sábado, 7 de abril de 2018

EL SÍNDROME STOKOWSKI EN EL 5º PROGRAMA DE LA ROSS EN TURINA

5º concierto del ciclo Beethoven y Haydn de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Michael Thomas, director. Programa: Cuartetos Op. 59 nº 2 (arreglado por Thomas) y Op. 135 (arreglado por Bernstein), de Beethoven. Espacio Turina, viernes 6 de abril de 2018

Este programa del ciclo Haydn y Beethoven que la Sinfónica está celebrando en el Espacio Turina tenía a priori el encanto de ofrecer transcripciones para orquesta de dos cuartetos de Beethoven, el que marca el ecuador de su producción para este formato y el último de ellos. Obras, cada una de ellas en su estilo, de gramática enérgica y espesa, cuya adaptación a mediano formato de orquesta inspiraba nuestra curiosidad. Para tan original concierto se contó con el entusiasta e incansable trabajador Michael Thomas, tantas veces ligado a la agenda cultural andaluza y que tanto y bueno hace por ella. Su talante amable e indiscutible profesionalidad está fuera de toda discusión, su talento como artista sin embargo ofrece a veces considerables dudas. De cualquier forma celebramos su vuelta a un escenario en el que depositó tanta ilusión al frente de la actualmente en paradero desconocido Bética de Cámara, otro varapalo recibido de las instituciones municipales y autonómicas.

Al margen de lo discutible que pueda ser convertir obras de cámara en piezas sinfónicas – más sentido tenía lo contrario para acercar la música a ambientes más restringidos -, la práctica se extendió a lo largo de la primera mitad del pasado siglo con músicos como Schoenberg, que logró convertir el Cuarteto para piano nº 1 de Brahms en su Quinta Sinfonía, o Stokowski, que desde su mítica posición frente a la Orquesta de Filadelfia, supo extraer del catálogo de Bach la suntuosidad del barroco tardío traducido en majestuosas transcripciones orquestales. Las del propio Thomas y el homenajeado Bernstein apenas se atreven a inflar las voces para dar mayor relieve, aunque no más expresividad, a las obras originales, traducidas en algo parecido a las Sinfonías para cuerdas de Mendelssohn.

El segundo de los Cuartetos Op. 59 que Beethoven compuso a instancias del embajador ruso en Viena, Andrei Razumovski, acusa una extrema economía de medios y una ingeniosa combinación entre frenético y pausado. El trabajo de Thomas evidenció también lo primero, y aunque hay un considerable trabajo de dinámicas y texturas, al final la sensación es de languidez y zozobra, que la orquesta acometió con falta de entusiasmo y empatía. Faltó instinto melódico y carácter intimista, sobre todo en el adagio, algo confuso y falto de definición. Si acaso sólo la desenfrenada carrera final tuvo una respuesta más convincente. Tampoco el arreglo de Bernstein para el Cuarteto nº 16 demostró la pertinencia de estas transcripciones, si bien resulta un poco más estimulante y personal, apreciándose un meticuloso trabajo entre enigmático y lírico en el lento assai, y un lapidario grave ma non troppo en el que batuta y plantilla supieron resolver con acierto la difícil transición hacia el desconcertante y jubiloso allegro final.

Artículo publicado en El Correo de Andalucía el 8 de abril de 2018

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