La Orquesta Sinfónica Conjunta y su director, Juan García Rodríguez, no actuaban en el Teatro de la Maestranza desde marzo de 2013, cuando acompañaron la recuperación de la zarzuela de Sorozábal Entre Triana y Sevilla. Pero entonces fue en el foso, nunca hasta ahora habían subido a su escenario. Y lo hacen justo cuando culminan diez temporadas completas - o casi, ya saben la pandemia – desde aquel primer concierto en diciembre de 2011 con una Quinta de Beethoven que nos dejó literalmente boquiabiertos y sorprendidos. Por fin ahora la Universidad le encarga el concierto de clausura de su año académico, tomando el relevo de la ROSS.
No estamos ante una orquesta joven formada con los mejores de cada conservatorio del país o la comunidad, sino del alumnado de un conservatorio, el Manuel Castillo de Sevilla, del que la batuta de Juan García se ha encargado todos estos años de sacar el máximo partido y, con mucho esfuerzo y dedicación, lograr que suene como una orquesta profesional, con las justas irregularidades técnicas inevitables en un conjunto de estas características. Eso sin olvidar que gracias al trabajo de director y orquesta hemos podido disfrutar en la ciudad de páginas extraordinarias, gracias al diseño por parte de García de programas apasionantes en los que lo contemporáneo se da la mano con lo clásico y popular, procurando siempre el máximo rendimiento académico de los y las jóvenes convocadas.
Sensacional pareja de Garcías
Todos estos años han supuesto también la oportunidad de solistas de nuevo cuño para debutar frente a una orquesta sinfónica, como el violista Alberto García, que aquel fatídico 13 de marzo de 2020 cuando su debut se suspendió por el estado de alarma, vio frustrada una oportunidad que ahora recupera felizmente. La suya fue una interpretación del concierto de William Walton sorprendentemente madura y equilibrada para su edad y experiencia. El autor de un buen puñado de bandas sonoras, incluidas las de las películas que dirigió Laurence Olivier basadas en Shakespeare, compuso este concierto en un registro patético y dramático destacado, con recursos y sonoridades más propias del violonchelo, algo de lo que el solista se hizo perfecto eco con texturas gruesas y aterciopeladas. García viola se mostró sentimental y convenientemente lánguido en su primer movimiento, virtuoso y danzarín en el scherzo, y vivaz y enérgico en el final, siempre con la complicidad de García batuta, que imprimió a la página ese tono dinámico con ínfulas populares y ligeramente jazzísticas que resaltan su mordacidad e ingenio, destacando sus aires folclóricos combinados con registros disonantes, ásperos y tempestuosos. La respuesta de la orquesta al virtuosismo y la expresividad del violista fue sencillamente ejemplar.
De la Sinfonía Renana de Schumann Juan García ofreció una versión fogosa y brillante, potenciada por la excelente acústica del Maestranza (¡qué ganas teníamos de escuchar esta orquesta en el templo sevillano de la música!). Hubo desde luego menos evocación bucólica y ensoñadora de paisajes y leyendas en esta interpretación, y más fuerza, más coraje e ímpetu fogoso, a pesar de que el arranque pudo resultar algo desangelado. Pero solo fueron unos primerísimos acordes que rápidamente derivaron en pura fuerza expresiva, un torrente de sensaciones para el que todos y todas se emplearon a fondo, desde la vibrante y nerviosa dirección hasta unas trompas majestuosas, todas chicas, que lograron en conjunto una Renana sensacional. Un rápido y danzarín scherzo y un sobrio y misterioso andante dieron paso a un grandioso maestoso y un contrastante, lleno de ritmo y pasión, vivace final, bullente y trepidante. Parece mentira que el talento de Juan García Rodríguez, al margen de su exitoso y comprometido Zahir Ensemble, siga atrapado en esta ciudad, sin que ni siquiera nuestra Sinfónica, que inexplicablemente solo le ha confiado un concierto de abono en toda su historia, se percate de ello.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía