Hace
más de una década que la orquesta
valenciana se deja ver y oír en nuestra ciudad, desde aquellos primeros
conciertos en los que todavía les faltaba definición y depuración, hasta llegar
a disfrutar de un prestigio y una dignidad que sólo se alcanza con mucho
trabajo y una considerable pasión. Constantino Martínez-Orts la derrocha incluso
en sus profusas locuciones, frente a una numerosa y prolífica orquesta
mayoritariamente de gente muy joven.
Su
propuesta tiene mucho de teatralidad,
de manera que no importa las veces que haya ofrecido el mismo espectáculo en
distintas ciudades, y de éste ya van siete y le quedan treinta y seis, incluido
un segundo en Sevilla en el mes de marzo,
que siempre se las ingenia para parecer que lo hace por primera vez, con toda
la naturalidad y la frescura del mundo, logrando de paso que el público también se sienta protagonista
de su propuesta. De esta teatralidad participa también el podio sobre el que se
sitúa el director, reminiscente del de Stokowski en Fantasía, así como la
generosa luminotecnia y el vestuario futurista de todos y todas las
miembros de la orquesta.
Llegar
anoche a Fibes resultó toda una odisea para buena parte del público, debido
fundamentalmente a las obras del tranvibus, pero también ante la expectación que suscitan los conciertos
de la FSO. De hecho, fue mucha la gente que llegó tarde y tuvo que
incorporarse ya empezado el concierto, con las consiguientes molestias que supuso
ubicarlos. Pero todo sirve de cara a disfrutar de esta cita con el cine que más taquilla hace y más óscars recibe, una
constante que a Martínez-Orts parece atraerle bastante.
La
emoción de sentir la música
El
término Tarab que bautiza esta nueva
gira, fue desgranado a modo de presentación por una voz en off acompañada de la crepuscular música de Hans Zimmer para Dune, con la sevillana Anaís Sancruz exhibiendo su potente voz desde las
alturas. Su significado, la emoción que sentimos a través de la música, se
puede asociar a cualquiera de los espectáculos anteriores de la orquesta.
El
programa arrancó con la habitual dosis
de cine clásico, al que Martínez-Orts dedica poca atención, limitándose a
una o dos piezas por concierto, y siempre en versión muy reducida, como esta
vez, que se conformó con los títulos de crédito iniciales de El halcón del mar de Korngold, sacrificando
el tema Reunion al que generalmente
va anclado. Además, precederlo de la fanfarria de la Fox en lugar de la Warner
que la produjo, no fue muy acertado
desde el punto de vista ortodoxo, sí quizás del espectáculo que siempre
persigue con sus propuestas.
De
James Horner se interpretaron dos piezas
asociadas a un apolíneo y melenudo Brad Pitt, el cálido y romántico The Ludlows de Leyendas de pasión, con un impecable final a doble violín a cargo
de Amanda Ochoa y Maider Lara, y la
música de batalla de Troya, con
brillantes aportaciones de los metales y un obsesivo control del ritmo. Lástima
que las dimensiones del auditorio
obliguen a amplificar el sonido, perdiéndose en el camino matices,
dinámicas y planos sonoros, aunque hay que admitir que en su caso el sonido
está muy bien diseñado y estos inconvenientes se minimizan bastante.
Una
inquietante suite de Marte demostró lo buen compositor que es Harry
Gregson-Williams, siempre a la sombra de Zimmer en la filmografía de Ridley
Scott, como sucede ahora con Gladiator II,
pero tan inspirado y eficiente, como
bien demostró la depurada interpretación de la orquesta. También en forma de
una muy conseguida suite se presentó la música de James Newton Howard para Animales fantásticos, en la que el swing a big band se hizo patente de
forma también impecable y muy en estilo.
|
Anais Sancruz en modo Elsa |
La
primera parte culminó con la participación de la cantante sevillana en el
icónico Let It Go! de Frozen en perfecto inglés, quizás algo menos punzante y apasionado de lo deseable,
pero tan bien entonado como suele ser en ella, y con el abrigo entregado de la
orquesta. Lástima que la suite de Forrest
Gump de Alan Silvestri no resultara tan convincente. Se trató de una versión recortada y arreglada de
los títulos de crédito finales de la película, que se reveló insuficiente y
algo tosca.
Un
complejo y radiante alarde técnico
Silvestri
fue también el encargado de abrir la segunda parte, permitiendo a la orquesta exhibir su versatilidad para conjugar
diferentes ritmos y estados de ánimo en la colorista suite de El regreso de la momia. De nuevo sonó el
popular y emotivo tema de La lista de
Schindler, con una impecable
interpretación de Ochoa al violín que no desmereció a otros grandes que la
han abordado, como Itzhak Perlman en la banda sonora o Anne-Sophie Mutter en
una grabación reciente, e incluso mejoró la de otros igualmente insignes
solistas como Joshua Bell.
También
de Williams, un inevitable de los
programas de Martínez-Orts, es El
ascenso de Skywalker, con la que la FSO completó la saga Star Wars, un romántico tema que sólo se
escucha en la película en sus créditos finales. A él encadenó sin solución de
continuidad la Marcha Imperial de El imperio contraataca, dejando clara la flexibilidad de la orquesta a la
hora de cambiar de registro de forma abrupta y radical.
El
cuarto final del concierto fue lo mejor de la noche, con un trío de bandas
sonoras con las que la orquesta y su director realizaron todo un alarde técnico de combinación entre efectos sonoros,
electrónica y sonido acústico a altísimo nivel. Así se resolvieron con
total satisfacción la oscarizada música de Ludwig Göransson para Oppenheimer, el estremecedor final de Gravity de Steven Price, con vocalizaciones
a pleno pulmón de Sancruz, y una sensacional suite de Origen de Zimmer, con impagables aportaciones de Rafa Martínez Rodríguez al bajo eléctrico.
Anaís Sancruz entonó con ferviente teatralidad
y voz arrolladora, no exenta
de dulces matices y rutilantes inflexiones, Parte
de tu mundo, dentro de una jubilosa suite de La sirenita de Alan Menken, en la que no faltaron en excelentes
versiones instrumentales Besa a la chica,
Pobres almas en desgracia y Bajo el
mar, arropadas por el excelente
trabajo de los responsables de la percusión. El divertido tema de Loca academia de policía de Robert Folk
sirvió como propina, antes de despedirse
con el inevitable Cantina Band
que han convertido en himno de la orquesta e incluso se repite en cada uno de
los discos que graban para la posteridad.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía