Guión y dirección Mateo Gil Fotografía Sergi Vilanova Música Fernando Velázquez Intérpretes Vito Sanz, Berta Vázquez, Chino Darín, Vicky Luengo, Irene Escolar, Josep María Pou, Andrea Ros, Juan Betancourt, Carlos Olalla Estreno en Festival de Miami 13 marzo 2018; en Festival de Málaga 13 abril 2018; en salas 20 abril 2018
Mateo Gil no se conforma con ser convencional ni como guionista de las películas de Amenábar desde Tesis a Ágora, ni como director atreviéndose con distintos géneros, el thriller en Nadie conoce a nadie, el western en Blackthorn, la ciencia ficción en Proyecto Lázaro, y ahora la comedia romántica. Siempre busca ir a más, con éxito o sin él. Se trata ahora de contarnos la sempiterna historia romántica de dos que se conocen, intiman, salen juntos, surgen las diferencias y finalmente se dejan, pero como si de una experiencia científica se tratara. Para ello Gil teje una complicada y compleja trama en la que se intentan analizar todos los movimientos de la pareja protagonista y su entorno como si fueran reacciones químicas y físicas, relacionándolas con leyes matemáticas y científicas en general, muy especialmente con la que estudia la energía del movimiento a través de la inyección de calor, que da título a la película. Como experimento la verdad es que se queda corta o directamente frustrada, sin que realmente lleguen a interesar ni sorprender estas forzadas y artificiosas relaciones de los sentimientos con las ciencias. El uso del formato documental para explicar estos símiles no deja de tener su gracia, adoptando un estilo narrativo y estético parecido al de films como los de Michael Moore o Al Gore, testimonios incluidos en un recurrente inglés convenientemente doblados en plan La 2 y con épica música de Fernando Velázquez acompañando los supuestamente apasionantes y estimulantes testimonios versados sobre la materia. Pero en definitiva lo que mantiene el interés del film es la historia, sus atractivos personajes, los igualmente atractivos espacios barceloneses en los que se mueven, y el estilo visual y narrativo que Gil impregna a toda la obra hasta conseguir un producto sumamente enérgico y entretenido, incluyendo también situaciones propias del slapstick, con caídas de personas y objetos intencionadamente cómicas. Aun así no arranca las risas pero sí las sonrisas, gracias a un tono en general agradable y distendido, sin estridencias, y eso que la función da para muchas, lo que no es poco para tal atrevimiento y riesgo. La intención quizás no era esa, pero el acabado resulta estimulante y apetecible, pues hace del lugar común y lo mil veces contado algo atractivo gracias a su original enfoque y a espectacular formato. Vito Sanz y Chino Darín, que ya coincidieron en La reina de España, convencen como amigos antagónicos en cuestiones de amor y seducción, mientras la belleza de Berta Vázquez (Palmeras en la nieve) se complementa con una interpretación acorde al tipo de mujer que interpreta, centrada e ilusionada a pesar de una profesión, modelo, que suele ser pasto para neurosis y desequilibrios. Apreciable también el complicado trabajo de montaje, que consigue sacar de un aparente caos una organización de átomos convenientemente ordenados. El único problema es que nuestro cine sigue acomodado en mero entretenimiento para masas aletargadas, impidiendo que piensen en los verdaderos problemas políticos, sociales y económicos del pueblo, y anclándose en mundos ideales donde sólo importan las cuestiones generacionales de índole sentimental. Atención al cameo de Daniel Sánchez Arévalo interpretando a un ¡director de cine!
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