Fausto de Goethe protagoniza el décimo programa de abono de esta temporada, aunque tratándose de un drama que ha inspirado tantas páginas célebres de la música clásica, solo una de ellas, y no precisamente de las más conocidas, subió a los atriles de la Sinfónica. El resto parece inspirarse en ese otro pacto que muchas personas realizamos a lo largo de la vida, el de la superación y la reposición de nuestro estado de ánimo, algo que muy bien comprendieron Rachmáninov de la mano de su terapeuta para resolver un conflicto anímico puntual, y Schumann para superar una de sus muchas crisis emocionales. El trabajo que a este respecto realizaron completó un concierto que contó con preludio wagneriano.
Una batuta ágil y de ímpetu generoso
Luciendo lazos rojos en sus atuendos, en solidaridad con la Orquesta Ciudad de Granada, que se había manifestado frente a la Junta reclamando garantías de futuro, los y las integrantes de la ROSS se mostraron muy cómodos frente a la dirección firme y vigorosa de Axelrod, que imprimió en todo momento de ímpetu y fuerza su particular lectura de las partituras convocadas. Al margen del Idilio de Sigfrido y las Wesendonck Lieder, la música no operística de Wagner atrae raramente a los programas sinfónicos, aunque cuente con atractivos suficientes como los de la Obertura a Fausto con el que arrancó éste. Influido por La condenación de Fausto de Berlioz, la pieza constituye un intento de componer una sinfonía en la línea de las que inspiraron a Mendelssohn o Liszt. Aquí encontramos alternancia entre pasajes tumultuosos, llenos de nervio y brío, y otros más reposados y líricos, a todo lo cual batuta e intérpretes se plegaron con ductilidad y considerable fuerza dramática.
La búsqueda de un estilo propio
La joven pianista italiana Gloria Campaner, que ha grabado junto a Axelrod el concierto de Schumann, realizó una lectura muy personal del celebérrimo e hiper transitado Concierto nº 2 de Rachmáninov; tanto que a algunos nos pareció hasta desagradable en su exagerada afectación tanto expresiva como gestual. Tras un primer movimiento de ritmo muy lento y a menudo descompasado, en el que los fuertes contrastes a los que sometió al teclado hizo que algunos acordes resultaran inaudibles, hasta el punto de que en su mayor parte la obra ni siquiera parecía concertante, su lectura del adagio se ciñó más a la partitura, aunque no dudó en introducir notas disonantes que no venían al caso. Ya en el allegro final su interpretación se volvió más convencional. Nada que objetar a su dominio técnico, pero su particular pacto con la música para encontrar un estilo propio solo sirvió para convencernos de que las genialidades deben reservarse para voces elegidas. Axelrod dirigió con aplomo y fuerte carga de lirismo. Como propina Campaner se relamió con un Träumerei de Schumann que quiso ser sublime pero solo resultó interminable.
Esta pieza de Kinderszenen sirvió de puente para ofrecer la Sinfonía nº 2 de Schumann, un viaje de la oscuridad a la luz, cuyo poder emocional y fuerte carga de tensión recibió de Axelrod una interpretación pujante y emotiva, respondida por la orquesta con soberbia solidez. Magníficamente articulada de principio a fin, este perpetuum mobile que es un auténtico desafío para cualquier sección de cuerda, encontró un vehículo decidido e inmejorable en manos de Axelrod y una aguerrida Sinfónica de Sevilla.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía