Dirección Steven Spielberg Guión Ernest Cline y Zack Penn, según la novela del primero Fotografía Janusz Kaminski Música Alan Silvestri Intérpretes Tye Sheridan, Olivia Cooke, Ben Mendelssohn, Mark Rylance, Simon Pegg, T.J. Miller, Hannah John-Kamen, Win Morisaki, Philip Zhao, Julia Nickson, Kae Alexander, Lena Waithe Estreno 29 marzo 2018
Ya es difícil que hoy en día un director estrene dos películas en apenas unos meses, cuanto más que sean las dos excepcionales cada una en un género completamente distinto. Ese hombre es Spielberg, que tras emocionarnos con su alegato a la prensa libre y el feminismo más serio y analítico en Los archivos del Pentágono, nos regala un auténtico regreso al futuro y a la ciencia ficción más imaginativa hecha con alma y corazón. Cuando nos tienen tan acostumbrados a los efectos visuales más deslumbrantes y las recreaciones de ambientes, criaturas y cataclismos más espectaculares, pero tras un par de décadas sin apenas emocionarnos, llega el creador de E.T. e Indiana Jones y en una nueva vuelta de tuerca nos transporta a un universo de fantasía absolutamente genuino y persuasivo, a pesar de basarse en el tan trillado mundo del videojuego. Como si se tratara del perfeccionamiento absoluto de aquel Tron de la década de los ochenta, Spielberg nos invita a través de la música y de infinitos referentes cinéfilos a aquella década prodigiosa, con la tecnología y los avances en montaje y sonido de hoy pero el encanto de antaño, sin perder un ápice de entusiasmo e ingenuidad en el camino. Hay una serie de carteles publicitarios de la película que se basan en cintas de éxito de los ochenta, algunas producidas por el propio Spielberg, como Bitelchús, El club de los cinco, Los Goonies, Matrix, Jóvenes ocultos, Dentro del laberinto, Blade Runner, Regreso al futuro, Bullit, Rambo y Risky Business, que dan la medida de las intenciones de un Spielberg nostálgico y a la vez adrenalítico; títulos a los que se suman clásicos como King Kong o un fascinante e irrepetible paseo por los escenarios e iconos de El resplandor de Kubrick, en un nuevo homenaje del maestro al genio a quien sustituyó en la adaptación de Inteligencia Artificial. Pero Ready Player One, título que hace referencia al arranque de esos míticos juegos de ordenador con el que se inició una nueva era tecnológica del entretenimiento hace ya cuatro décadas, no se queda en un desfile de referencias para nostálgicos, cinéfilos y aficionados a la música pop, incluido ese aspecto del avatar del protagonista directamente inspirado en el cantante de A-Ha, sino que es un canto a la libertad y la creatividad de cada uno y una, secuestrada por una cada vez más preocupante dependencia a la tecnología que aliena nuestra inteligencia y sentimientos en favor de un tejido empresarial cada vez más dominante. Un mensaje obvio y previsible dentro de un conjunto que destaca por presentarse como una vertiginosa montaña rusa, y sobre todo por tratar tan delicado material con emoción y alma. Claro que todo este maravilloso entretenimiento paga también un precio para encandilar a su público y no renunciar al taquillazo en el que pretende convertirse, y es que algunas de sus secuencias de acción se alargan en exceso, como suele ser habitual en el cine del género en la actualidad, especialmente la imprescindible batalla final, lo que hace que sucesivos visionados futuros, que los merece, se resientan de tener que enfrentarse de nuevo a tan cansinos castillos de fuegos artificiales. En la música, a falta de John Williams, seguramente demasiado mayor para afrontar tantos compromisos en un mismo año, y de iconos de la época como Jerry Goldsmith o James Horner, ya fallecidos, Spielberg ha echado mano significativamente de otro de los creadores musicales de la época, Alan Silvestri, cuyas partituras para la trilogía de Regreso al futuro son recreadas intencionadamente en esta extraordinaria película, además de referencias explícitas a los Piratas de Zimmer, las fanfarrias y marchas de Williams y el Godzilla de Ifukube.
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