El regreso de Billy Crystal a la gala de los Oscar como presentador y maestro de ceremonias, sumando así hasta nueve comparecencias en este mismo rol, coincidió con una de los espectáculos más austeros que recordamos de los ofrecidos por la Academia de Hollywood. Es curioso porque hace ya tres años Hugh Jackman, que hizo una espléndida labor no sólo como presentador sino además como magnífico cantante y bailarín, introducía los Oscar con un número musical presuntamente económico porque el país estaba en recesión. Esta vez no han hecho falta excusas, la austeridad ha brillado por sí sola, sin avisos ni sorpresas.
Apenas un número musical, el ofrecido por el Circo del Sol, al ritmo de la música compuesta por Danny Elfman para el espectáculo Iris, aunque el ofrecido la noche del 26 de febrero era un espectáculo genuinamente creado para la ocasión. Acrobacias y contorsiones con fondos cinematográficos para disimular su origen desligado del celuloide - si al menos hubieran nominado en algún apartado Agua para elefantes -, mientras la operación olía inevitablemente a márketing de la compañía canadiense. Es decir, un único número musical y sin costarle nada a la organización, sino más bien puede que incluso cobrando del Circo en concepto de enorme publicidad.
Por su parte, Crystal hizo el tradicional numerito de introducción con los habituales juegos de palabras para referirse a las películas nominadas en la categoría reina, con los arreglos de su amigo y colaborador Marc Shaiman, autor del musical Hairspray y varias bandas sonoras de películas protagonizadas o dirigidas por el protagonista de Cuando Harry encontró a Sally. Nada nuevo y nada original, con un humor difícil de captar para nuestra sensibilidad, pero que una vez sí logró captar la de un patio de butacas invadido una vez más de las estrellas más rutilantes de la constelación cinematográfica. Quizás por esa incompatibilidad con nuestro sentido del humor nuestros cronistas se han apresurado a tildar el espectáculo de aburrido. Cierto que no tuvo la espectacularidad de otras ediciones, pero no se le puede negar ritmo y agilidad, y desde luego por poco que se esté familiarizado con el cine americano y se haya dejado uno llevar por sus propuestas de temporada, imposible será aburrirse con una sucesión continua de alguna de la gente más guapa y famosa que concoemos, con continuos momentos para la emoción, entre discursos acertados y grandezas varias.
Echamos en falta esos portentosos montajes con recuerdos y momentos estelares, sustituidos por unas declaraciones de grandes intérpretes con aires de trascendencia, quizás lo menos logrado de la oferta. Por otro lado destacó la elegancia y enorme sensibilidad con la que fueron presentados los fallecidos del año, incluyendo algunas intercalaciones sonoras con sus voces y un estremecedor fondo blanco sobre los que sus nombres se elevaban quizás hacia un hipotético cielo, el mismo del que nunca han bajado porque, no lo olvidemos, nos estamos refiriendo a auténticas estrellas. Todo ilustrado con una conmovedora versión del What a Wonderful World compuesto por Bob Thiele y George David Weiss e inmortalizado por Louis Armstrong, a cargo de la cantante afroamericana Esperanza Spalding y un coro espiritual.
Quizás esta vez podamos presumir sin ánimos chauvinistas que nuestros Goyas fueron más espectaculares, pero los Oscar siguen siendo los patriarcas, y los de este año demostraron la seriedad y la sobriedad que demandan los tiempos. Jackman avisó hace tres años de la recesión, pero es ahora cuando más patente se ha hecho en una gala que al menos no ha renunciado al glamour. Y mientras esperamos tiempos mejores seguiremos disfrutando de los sueños que nos regalan un puñado de privilegiados y privilegiadas que eran como nosotros y acabaron acariciando el Olimpo. Y si no que se lo digan a Penélope Cruz, venerada en Estados Unidos, como demuestra el hecho de que la sentaran en primera fila, junto al equipo de The Artist, o como se comprueba en el vídeo de presentación de la Alfombra Roja en la cadena ABC. Aún no puedo comprender por qué aquí, en su país, no ocurre lo mismo, con la excelente embajadora que nos ha salido.