Para que un artista llegue a ser considerado tal es imprescindible alcanzar un elevado grado de madurez. Dos años justos después de su excelente concierto en este mismo espacio tan evocador como el propio programa desgranado, Francisco Bernier volvió con un nivel de confianza y madurez aún mayor que el que manifestó en aquella ocasión. Su sola presencia, avalada por los premios y vítores alcanzados no solo aquí sino en muchas plazas entendidas del extranjero, honra unos jardines en los que disfrutar del fresco impropio de un verano ciertamente insólito se ha convertido en una costumbre.
En el programa autores habituales en su repertorio, incluso piezas que ya había interpretado entonces, como los Recuerdos de la Alhambra y la Fantasía sobre motivos de La Traviata, ambos de Tárrega, que volvieron a lucir impolutos, claros y sugerentes, pero con un abanico de matices más amplio y depurado. Enmarcado en esas Visiones de España que diseñan una de las líneas de los conciertos de este año, se repitieron piezas ya escuchadas la semana pasada en versión quinteto de cuerda, como Asturias, en la que Bernier exhibió una vertiginosa pulsación y una enorme plasticidad; y aunque se perdiesen algunas notas en las aceleraciones, su esfuerzo y talento se tradujeron en un trabajo sensacional.
Bernier grabó las Evocaciones de García Abril hace unos años, con resultados notables. Compuestas en 1981 y estrenadas por Ernesto Biteti, la nº 3, dedicada a Juan Ramón Jiménez, es la más íntima y evoca aires mediterráneos con un carácter introspectivo, a lo que la atenta y delicada pulsación de Bernier no solo le hizo justicia sino que la enriqueció. Llobet, habitual también en sus programas, estuvo presente a través de su arreglo de la popular Danza andaluza de Granados, en la que el guitarrista amortiguó su carácter nacionalista, limando y depurando su preciosista expresividad. Claras y sencillas sonaron las Variaciones Op. 9 de Fernando Sor sobre temas de La flauta mágica de Mozart, excelentemente moduladas, salvaguardando su inconfundible estilo galante; mientras en la Sonata Op. 61 de Turina, estrenada por Andrés Segovia en 1932, desplegó rigor, virtuosismo y energía, destacando el detalle con el que tañó su impresionista andante. En esa misma línea técnicamente depurada y espiritualmente detallista abordó las piezas cortas de Tárrega Lágrima, Capricho árabe y la afrancesada y rítmica María Gavota, así como el Preludio de Villalobos que dejó para la propina.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía el 31 de julio de 2014
Artículo publicado en El Correo de Andalucía el 31 de julio de 2014