
El tiempo juega en su favor y aún puede combinar ese fuerte temperamento con una mayor delicadeza y lirismo donde merezca. Cerca estuvo no obstante de reflejar esa inocencia y sinceridad que expiden las notas de Mompou, ese anhelo por recuperar la infancia perdida, que con algo más de espíritu poético y melancólico habrían logrado el efecto hipnótico que persiguen piezas como Paisajes (nos. 1 y 2), Impresiones íntimas (nº 8) o Canciones y danzas (nº 6), su ciclo más conocido.
De Beethoven ofreció una lectura sólida, a veces incluso muy meditada y reflexiva, de la Sonata nº 17 “La tempestad”, buscando el paralelismo con la obra shakesperiana por mucho que la anécdota sobre su inspiración no esté probada. Tras un tormentoso e intrincado inicio se echó en falta algo más de lirismo y cantabilidad en el Adagio, así como una mayor ensoñación y ligereza en el Allegretto. En el Scherzo Op. 4 de Brahms, una obra contundente pero repudiada por su autor, exhibió fuerza y vitalidad sin concesiones; y con la trágica Sonata 1.X.1905 de Janacék, curiosamente también rechazada por su autor en un principio y que fue interpretada hace exactamente dos años por Mikhail Rudy en el Maestranza, Caravaca exprimió considerable y satisfactoriamente sus múltiples posibilidades dramáticas.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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