardo, viola. Beatriz González, violonchelo. Programa: Cuartetos nº 4 Op. 18 nº 4 y nº 7 Op. 59 nº 1, de Beethoven. Martes 21 de julio de 2020

Nacieron hace más de una década como respuesta al claro predominio masculino en el mundo de la composición y la interpretación musical, no con aspiración de lucha sino de reivindicación de género, para ir fomentando la semilla que habrá de germinar algún día en una evidente y justa igualdad. Si hoy ésta aún no existe se debe claramente al lugar que durante tanto se le ha denegado sistemáticamente a la mujer, el de la creación artística. Todavía hoy va alzando poco a poco su vuelo tras tanto tiempo de letargo y sinrazón que ha obligado al género femenino a adoptar otros roles más artificiales que naturales y le han alejado de su propia toma de decisiones. Bien como orquesta o como cuarteto surgido de sus filas, el Almaclara – nombre que deriva de Alma Mahler y Clara Schumann - ha realizado durante estos años multitud de conciertos en los que entre otras páginas ha recuperado música compuesta por mujeres y ha aportado su particular sensibilidad, exenta de inútiles maniqueísmos, en diversas salas de la ciudad, especialmente la Sala Cero de la calle Sol. En esta ocasión se han propuesto el reto de ofrecer una visión lo más completa posible de la música para cuarteto del homenajeado por antonomasia del año, Beethoven, interpretando cuatro de sus obras para este género que abarcan los distintos períodos creativos del autor y facilitan la distinción formal y expresiva entre ellos. Dos las ofrecieron anoche y las otras dos lo harán a finales del presente ciclo, en septiembre.

Hay que lamentar que el arranque fuera tan desapacible, con una entrada del cuarto de los seis cuartetos op. 18 realmente desangelada, acusando un primer violín seriamente desafinado, de líneas imprecisas, en lo que a buen seguro tuvo que influir la humedad reinante en el ambiente, tras la brutal bajada de temperatura y la lluvia y sorprendente granizada caída durante la mañana de ayer. Fue en este instrumento donde más se apreció este inconveniente, quizás porque su papel en este cuarteto del primer período es absolutamente protagónico. Considerado por el propio autor como un ejercicio de ensamblaje de las convenciones formales de la época, las integrantes del conjunto supieron al margen de imperfecciones técnicas transmitir el carácter patético del allegro inicial, con acordes crispados y bruscos sforzandi, que en el andante se tornó afable y humorístico, y casi heroico en un menuetto falto sin embargo de garra y hasta cierto punto de cohesión, salvado en el allegro final con altas dosis de vehemencia y un enérgico ritmo.

Foto: Actidea

Allí donde hubo defectos de forma e imperfecciones técnicas, más apreciables en el violín de Raquel Batalloso que en el resto de sus compañeras, hubo también un considerable cuerpo y una fuerte expresividad que solo se consigue con un trabajo arduo y concienzudo. A pesar de lo apuntado, Batalloso no desfalleció en ningún momento y mostro un evidente dominio del fraseo y el legato, manteniendo una línea melódica sólida y apreciable, mientras el resto de sus compañeras se afanaron en un discurso trasparente y fluido con ella. El arranque del Cuarteto nº 7, primero de los tres opus 59 que Beethoven dedicó al Conde Razumovski, resultó preciso y contundente a manos de la violonchelista Beatriz González, y a partir de ahí se benefició de un amplio desarrollo, especialmente logrado en sus episodios fugados. Tras un enérgico allegretto, la prueba de fuego que supone el intenso y doloroso adagio se superó con nota, desentrañando las vísceras de su melancólica melodía hasta derivar en un allegro en el que sus temas populares y danzables sirvieron de pretexto al conjunto para desplegar un amplio sentido del ritmo y unas considerables dosis de energía. 

Artículo publicado en El Correo de Andalucía

lunes, 20 de julio de 2020

LA FAMILIA QUE TÚ ELIGES Buenismo de manual

Título original: The Peanut Butter Falcon
USA 2019 98 min.
Guion y dirección Tyler Nilson y Mike Schwartz Fotografía Nigel Buck Música Zachary Dawes, Gabe Witcher, Jonathan Sadoff y Noam Pikelny Intérpretes Zack Gottsagen, Shia LaBeouf, Dakota Johnson, John Hawkes, Bruce Dern, Thomas Haden Church, Jon Bernthal, Yelawolf, Jake Roberts Estreno en Estados Unidos 23 agosto 2019; en España 17 julio 2020

Cargada de tantas buenas intenciones como vocación didáctica, el debut en el largometraje de Tyler Nilson y Mike Schwartz reivindica el respeto a la diversidad bajo las hechuras del cine de aventuras al más puro estilo del legendario Mark Twain, algo nada disimulado desde que el propio guion lo cita y el cartel publicitario lo evidencia. Lástima que sus directores se confíen a un guion tan de manual, en el que situaciones y personajes confluyen de forma a menudo tan casual como previsible, mientras su capacidad para concienciar en torno a una cuestión tan delicada como el trato al diferente, en este caso a quien tiene síndrome de down, queda bastante desdibujada debido a la fácil recurrencia al contraste entre los métodos oficiales y académicos y los que tienen más que ver con la vida, la aventura y la audacia para enfrentarse a ellas.

Además se trata de una cuestión ya trabajada, y con más acierto, en otras cinematografías; sin ir más lejos en España dos ejemplos lo trataron con bastante acierto y naturalidad, en Yo, también de Álvaro Pastor y Antonio Naharro y León y Olvido de Xavier Bermúdez. Con todo la cinta funciona como canto, algo impuesto pero amable, a la amistad, como viaje estival por hermosos paisajes supuestamente del norte de California, y sempiterna exposición de temas recurrentes en el cine americano, retos y superhéroes incluidos. Por cierto que hasta que no vemos la película, aunque podemos intuirlo, no sabemos a qué viene su título original, en España modificado por este otro más lacrimógeno y sentimental.

Ese Halcón de Crema de Cacahuete es el nombre artístico que quiere adoptar su protagonista, un joven idealista que sueña con dedicarse a la lucha libre americana sin reparar en supuestas limitaciones, y al que da vida con solvencia y naturalidad el debutante Zack Gottsagen, mientras la réplica la da un recuperado Shia LaBeouf, a cuyo personaje no le puede faltar el habitual trauma emocional en forma de pérdida del hermano mayor y ejemplo vital, como tampoco le falta ese peligro acechante que da rienda suelta a la irrenunciable dosis de acción, ni el previsible romance con la guapa de turno, una Dakota Johnson que con ésta y Personal Assistant se ha convertido en la reina de nuestra cartelera post confinamiento, y con cuyo personaje sus bienintencionados directores no han reparado en marcar ahora sí la diferencia, en este caso machista.

LA PROFESORA DE PIANO Control y frustración

Título original: Lara
Alemania 2019 98 min.
Dirección Jan Ole Gerster Guion Blaz Kutin Fotografía Frank Griebe Música Arash Safaian Intérpretes Corinna Harfouch, Tom Schilling, Volkmar Kleniert, André Jung, Gudrun Ritter, Rainer Bock, Barbara Philipp, Maria Dragus Estreno en el Festival de Karlovy Vary 30 junio 2019; en Alemania 7 noviembre 2019; en España 17 julio 2020

La capacidad del cine alemán para fagocitar géneros y estilos propios de otras cinematografías, ejemplificada en esos telefilmes tan deudores de la estética visual y emocional norteamericana, es parangonable a la nuestra para cambiar títulos a las películas y aportarles algunos tan poco agraciados y acertados como éste, cuyo original es simplemente Lara, el nombre de la protagonista, que no es exactamente profesora sino funcionaria jubilada. Pero como retrato de una frustración que es, Lara fue una vez promesa del piano, solo abortada por un profesor, este sí, extremadamente exigente. Con esa misma exigencia vuelca su frustración en su hijo, un joven inseguro y desbordado por la responsabilidad al que da vida Tom Schilling, uno de los actores alemanes con más proyección internacional de la actualidad, y protagonista también de la anterior película, y ópera prima, del director, Oh Boy, a su vez retrato también de una frustración, la de toda una generación perdida en un futuro incierto.

Esta crónica sobre una madre invasiva y controladora debe muchísimo a Michael Haneke e Isabelle Huppert, pero no solo porque ambos fueran los artífices de La pianista, con la que lógicamente guarda algún punto en común, sino porque el personaje de Corinna Harfouch debe mucho, hasta el abrigo rojo, a los que nos hemos acostumbrado a ver bajo la piel de la Huppert, y porque hay un universo malsano parecido al de Haneke en esta fábula sobre frustraciones y faltas de afecto, aunque no llegue tanta sangre al río como en las inquietantes películas del director austriaco. Repudiada por muchos y redimida por algunos, Lara llega a provocar en el público cierta empatía, convirtiéndose rápidamente en portadora de los logros de su hijo y soportando por ello el desprecio de familiares, amistades y colegas de trabajo.

Ello le vale la categoría de mujer incomprendida, si bien algunas de sus reacciones se tornan tan injustificadas que provocan nuestra desorientación, lo que cabe considerar como un logro del joven realizador, tan preocupado en causarnos cierto estupor como en ilustrar todo ese día en el que transcurre la acción con tanta pulcritud como frialdad formal y emocional. En este sentido cabe decir que aunque la cinta no pudiera existir sin Haneke ni Huppert, Gerster consigue demostrar que controla su estilo, su narrativa y su intención, logrando un film tan interesante como prometedor pudiera parecer sobre el papel. En el apartado musical destacan las aportaciones originales del compositor alemán de origen iraní Arash Safiani y las interpretaciones que de Bach, Chopin, Beethoven y Schumann hace la popular pianista alemana de origen japonés Alice Sara Ott.

MADRE OSCURA Refugiados en el lugar común

Título original: The Wretched
USA 2019 95 min.
Guion y dirección Brett Pierce y Drew T. Pierce Fotografía Conor Murphy Música Devin Burrows Intérpretes John Paul-Howard, Piper Curda, Jamison Jones, Azie Tesfai, Kevin Bigley, Zarah Mahler, Richard Ellis, Gabriela Quezada Bloomgarden, Blane Crockarell Estreno en Estados Unidos 1 mayo 2020 (Internet); en España 17 julio 2020

Mucho no se han debido machacar el cerebro los hermanos Pierce, ya saludados inexplicablemente como nuevos iconos del cine de terror por ésta y otra anterior denominada Dead Heads, un calificativo que actualmente solo merece Ari Aster (Hereditary, Midsommar), a la hora de perpetrar esta desvergonzada acumulación de clichés y lugares comunes del cine de brujas y ambientes adolescentes.

El monstruo de turno, una bruja milenaria que se encarna en vecinas con espíritu maternal, lo que ha llevado a nuestros distribuidores a bautizarla como Madre oscura en lugar del original The Wretched (Despreciable, miserable o mezquina), funciona como personaje iconográfico ideal para proporcionar una cinta de terror estimable. El problema es cuando los guionistas no saben qué hacer con el material de partida, echan mano de tópicos recurrentes del género, sótanos y sustos vulgares e inoportunos incluidos, detalles machistas, personajes y situaciones innecesarias, así hasta un sinfín de despropósitos que solo buscan la referencia y el entretenimiento vacuo y fácil.

Mucho se ha celebrado su carácter de indisimulado homenaje al cine ochentero, especialmente al universo spielberiano, lo que a la vista de los resultados es sencillamente inexplicable e inmerecido. Había buen material de partida en esta bruja devoraniños, pero ni la situación genera suficiente inquietud ni tiene el mal rollo necesario, tan solo se deja ver como un título más de una ya larga serie de productos similares sin repercusión más allá de los incondicionales del género, que en su voracidad quizás encuentren un motivo de regocijo entre tanto ruidito, sustito y testosterona adolescente.

jueves, 16 de julio de 2020

BÉCQUER EVOCADO DESDE LOS ACORDES DE CHOPIN

XXI Noches en los Jardines del Alcázar. Manuel Galiana, actor. Sira Hernández, piano. Programa: Ensoñaciones para una noche de verano (Versos de Bécquer y Nocturnos de Chopin). Miércoles 15 de julio de 2020

Foto: Actidea
Sea por cuestiones administrativas o por una enfermedad viral de carácter universal, éste ha sido el segundo año consecutivo en el que las imprescindibles Noches en los Jardines del Alcázar asoman ya muy avanzada la época estival. Bienvenidas sean aunque en ocasiones la temperatura apenas acompañe y solo se alivien por puntuales brisas de aire, como ocurrió anoche. Con todas las medidas de higiene y seguridad preceptivas debidamente aplicadas, la inauguración de esta edición número veintiuna contó con un cartel de lujo y una propuesta excepcional. Hacía tiempo que no sabíamos nada de Manuel Galiana, que tantas veces nos acompañó en televisión acercándonos a los clásicos del teatro a través de esos Estudios Uno de mi infancia, con una carrera cimentada también en el cine y, sobre todo, el teatro, y resulta que lleva tiempo ofreciendo unos atractivos espectáculos basados en la palabra y la música junto a su amiga y compañera Sira Hernández. El que celebraron con los versos de Gerardo Diego, ilustrados también con los nocturnos chopinianos, parece estar en el germen de este nuevo que cubre el ciento cincuenta aniversario de la muerte de Bécquer.

El esquema es muy sencillo, el prestigioso y multipremiado actor va interpretando, que no meramente recitando, rimas del poeta sevillano, mientras ella ilustra sus palabras con la música de Chopin, unas veces coincidiendo, otras primando una voz sobre otra, y otras imperando solo una, como cuando Hernández recreó el popular Nocturno Op. 9 nº 2, o el muy apesadumbrado Op. 55 nº 1, que la pianista desgranó con considerable intensidad e impacto emocional. Se trata así de ahondar en el temperamento eminentemente romántico de ambos creadores, pero la de Hernández fue una interpretación trasnochada, muy afectada y frecuentemente almibarada, abusando de rubato y haciendo acopio de impostura. No obstante merece elogiar su sintonía con el actor, un dominio de las dinámicas que le permitió quedar en un segundo plano mientras emergía la rotunda voz de Galiana, y ascender a un primer plano cuando su voz era independiente.

No cabe duda de que la pianista catalana tiene muy meditadas las páginas que interpretó con evidente delectación, y que incluyó también el muy transitado Nocturno Op. 9 nº 1 o el muy delicado Op. 72 que cerró la velada junto a la mítica Volverán las oscuras golondrinas, que en la voz de Galiana sonó intenso y desgarrador, como ya antes hizo con la Rima nº 47. Sus palabras, qué solos se quedan los muertos (Rima 73)… Tus ojos crees que la afean, pues no lo creas (Rima XII) sobrecogieron en el excelente paseo por el amor y la muerte que nos brindó el actor, acompañado al principio por el ensordecedor ruido de los insectos, que una vez callaron evidenciaron otro zumbido, el de la amplificación, que no calló pero tampoco eclipsó el trabajo meticuloso y comedido de los artistas.

Una programación de homenajes

Delia Agúndez
A lo largo de dos meses, la mitad de éste y de septiembre y agosto entero, las Noches del Alcázar ofrecerán más homenajes a Bécquer, a través de los romances medievales de Canticas, o del recital que la mezzo Lola Casariego hará acompañada de Francisco Soriano al piano y de Francisco Sánchez en los versos, con obras de Falla, Turina, Albéniz o Chapí. Naturalmente será Beethoven quien cuente con más citas para celebrar el doscientos cincuenta aniversario de su nacimiento. El Cuarteto Almaclara interpretará en dos citas cuatro de sus cuartetos, mientras el pianista Tommaso Cogato se acercará al Beethoven menos difundido junto a la violinista Mariarosaria D’Aprile, y a sus sonatas junto al también violinista Javier Comesaña. Trifolium enfrentará el Cuarteto Op. 18 nº 6 del genio de Bonn con otro de su contemporáneo portugués Joao Pedro de Almeida, Zart Trio enfrentará su música con la de Schubert, la flauta de Vincent Morelló y el fagot de Álvaro Prieto, junto al piano de Rocío Vilchez, a la de Haydn, el dúo formado por la violinista Assumpta Pons y la violista Rocío Gómez, a la de Mozart, y Rafael Ruibérriz a la flauta y Antonio Simón al fortepiano, a la de Hummel. Además, Vanitas Duo nos traerán dos sonatas del genial compositor.

Los homenajes a la primera circunnavegación del mundo y su forjador, Magallanes, se extenderán también este año, con Axabeba, los ministriles Oniria, la siempre estimulante voz de Delia Agúndez y la Capilla Jerónimo Carrión, Rocío de Frutos, Raúl Mallavibarrena y Musica Ficta, y los integrantes de Artefactum, Alberto Barea y Aníbal Soriano, Hexacordo, con predominio del Cancionero de Palacio y autores como Juan del Encina, Juan Vasquez, Monteverdi y Rameau en los atriles. Finalmente, Antonio Caldara, de quien se cumplen trescientos cincuenta años de su nacimiento, será homenajeado en dos ocasiones, con La Ritirata, Josetxu Obregón al violonchelo e Ignacio Prego al teclado, y con Symphonia Hispanica, entre cuyos integrantes se encuentra el oboísta José Manuel Cuadrado, ganador hace unos años de una beca de la Asociación de Amigos de la Barroca de Sevilla.

Rocío de Frutos
Otras propuestas interesantes incluyen a los también miembros de Artefactum Álvaro Garrido y César Carazo junto a la voz de Clara Campos en un programa dedicado a la mujer en la tradición sefardí, de nuevo Rocío de Frutos esta vez con canciones españolas de los siglos XIX y XX, acompañada por Pedro Rojas-Ogáyar a la guitarra, y el cuarteto de saxofones Sinoidal Ensemble, con transcripciones de Bach, Ligeti y Scarlatti. L’Estro d’Orfeo, integrado por el clavecinista Javier Núñez y la violinista Leonor de Lera, interpretará música italiana del siglo XVI in stile moderno, Anna Urpina al violín y Eva del Campo al clavecín recorrerán la Europa de los siglos XVII y XVIII, mientras el violonchelista Israel Fausto Martínez y la pianista Carmen Martínez Pierret nos acercarán a mujeres compositoras como Nadia Boulanger o Henriette Bosmans.

Otro tipo de propuestas incluyen homenajes a Charlie Parker cuando se celebra su centenario, con Ernesto Aurignac al saxo y Diego Suárez al piano, un homenaje a Pedro Iturralde a cargo de Neus Dúo, otro a la mujer en el blues y el dixie de Nueva Orleáns por The Dixielab, en la línea de O Sister! Y Trés bien!; Quique Bonal y Kid Carlos recreando el estilo de Django Reinhardt y Scott Joplin, y la guitarra portuguesa de Ricardo J. Martins acompañando a Minhalva en un tributo a la irrepetible Amalia Rodrígues. Más flamenco, músicas de otro mundo y otras delicias combinadas como siempre con cariño y voluntad por Actidea, completan la estimulante oferta.

Artículo publicado en El Correo de Andalucía

miércoles, 15 de julio de 2020

DÓNDE ESTÁS, BERNADETTE Neura existencial en tono amable

Título original: Where’d You Go, Bernadette
USA 2020 104 min.
Dirección Richard Linklater Guion Richard Linklater, Holly Gent Palmo y Vincent Palmo jr., según la novela de Maria Semple Fotografía Shane F. Kelly Música Graham Reynolds Intérpretes Cate Blanchett, Billy Crudup, Emma Nelson, Kristen Wiig, Judy Greer, Laurence Fishburne, Zoe Chao, David Paymer, Steve Zahn, James Urbaniak, Troian Bellisario, Kate Burton, Jóhannes Haukur Jóhannesson Estreno en Estados Unidos 16 agosto 2019; en España 10 julio 2020

En el cine de Richard Linklater encontramos su vertiente más personal e independiente, con películas como Boyhood, Waking Life o la trilogía de Antes del amanecer, atardecer y anochecer, y su faceta más convencional y hasta cierto punto comercial, en la que se enmarcan cintas como Bernie, Escuela de rock, Todos queremos algo, La última bandera o ésta última que ahora se estrena casi un año después de hacerlo en Estados Unidos, seguramente como consecuencia del cierre de toda actividad cultural durante tanto tiempo. 

A medio camino entre el análisis social, el psicoanálisis y la comedia amable y familiar, la película se beneficia especialmente de otra brillante actuación de Cate Blanchett, esta vez como desquiciada madre de familia que una vez despuntó como extraordinaria artista. Sabemos que hoy en día, en nuestra estresante y torturada sociedad, es difícil encontrar alguien que no tenga una tara emocional, y que hemos pasado de frecuentar terapias a convivir con esa tara, intentar corregirla nosotros y nosotras mismas o simplemente esperar que sean los demás quienes se adapten a nuestra forma de ser. El personaje que interpreta Blanchett podría entenderse de esta manera, pero a Linklater el libro en el que se basa su guion parece interesarle sobre todo por mostrar la eterna lucha de la mediocridad con la excelencia, la incomprensión que ésta genera y la necesidad de seguir creando y apartarse de lo estrictamente mundano para encontrar así cierto equilibrio emocional.

En este caso prima también una preciosa relación entre una madre y una hija, engendrada como una suerte de milagro, al igual que las obras que una vez forjaron la leyenda de esta artista, y que no por casualidad podría haber originado que su personaje se llame Bernadette, como la niña de Lourdes. En cualquier caso buscar análisis certeros y diagnósticos fiables se convierten en una frivolidad cuando en realidad lo que tenemos por delante es un mero entretenimiento, puesto en escena con amabilidad y buen oficio y con los guiños habituales entre citas e intervenciones estelares que le dan un atractivo añadido, como también lo hace su ambientación en el tramo final en una tierra tan hermosa y crepuscular como castigada por la mano del hombre, la Antártida (recreada en Groenlandia), ideal para perderse.

martes, 14 de julio de 2020

UNDER THE SKIN Los ojos de la viuda negra

Reino Unido 2013 108 min.
Dirección Jonathan Glazer Guion Walter Campbell y Jonathan Glazer, según la novela de Michael Faber Fotografía Dan Landin Música Mica Levi Intérpretes Scarlett Johansson, Paul Brannigan, Krystof Hádek, Scott Dymond, Adam Pearson, Jeremy McWilliams Estreno en el Festival de Venecia 3 septiembre 2013; en Reino Unido 14 marzo 2014; en España 10 julio 2020

En estos tiempos en los que aflora lo mejor y lo peor del ser humano, resulta sintomático que una pequeña distribuidora recupere un título incomprensiblemente desterrado de nuestras pantallas hasta ahora, en el que la observación de nuestra contradictoria conducta se erige en eje de la función. Nada más y nada menos que seis años hemos tenido que esperar en España para ver en una sala de cine la última propuesta cinematográfica de Jonathan Glazer, un director curtido en el videoclip de calidad, la videocreación y el cine con dos emblemáticas películas en su haber, Sexy Beast, una coproducción de 2000 con nuestro país que le reportó a Ben Kingsley una nominación al Oscar, y la fascinante Reencarnación, en la que Nicole Kidman sufría los malos influjos del mítico edificio Dakota de Nueva York, esta vez en forma de niño poseído por el espíritu de su marido difunto.

Pero si aquellos dos títulos aun mantenían cierta relación con la realidad convencional, en Under the Skin, que ha conservado aquí su título en inglés para no confundirla con la película de Francisco Lombardi de 1996, Glazer nos sumerge en un ambiente onírico y hasta cierto punto perturbador para contarnos la historia de una viuda negra, a la que Scarlett Johansson presta un físico rotundo y una mirada glacial, con mejores resultados que cuando interpreta a la otra viuda negra, la de Marvel. Esos ojos, a cuya fabricación asistimos nada más empezar la función, es la clave para comprender hasta donde sea posible este paseo que un cuerpo de mujer realiza por el paisaje humano y frecuentemente nocturno de una nutrida Glasgow. De este modo Glazer parece querer desglosar el libro de Michael Faber en el que se ha basado, quizás para trazar una inteligente disección de la violencia machista, vista y perpetrada desde el otro ángulo, el de la mujer que experimenta la sed de venganza, pero que al contrario que sus verdugos y ahora víctimas, puede experimentar una sorprendente metamorfosis hasta adquirir una capacidad de compasión que es en última instancia lo que la diferencia del género opuesto.

Pero todo en el film puede ser mera elucubración y que estemos asistiendo a un juego tan maquiavélico y enigmático como los que nos ha estado proponiendo David Lynch desde su ya legendaria Terciopelo azul. Poca palabra y mucha imagen sugerente y envolvente utiliza el avezado realizador para provocar un inusitado interés en el espectador que no decae pero perturba, especialmente cuando pone en escena un desasosegante juicio final en el que víctimas y verdugos son reducidos a la piel que esta mantis religiosa necesita para completar su particular paseo por un planeta que se autodestruye sin pausa ni contención. Con unas premisas así y la siempre estimulante presencia de la protagonista de Match Point, resulta incomprensible que no haya encontrado distribución en nuestro país, aunque tampoco su paso por distintos festivales pareció lograr el reconocimiento del que disfruta siete años después. Tan solo su magistral banda sonora, obra de la vanguardista y experimental Mica Levi (Monos, Jackie), fundamental para dotar al film de toda su inquietante expresividad, suscitó en su momento la atención que el conjunto merece, llegando a ganar el premio del Cine europeo en ese apartado.

PRIMEROS ACORDES CON PÚBLICO EN EL FESTIVAL DE GRANADA

Elisabeth Leonskaja y la Orquesta Nacional de España en el Palacio Carlos V.
Foto: Fermín Rodríguez (Festival de Granada)
El pasado veinticinco de junio arrancó la edición número sesenta y nueve de este imprescindible del verano, el Festival de Granada, con un Réquiem de Mozart en la Catedral protagonizado por la Orquesta y Coro, incluido el Joven, Ciudad de Granada, bajo la batuta del prestigioso Andrea Marcon y las no menos extraordinarias voces de Carlos Mena, Katharina Konradi, Xabier Anduaga y Carlos Álvarez. Tal como informamos en su día en estas páginas, del 28 de junio al 7 de julio se celebró el Festival Digital, con la intervención virtual de Javier Perianes, Rocío Márquez, Fabio Biondi, Jordi Savall, Cañizares y Pepe Romero. Todo un cartel de lujo que precedió como un paréntesis entre el recuerdo a las víctimas y el canto de la esperanza, al arranque ya definitivo con público, manteniendo todas las medidas de seguridad y protección contra el virus, el jueves 9 de julio. De nuevo la Orquesta Ciudad de Granada y sus coros interpretaron entonces una Novena de Beethoven muy especial, con coros participativos a lo largo de las gradas del Palacio Carlos V.

En sus primeros días de andadura el festival ha dejado muy claro su vocación de referencia y calidad extrema, repitiendo esquemas que tanto éxito han dado en el pasado, pero con las energías renovadas de un nuevo equipo directivo que ha sabido conjugar a la perfección el legado recibido de entre otros su último director, Pablo Heras-Casado, presente como público en cada una de las citas que vamos a repasar, y unas ilusiones renovadas más si cabe con la amenaza de una situación que nos desborda y no provoca sino incertidumbre, especialmente en una disciplina tan delicada como es la cultura. Ninguna de las primeras citas a las que hemos acudido defraudaron, colmaron nuestras expectativas y nos reafirmaron en nuestra convicción de que la programación elegida alcanzaba la excelencia.

Polifonía renacentista

Tenebrae en el Monasterio de San Jerónimo
Foto: Fermín Rodríguez (Festival de Granada)
En ese esquema ya familiar encajó a la perfección el concierto matinal que celebró el conjunto vocal inglés Tenebrae, comandado por el ex King’s Singers Nigel Short, en el Monasterio de San Jerónimo el sábado 11. Un programa diseñado en torno al Officium Defunctorum, misa de difuntos que Tomás Luis de Victoria compuso a principios del siglo XVII, ilustrado con una introducción litúrgica anónima en forma de canto llano, el motete a seis voces Versa est in Iuctum del ursaonense Alfonso Lobo, quizás su obra más conocida, y el popular Miserere de Allegri. Desde nuestra posición por detrás de las voces no pudimos apreciar en toda su extensión y complejidad el juego armónico de voces y texturas, ni siquiera cuando para interpretar la pieza de Allegri para doble coro, se emplazaron en dos grupos por delante y detrás de la mesa del altar. Solo pudimos apreciar la proyección de las voces hacia detrás y de lado, inapropiado pero suficiente para apreciar la calidad de unas voces extraordinariamente educadas así como para constatar que la suya sería una interpretación más celestial y etérea que sombría y fúnebre, como corresponde especialmente a la obra de Victoria. Fue una vez más la tradición polifónica inglesa, basada fundamentalmente en la belleza y la piedad más que en el tormento y la imploración del perdón divino, la que primó en esta versión ajena a la austeridad, no obstante satisfactoria como experiencia sensorial cargada de serenidad y espiritualidad, que hizo de alguna forma justicia a esta música de extraordinaria luminosidad.

Auténticos ases del piano

Grigory Sokolov en el Auditorio Manuel de Falla
Foto: Luis Pascual
Antonio Moral en su debut como director del Festival se ha apuntado un gran tanto consiguiendo que en él intervengan algunos y algunas de las más destacadas pianistas del panorama internacional, figuras legendarias que han concitado un enorme interés entre la afición y han venido a demostrar que a pesar de su veteranía no han perdido ni un ápice de su arte y aún han añadido más quilates a su magisterio. El desfile de grandísimos y grandísimas del teclado lo inició Grigory Sokolov ese mismo sábado por la tarde en el Auditorio Manuel de Falla. En realidad ofreció un doble concierto, a juzgar por los entusiastas aplausos de más de treinta minutos que le obligaron, con o sin ganas teniendo en cuenta su proverbial inexpresividad afectiva, a interpretar nada más y nada menos que cinco propinas, el famoso Preludio Op. 28 nº 20 en do menor de Chopin incluido. Pero bromas aparte, acudió al festival con el mismo programa que ya paseó por distintas capitales españolas el pasado mes de febrero, que domina a la perfección, sin partitura y con toda la versatilidad y férrea disciplina que le caracteriza. Ya desde los primeros acordes de la Fantasía y fuga K.394 de Mozart no pudimos evitar sentir un enorme escalofrío, contagiados de la emoción y la extrema belleza con la que fue capaz de afrontar esta página para algunos trasnochada, un estudio académico que trasciende su espíritu para convertirse en manos de un grande como él en un prodigio de contrastes dinámicos y coherencia dramática. El primer movimiento de la Sonata nº 11 también de Mozart sonó compacto y muy expresivo, pero fue el minueto central el que permitió un mayor vuelo lírico y un carácter ensoñador y bucólico extraordinario, mientras recorrió el popular allegretto final alla turca con sobriedad exenta de estridencias pero no de acentos convenientemente marcados. Con el Rondó K.511, tan sobrio como desconocido, desentrañó el Mozart más vanguardista y adelantado a su época, con una interpretación casi romántica de la pieza, ideal para conectar con Schumann, protagonista de la segunda parte del concierto a través de sus delicadas, y a veces soberbias, Bunte Blätter, hojas coloridas en la que el compositor vierte su doble y controvertida personalidad, pero que en manos de Sokolov no cayeron en la tentación de convertirse en un fuerte contraste entre lo meramente bello y sencillo y lo decididamente temperamental, encontrando el punto de equilibrio justo para ofrecer una versión tan lírica y delicada como fuerte, fresca e imaginativa.

Elisabeth Leonskaja sin perder el aliento
Foto: Fermín Rodríguez (Festival de Granada)
La siempre elegante y en ocasiones literalmente milagrosa Elisabeth Leonsakja protagonizó el concierto del domingo 12 en el Palacio Carlos V, junto a la Orquesta Nacional de España y Josep Pons, tanto tiempo ligado a Granada mientras fue director titular de su orquesta. Por cierto, que la concertino invitada de la ONE, una flamante Lina Tur Bonet, protagonizó un impecable recital esa misma mañana en la Iglesia de los Santos Justo y Pastor, junto a Musica Alchemica. La suntuosidad del Carlos V, sede incontestable de este encuentro anual, no marida a la perfección con la demanda acústica, de forma que las orquestas se resienten de su sequedad y falta puntual de proyección, algo que no ocurre afortunadamente con la música de cámara. Así, a estos inconvenientes hubo que sumar las obligadas mamparas que protegían a los vientos, y la posible fatiga que pudiera ocasionar en toda la plantilla la imprescindible mascarilla. Con estos inconvenientes Pons desplegó una Sinfonía nº 27 de Mozart, de estructura clásica y operística, en la que primó la ligereza en el primer movimiento, mientras el segundo lo defendió con una muy particular pátina de misterio que fue lo más llamativo y logrado de la función, mientras el final resultó menos brillante y despreocupado de lo habitual. También en la archiconocida Sinfonía nº 40 hubo desequilibrios, con unos ralentizados primer y último movimientos, claros y concisos pero faltos de espíritu, frente a un andante de suma elegancia y un minueto efervescente y acelerado. Atento y respetuoso en su acompañamiento a Leonskaja, el Concierto nº 20 se benefició de la elegancia, la sinceridad y la humildad de la pianista georgiana, que también con mascarilla logró firmar una página antológica. Faltó quizás garra y mayor dramatismo en el arranque orquestal, pero la buena sintonía entre batuta y piano se tradujo en pasajes hermosísimos como una romanza llena de encanto y delicadeza y un allegro final brillante y jubiloso. Ella destacó especialmente en las cadenzas y tuvo el detalle de regalar como propina, a escasos metros del monumento homenajeado, La puerta del vino de Debussy.

Y entonces llegó Argerich

Renaud Capuçon y Martha Argerich. Foto: Fermín Rodríguez
Anoche fue Martha Argerich, leyenda entre las leyendas del arte pianístico, quien asomó en el festival, ausente desde el lejano 1979. Lo hizo junto al joven Renaud Capuçon, ofreciendo tras páginas inmortales de la música camerística, las sonatas nº 8 de Beethoven y 2 de Prokofiev y Franck, que sustituyó a última hora la inicialmente prevista de Schumann con igual numeración. Increíblemente ágil en todos los sentidos, la pianista argentina dio muestras de un dominio absoluto de la técnica, especialmente apreciable en un legato impecable, y la expresividad a través de un fraseo natural y elegante, sin cambios bruscos de registro y acentos siempre justos y delicados. Eso fue apreciable sobre todo en una Sonata en La mayor de Cesar Franck antológica, henchida de melancolía y ensoñación a lo que no fue ajeno el violín de Capuçon, a quien se agradece su homogeneidad de registro pero que acusa un timbre demasiado agudo que no siempre conviene a la página elegida, que como en la Sonata Op. 30 nº 3 de Beethoven exige más cuerpo, y sobre todo en la Op. 94 nº 2 de Prokofiev, donde la ironía a veces se difumina ante la falta de un mayor carácter y una intención más sarcástica de la interpretación. A pesar de lo apuntado, consecuencia de nuestra tendencia a buscar pormenores, juntos lograron una noche brillante y antológica, lo que unido al placer de disfrutar de una leyenda de la música como Argerich todavía en todo su esplendor, solo podemos calificar como experiencia irrepetible. No faltó sintonía ni buen gusto entre ambos intérpretes, imprescindible para que el conjunto resultara de tan alto grado de calidad y satisfacción y fuera tan celebrado por el privilegiado público asistente.

Artículo publicado en El Correo de Andalucía