USA 2018 95 min.
Dirección John Krasinski Guión Scott Beck, Bryan Woods y John Krasinski Fotografía Charlotte Bruus Christensen Música Marco Beltrami Intérpretes Emily Blunt, John Krasinski, Millicent Simmonds, Noah Jupe, Cade Woodward, Leon Russom Estreno en Estados Unidos 6 abril 2018; en España 20 abril 2018
El rostro de John Krasinski lo hemos podido ver en películas de todo género, románticas como Un lugar donde quedarse o Algo prestado, comedias como Hasta que el cura nos separe, denuncias racistas como Detroit o bélicas como 13 horas: Los soldados secretos de Bengasi, donde le dirigió Michael Bay, productor de ésta su primera incursión como director en el cine de terror. Ahora incorpora a Jack Ryan en una serie de televisión sobre el agente creado por Tom Clancy. Antes había dirigido dos comedias sentimentales, la inédita en nuestras pantallas Entrevistas breves con hombres repulsivos y Los Hollar, en la que además interpretaba al personaje principal, un joven que tiene que cuidar de su disfuncional familia. Podríamos considerar Un lugar tranquilo su primera película de terror, y ciertamente así es, si no fuera porque hay un alto componente también de drama sentimental y familiar en esta película que entroncaría directamente con las otras dos películas que de momento conforman su filmografía como director. Celebrada desde su estreno hace un par de semanas en Estados Unidos, donde logró un considerable éxito de taquilla y la rendición incondicional allá y aquí de la crítica, nos acercamos a ella con esperanza y curiosidad. Lo primero para comprobar si realmente es capaz de renovar el género y aportar algo nuevo y fresco al panorama que cuenta con mayor número de adeptos e incondicionales; y curiosos porque su punto de partida argumental es ciertamente novedoso y particular. Una familia sobrevive refugiada en una cabaña en el bosque a una invasión de alienígenas ciegos que atacan en función del sentido auditivo, que se supone tienen muy desarrollado. Krasinski articula bien la tensión, pero una vez más a partir de un guión caprichoso y tramposo con el que no podemos evitar encontrarnos una vez más ante la típica tomadura de pelo con la que tan a menudo quieren empeñarse en alienar nuestro intelecto. En la forma la cinta falla porque hay de todo menos silencio, desde una música casi omnipresente a la cansina sucesión de ruidos estridentes para potenciar el susto y la sorpresa. Las secuencias se articulan en torno a situaciones harto improbables y poco reflexionadas, tomando prestados ingredientes de películas mucho más acertadas, como Señales, Alien o La guerra de los mundos. Y los detalles dejan muy en entredicho la habilidad de los guionistas para lograr la coherencia que el producto demanda, como graneros que funcionan como arenas movedizas, monstruos que atacan según qué ruidos, o que se manejan perfectamente a gran velocidad en espacios abiertos y bosques, y con gran destreza en espacios cerrados, escaleras y pasillos, puede que orientados por ondas ultrasensoriales que, magia, no funcionan con seres humanos, a los que sólo avistan si hablan, gritan o hacen cualquier otro ruido. Todo muy convencional y pobre. Peor aún el tratamiento del tema sobre el que parece tratar, el instinto de protección paternal, tan evidenciado en el guión que palidece frente al genio de Spielberg para expresar lo mismo en la película que citábamos anteriormente. Hay más bien un sentido fuerte de la conservación en un film que repite roles femeninos y masculinos en un universo tan limitado como éste, rituales religiosos alrededor de la mesa, o marginación a la mujer, en este caso la niña de imposible rostro al que da vida Millicent Simmonds, a quien vimos recientemente en la estupenda Wonderstruck: El museo de las maravillas. También ella es recipiente de otro de los temas favoritos de los americanos, tan relacionado también con la religión, como es el concepto de culpa y la mortificación derivada de ella. Que consigue inquietar y asustar, sí, pero a costa de mucha trampa, lugares comunes, convencionalismos e irritaciones variadas.
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