Dirección Alberto Rodríguez y Paco R. Baños Guión Alberto Rodríguez, Rafael Cobos, Fernando León de Aranoa, Fran Araújo y Pedro Álvarez Fotografía Pau Esteve Birba Música Julio de la Rosa Intérpretes Pablo Molinero, Paco León, Sergio Castellanos, Patricia López Arnaiz, Manolo Solo, Lupe del Junco, Tomás del Estal, Paco Tous, Cecilia Gómez, Antonio Gil, Manuel Morón, Antonio Dechent Estreno 12 enero 2018
Honores de cine para una serie de televisión. No somos muy seguidores de series, por falta de tiempo. Requieren mucha dedicación y disciplina, y cuando nuestro ocio se centra en los estrenos cinematográficos, conciertos y otras actividades en directo, apenas queda espacio para sentarse frente a la televisión con la cadencia necesaria. Sin embargo la curiosidad de ver qué ha convertido esta serie creada por el sevillano Alberto Rodríguez, tras los éxitos cosechados en el cine con La isla mínima y El hombre de las mil caras, en el trabajo más comentado de los últimos meses, así como comprobar la supuestamente excelente ambientación de la Sevilla de finales del siglo XVI, nos ha hecho sucumbir a la tentación y acercarnos a su propuesta aunque sea tres meses después de su estreno. Vaya por delante que La peste es una buena serie, que propone una investigación criminal al estilo CSI pero a finales del Renacimiento en una ciudad que combinaba sus aires de grandeza con la miseria imperante, concretamente en forma de epidemia y de dominio de la sinrazón y la intolerancia de una Iglesia que siempre se ha adueñado de la idiosincrasia de un pueblo fanático y adormecido, cruel, narcisista y despiadado. Conocer a través de la mirada de Rodríguez y sus colaboradores la Sevilla de la que provenimos nos hace aún más aborrecerla, y a pesar de eso seguimos adorándola. Nos invita a comprender ese espíritu de la sevillanía que cree que la suya es la mejor ciudad del mundo, a la vez que la maltrata, ensucia y descuida sin compasión. Pero también a entender por qué sigue siendo una ciudad tan mediatizada y condicionada por la Iglesia, que ha impuesto sus ritos y tradiciones y nos hace aparecer todavía en el siglo XXI como una sociedad anacrónica, rancia y ridícula, con procesiones cada dos minutos, cantos a la Virgen y los Santos continuos y cansinos, y tantas otras veleidades capaces de hacernos sonrojar a los que siendo también sevillanos renegamos de estas prácticas ancestrales que tanto lastran nuestra imagen y progreso. Rodríguez, Cobos y Baños reflejan bien estos pilares que aún nos sostienen, aunque en el camino haya mucho que reprocharles. La peste es una serie difícil de entender, porque sus intérpretes no hacen mucho por conseguirlo. Salvo León, López Arnaiz y Solo, prácticamente la dicción de la totalidad del elenco es tan deficiente que muchos diálogos se nos escapan, y no es problema sólo del fuerte acento empleado, sino de un mal endémico en nuestro cine, donde modular bien parece una quimera, y del ruido ambiental que satura el sonido y una música permanente, anacrónica y atmosférica, que firma un agotador Julio de la Rosa, empeñado en ser el más vanguardista y moderno de nuestros compositores. Cabe denunciar también el empeño del equipo por mostrar una ciudad oscura, sin esa luz que nos caracteriza. Pero a pesar de todo, La peste es un trabajo considerable que nos ilustra sobre el daño de la Iglesia, la mezquindad de una sociedad siempre ávida porque la ciudad sea la más importante aspirante a todo, a capitalidad mundial entonces cuando era puerto de las Indias, a capital cultural, sede de juegos olímpicos y otras ambiciones en época actual, pero que si no se quita el sambenito de la liturgia y la comunión, pocas oportunidades podrá aprovechar en el futuro. La recreación de esa ciudad sucia (aún hoy avergüenza ver cómo amanecen nuestras calles por obra y gracia de una ciudadanía maleducada y asalvajada), embarrada (demasiado para lo que llueve normalmente) y a la vez monumental, amurallada, con Catedral y Torre del Oro a los pies de un río quizás sobredimensionado (a veces parece una ciudad al borde del mar), es extraordinaria, a pesar de lo apuntado. En cuanto a la trama criminal, en la que no falta la lucha de la ciencia por encontrar su lugar de progreso donde la Inquisición no deja florecer nada, acaba despertando nuestra fascinación, que no es poco. Cuesta seguirla pero atrapa nuestro interés.
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