Francia 2017 93 min.
Guión y dirección Xavier Legrand Fotografía Nathalie Durand Intérpretes Denis Ménochet, Lèa Drucker, Thomas Gioria, Mathilde Auneveux, Coralie Russier, Matthieu Siakaly, Florence Janas, Saadia Bentaïeb Estreno en el Festival de Venecia 8 septiembre 2017; en Francia 7 febrero 2018; en España 21 abril 2018
En su debut en el largometraje, el francés Xavier Legrand propone una variante de los problemas psíquicos y emocionales que provocan los divorcios, dentro de una vorágine que incluye violencia de género y vulneración de los derechos infantiles, entre otros espinosos y delicados temas. El proyecto se ha convertido en un éxito en su país, después de lograr diversos reconocimientos en certámenes alrededor del Mundo, incluido el León de Plata al mejor director en el Festival de Venecia. Enmarcado en dos cuestiones que marcan con una considerable preocupación estas diatribas conyugales, las decisiones judiciales (intencionadamente protagonizadas por mujeres) y la colaboración vecinal, Legrand propone un ejercicio centrado en el mero terror, el que provoca la sinrazón y la demencia, haciendo especial hincapié en el sufrimiento de un hijo utilizado como moneda de cambio para que el monstruo consiga sus desquiciados propósitos. En este sentido resulta meritoria la interpretación del joven Thomas Gioria, una responsabilidad basada en el sufrimiento y el horror que el niño borda con impecable precisión, pero que invita a reflexionar sobre la conveniencia de someter a semejante presión psicológica a un intérprete de tan corta edad, habida cuenta de que se está planteando una historia desgraciadamente muy candente y realista de monstruos domésticos. Contada con firmeza y tanta precisión que no falta ni sobra nada, la realización sin embargo busca cierto distanciamiento con el drama, de forma que lo vemos y oímos desde fuera, sin complicidad, como meros observadores de un terror cotidiano que ya conocemos y del que tenemos suficiente conciencia, a pesar de lo cual se sigue produciendo aquí y allá a diario. Como ejercicio de terror cinematográfico funciona satisfactoriamente, sin forzar la situación ni someter a sus personajes a esas recurrentes e irritantes reacciones que facilitan el progreso del guión a costa de la irracionalidad de los comportamientos.
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